Sepamos seguir descubriendo las maravillas de Dios y escuchando lo que nos sigue pidiendo para seguir sembrando la semilla de la Palabra
Isaías 6, 1-2a. 3-8; Sal 137;
1Corintios 15, 1-11; Lucas 5, 1-11
Hay hechos que suceden en nuestro entorno o acontecimientos que van
surgiendo en la historia de la vida de las personas y en ese mundo en el que
vivimos y que no nos es nada ajeno que producen un impacto en nosotros y que de
alguna manera van marcando nuestra vida obligándonos incluso a tomar decisiones
muy importantes. No nos podemos sustraer a esos acontecimientos y aunque
algunas veces quisiéramos olvidarlos o pasar página ahí están con ese impacto
que han producido en nosotros. Seguro que en hechos más o menos importantes o
trascendentales todos tenemos unas ciertas experiencias de ese tipo. Son
acontecimientos que si bien para algunos pudieran parecer de poca importancia
se pueden convertir en trascendentales para nuestra historia y también, por qué
no, para aquellos con los que convivimos.
Es lo que podemos descubrir en los hechos que se nos relatan en el
evangelio de hoy y que tienen su resonancia o en cierto modo paralelismo en lo
escuchado también en el profeta Isaías. Van a ser acontecimientos que van a
marcar la vida de los que van a ser sus primeros discípulos en un caso o la
llamada del profeta en lo referido en la primera lectura.
La gente se agolpa alrededor de Jesús porque todos quieren escucharle.
Poco menos parece que casi lo tiran al agua. Allí están también aquellos
pescadores que han regresado de su infructuosa tarea en aquella ocasión y
mientras repasan sus redes también estarán con oído atento para escuchar al
Maestro. Unos y otros ya le habrían escuchado en alguna ocasión o habrían visto
lo que iba haciendo.
Ahora les pide en cierto modo prestado la barca para desde ella
enseñar más fácilmente a la multitud congregada en la playa y todos le puedan
escuchar. No nos dice el evangelista cual es el anuncio que hace Jesús pero
está anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios que llega y en el que hay que
creer y al que hay que convertirse.
Cuando parecía que todo se había acabado y podrían seguir con las
labores habituales Jesús les pide volver a adentrarse en el lago y echar de
nuevo las redes para pescar. Grande seria el desconcierto porque realmente
estaban cansados de una noche bregando sin coger nada. Pedro lo manifiesta de
alguna manera pero de alguna manera Jesús había ido tocando su corazón porque
se fía de Jesús. No hemos cogido nada en toda la noche, pero porque tú lo
dices, en tu nombre echaré de nuevo las redes.
Y comienzan los acontecimientos, donde antes no habían pescado nada
ahora las redes están hasta reventar. Han de llamar a los compañeros de la otra
barca para que les echen una mano. No salen de su asombro y es Pedro el que comienza
a reconocer tal maravilla, pero comienza a reconocer también su pequeñez. Las
barcas casi se hundían por la redada de peces tan grande. Pedro termina
echándose a los pies de Jesús porque sabe reconocer las maravillas de Dios que
está obrando en Jesús. Habían escuchado que Jesús hacía cosas maravillosas o
ellos mismos habían sido testigos de algunos de aquellos milagros. Pero ahora
se sienten sorprendidos en lo más hondo. ‘Apartate de mi, Señor, que soy un
pecador’.
El asombro se había apoderado de él y de todos los que con él
estaban. No sabían qué decir pero todo va a cambiar a partir de aquel
momento. Jesús les está abriendo nuevas puertas, nuevos caminos, nuevos mares;
Jesús les está pidiendo que tomen decisiones que van a ser radicales. Estaban
llenos de temor, pero Jesús tiene palabras para ellos que les llenan de paz y
les ponen en camino a una nueva vida. ‘No temas, desde ahora serán
pescadores de hombres’.
Como Isaías que se había sentido sobrecogido con la visión que había
tenido del templo de Dios. También Isaías escuchaba una voz que le invitaba a
dar un paso. Una voz que le llamaba la atención y que esperaba respuesta. ‘¿A
quién mandaré? ¿Quién irá por mi?’ había escuchado y allí estaba su
respuesta: ‘Aquí estoy, mándame, Señor’. En el lago ellos sacaron las
barcas a tierra, pero lo dejaron todo y lo siguieron. La respuesta fue radical.
El acontecimiento había cambiado sus vidas y sus preferencias.
Habían escuchado la voz que les llamaba. Podíamos recordar la actitud
del niño Samuel allá en la antigüedad: ‘Aquí estoy, Señor, vengo porque me
has llamado’, que luego se convertiría en un ‘habla, Señor, que tu
siervo escucha’. Es la disponibilidad del corazón y el dejarse conducir.
Nos cuesta porque nos sabemos las cosas y creemos que sabemos siempre lo que
tenemos que hacer y cómo tenemos que hacerlo. Como Pedro, avezado pescador de
aquellos lagos. Pero se dejó conducir. Confió en la palabra que escuchaba allá
en lo hondo del corazón. Y se puso manos a la obra. ‘Puestos a la obra,
hicieron una redada de peces bien grande’.
Es la disponibilidad y es la humildad, para dejarse conducir, pero
también para admirar las maravillas de Dios.
Es necesario saber descubrir las maravillas de Dios. No confundirnos, no
pensar que es obra de nuestras manos. Es abrirse al misterio de Dios. Es
ponerse en camino en la obra de Dios. No van a ser nuestras obras; no nos
llenemos de orgullo por lo que hacemos o lo que somos capaces, sino demos
gloria al Señor reconociendo que es su obra y nosotros somos solo sus instrumentos,
sus pescadores o sus sembradores. La fuerza y el fruto son obra del Señor.
Tenemos que seguir poniéndonos en la sintonía de Dios para lo que Dios
quiera de nosotros en cada momento. La obra no está terminada de realizar; hay
mucha obra por delante porque la Buena Noticia tiene que seguir anunciándose y
nosotros seguimos siendo esos instrumentos en las manos de Dios para lo que
Dios quiera de nosotros. Donde y cuando el Señor lo quiera. Sepamos escuchar al
Señor en nuestro corazón y sepamos descubrir esas maravillas que el Señor sigue
realizando y estemos atentos para ver lo que sigue queriendo de nosotros.
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