Vayamos hasta Jesús toquemos la orla de su manto para que se restablezca con toda dignidad nuestra vida
1Reyes 8,1-7.9-13; Salmo 131; Marcos
6, 53-56
‘Colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase
tocar al menos el borde de su manto; y los que lo tocaban se ponían sanos…’ Allá por donde fuera Jesús se iba encontrando
con el dolor y el sufrimiento y su presencia era signo de la llegada de la
liberación y de la paz. Todos ansiaban tocar a Jesús.
Queremos sanarnos; el enfermo tiene ansia de salud, porque todos
deseamos la vida y tener ansias de salud es tener deseos de vida, pero de vida
en plenitud, sin limitaciones, sin dolor, sin muerte. Y ya no es solo el dolor
o la enfermedad física, las limitaciones que las discapacidades de nuestro cuerpo
puedan producirnos.
Es algo más, porque hay otros sufrimientos, otras limitaciones, otras
angustias que no solo afectan a nuestro cuerpo sino que las tenemos en lo más
hondo de nosotros mismos, que nos afectan a nuestro ser, que nos restan
dignidad, que nos hacen ir como perdidos sin sentido ni orientación, que nos
envuelven de soledad, que nos aíslan de los demás, que nos encierran en
nosotros mismos, que nos distancian de todo cuanto hay en nuestro entorno, que
nos hacen perder el sentido de la vida.
Buscamos la salud, la vida, el sentido, el camino, el encuentro. Es
una búsqueda continua de nuestra vida porque siempre queremos crecer, porque
queremos recuperar la dignidad perdida, porque queremos tener paz en nuestro
corazón, porque buscamos el amor, amando y sintiéndonos amados, porque queremos
ver lo bueno que los otros nos puedan ofrecer, porque queremos compartir la
pequeña o grande luz que llevamos dentro, porque ansiamos encontrar ese sentido
de la vida que dé plenitud a nuestra existencia.
Vamos a Jesús como aquellos enfermos, de los que nos habla el
Evangelio, como toda aquella gente que se arremolinaba en torno a Jesús y
querían tocarle, aunque solo fuera la orla de su manto. Vamos a Jesús y
queremos que El tienda también su mano sobre nosotros, al menos llegue su
sombra sobre nuestras vida, porque sabemos que en El vamos a encontrar vida,
porque su mano y su sombra nos va a llenar de luz, porque sabemos que con Jesús
aprenderemos a ir al encuentro con los demás y nunca nos sentiremos solos, porque
en El vamos a ver restablecida nuestra dignidad, porque con El ya para siempre
vamos a tener razones para vivir, para buscar la vida, pero también sobre todo
para compartirla.
Jesús tendía su mano y tocaba al leproso curándole no solo de su lepra
sino restableciendo su dignidad; tomaba de la mano al paralítico para
levantarlo de la camilla y caminar por si mismo con dignidad; tocaba los ojos
del ciego para hacerle tener una visión nueva y una mirada nueva; tocaba la
lengua y los oídos del sordomudo para que aprendiera el lenguaje nuevo del amor
que le hiciera encontrarse con los demás. Vemos tantos momentos así en el
Evangelio y queremos también que llegue a nosotros con su vida.
Sí, vayamos hasta Jesús porque en El siempre vamos a encontrar vida.
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