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viernes, 12 de febrero de 2016

Que ayunar sea algo más que privarnos de unos alimentos para descubrir que hay otros ayunos que hacen una auténtica desintoxicación de nuestra vida, de esos tóxicos de nuestros males

Que ayunar sea algo más que privarnos de unos alimentos para descubrir que hay otros ayunos que hacen una auténtica desintoxicación de nuestra vida, de esos tóxicos de nuestros males

Isaías 58,1-9; Sal 50; Mateo 9,14-15

Si nos ponemos a pensar en la palabra ‘ayuno’ a la manera de la dinámica de la lluvia de ideas seguramente nos surgirán muchos pensamientos en torno a esta palabra. Ayunar es abstenerse de alimentos es el primer y elemental pensamiento; pero podemos pensar en los que ayunan o se abstienen de alimentos porque nada tienen que comer, lo que seria un ayuno obligatorio por necesidad; pero pensamos en aquellos que ayunan porque se quieren abstener de ciertos alimentos por conservar su figura, por decirlo de alguna manera, o los que lo hacen como una medida en cierto modo higiénica para hacer una limpieza de su organismo, una desintoxicación del cuerpo; claro que podemos pensar en quienes lo hacen por alguna otra motivación ya sea de solidaridad con quienes no tienen que comer para sufrir en su carne lo que aquellos padecen, o como un entrenamiento donde aprendemos a renunciar a cosas pequeñas para ser capaces de ser libres ante cosas de mayor importancia, o los que lo hacen con un espíritu de sacrificio, en donde podemos entrar ya en un sentido religioso del ayuno al que le queremos dar otro significado más trascendente. Muchos pensamientos o motivaciones nos pueden surgir.
En el evangelio escuchamos hablar del ayuno y la Iglesia en estos días de la cuaresma es algo que también nos ofrece. Pero es aquí donde tenemos que reflexionar para darle un buen sentido y significado y no nos quedemos simplemente en el cumplimiento formal de una norma que se nos pueda imponer. Claro que tampoco nos podemos quedar en la simple literalidad del ayuno como abstención de alimentos, sino que esa ofrenda que nosotros queramos hacer con nuestro ayuno podemos convertirla en algo hermoso a través quizá de tantas cosas de las que tendríamos que ayunar.
En el evangelio hemos visto que le están planteando a Jesús los discípulos de Juan como en otros momentos se lo veremos hacer a escribas y fariseos el por qué sus discípulos no ayunan. En esto eran muy formales y estrictos los fariseos porque además rodeaban de mucha vanidad el hecho del ayunar y cumplir con esos requisitos legales.
En la mente de Jesús está quizá lo que ya había anunciado el profeta que hemos escuchado en Isaías. No quiere Jesús que hagamos las cosas como mero cumplimiento, sino que lo que hacemos tiene que ser algo que salga de verdad del corazón, pero de un corazón que queremos purificar, queremos que sea puro para que pura sea la ofrenda que hagamos a Dios.
Ya decíamos anteriormente que no podemos reducir el ayuno a la abstención de unos alimentos simplemente porque eso lo hacen también los que quieren conservar la línea. En nosotros tiene que haber algo más, una motivación más profunda, algo que implique nuestra vida, una auténtica desintoxicación de nuestra vida, pero de esos tóxicos de nuestros males, de nuestras malas costumbres, de nuestras rutinas o de nuestros caprichos, de nuestros orgullos o de nuestras vanidades.
El profeta nos decía que el ayuno que el Señor quiere ha de pasar por ‘Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne’. Ahí nos da el profeta muchas pistas de por donde han de ir nuestros ayunos, porque si no hay amor en nuestro corazón de qué nos valdrían esos ayunos o esos sacrificios.
Ayuna, pues, de tus caprichos y de tus vanidades; ayuna de esas cosas que manejamos o utilizamos cada día y que se han convertido casi hasta en una esclavitud porque parece que sin ellas no te puedes pasar (cuantos aparatitos podemos poner en esta lista); ayuna de tu mal humor y de tu mal semblante para hacer más agradable tu presencia con aquellos con los que convives; ayuna de los paternalismos con que nos podemos presentar ante los demás incluso cuando queremos hacer algo bueno, y de los aires de superioridad; ayuna de esas soledades en las que te encierras y sal al encuentro con los otros de los que tanto puedes recibir y tanto también puedes aportar; ayuna de esas comodidades y sensualismos con los que rodeamos nuestra vida donde solo a lo que aspiramos es a pasarlo bien; ayuna de tus tristezas y angustias poniendo alegría en tu vida, sonrisas en tu semblante, palabras amables que trasmitan paz y serenidad a los que están a tu lado…
 ‘Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: Aquí estoy’.

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