Jesús nos pide autenticidad en nuestra vida alejando de nosotros todo tipo de vanidad y de hipocresía para manifestarnos como verdaderos creyentes en todo lo que hagamos
1Reyes
8,22-23.27-30; Sal 83; Marcos 7,1-13
Algo que valoramos mucho en las personas es la autenticidad. Nada hay
mas desagradable que una persona falsa y vanidosa, que no sabe ser congruente
en la vida, fiel a unos principios en su comportamiento y que lo que hace no es
otra cosa que aparentar y querer dar una figura de lo que realmente no es ni
siente. Manifestarnos con verdad, expresar realmente lo que somos, alejar de
nosotros actitudes farisaicas y de hipocresía son valores muy a tener en
cuenta. Las personas de dos caras no nos
gustan.
Sin embargo reconocemos que en cierto modo es una tentación por la que
pasamos aunque nos cueste reconocerlo, porque en el fondo queremos ocultar algo
que no nos gusta y no queremos que nos
puedan juzgar mal, queriendo mantener la imagen, por así decirlo. De alguna
manera se nos crea muchas veces un conflicto
interior porque reconocemos por otra parte que somos débiles y ciertamente no
somos tan buenos como queremos aparentar. Nos puede parecer contradictorio lo
que estoy diciendo, pero así es muchas veces nuestra vida, si somos capaces de
ser sinceros con nosotros mismos.
De esto nos habla hoy el evangelio. Jesús pide autenticidad y
congruencia en la vida a sus discípulos; denuncia la actitud hipócrita con que
se presentan los fariseos, los letrados o maestros de la ley y muchos en su
entorno. Ahora vienen reclamándole a Jesús porque sus discípulos no guardan
escrupulosamente la ley del ayuno o porque no guardan todas las prescripciones
de las que habían llenado su vida sobre las impurezas legales de lavarse o no lavarse las manos a la hora de sentarse a
la mesa a la vuelta de la plaza. Jesús les habla de otra pureza interior que
hay que tener en el corazón y que no nos podemos quedar en el hecho de lavarse
las manos o no.
El cumplimiento de lo que es la voluntad del Señor no se puede quedar
en ritos externos o en el mero cumplimiento de normas, sino que es algo que
tiene que en verdad partir del corazón. Les recuerda lo anunciado por el
profeta: ‘Bien profetizó Isaías
de vosotros, hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los
labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío,
porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos. Dejáis a un lado el
mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres’.
Es la autenticidad con que hemos
de vivir nuestra vida. No hacemos las cosas solo por cumplir, sino nuestro
corazón está muy lejos de querer hacer lo que es la voluntad del Señor. Sería
una falsedad, una hipocresía. Y bien que vamos, desgraciadamente, muchas veces
poniéndonos muchas caretas en la vida para guardar las apariencias, para vivir
en la vanidad de lo que realmente no sentimos en nuestro interior.
Igual que estos días en estas
fiestas de carnaval vemos como la gente se disfraza para divertirse, como
queriendo aparecer otra cosa de lo que realmente se es, y con el disfraz parece
que ya nos desinhibimos y podemos hacer lo que sea, así vamos poniéndonos
caretas en la vida, disfrazándonos con muchas apariencias y vanidades para
aparecer quizá como cumplidores, mientras en nuestro interior le damos poco valor
a lo que el Señor nos pide. Las caretas a la larga no son solo de estos días de
carnaval, sino algo que podamos llevar puesto muchos días del año. Cuántas
cosas habría que revisar en este sentido.
Seamos de verdad auténticos en
nuestra vida cristiana; seamos congruentes con lo que decimos que es nuestra
fe, porque la fe no puede ser un vestido que nos pongamos en algunas ocasiones,
mientras en otros momentos de la vida nos olvidamos de esa auténtica actitud
del creyente. Somos o no lo somos. Y
como creyentes y seguidores de Jesús tenemos que manifestarnos en todo momento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario