Hagamos el camino de la vida que es camino de entrega y de amor, de olvido de si mismo y de darnos por los demás, que es camino que nos llena de plenitud
Deuteronomio 30,15-20; Sal 1;
Lucas 9,22-25
Queremos vivir, queremos la vida; y cuando decimos que queremos vivir,
queremos decir ser felices, que las cosas nos marchen bien, que nada nos
perturbe ni nos reste felicidad, que todo sea triunfo, que seamos tenidos en
cuenta; poco menos que queremos estar subidos sobre pedestales y todos nos
hagan reverencias. Quizá pueda parecer un poco exagerado todo esto que voy
diciendo, pero, como solemos decir, ¿a quién le amarga un dulce?
Claro que razonamos y pensamos qué es realmente vivir; nos planteamos
si todo ha de ser por el camino del triunfo por donde hemos caminar, porque si
todos queremos ser triunfadores al final quizá terminemos enfrentándonos unos a
otros porque no queremos quedarnos por debajo. Por eso quizá pensamos cuál
realmente es el sentido de nuestra vida, por qué hemos de luchar y qué es lo
que verdaderamente merece la pena, qué es lo más hermoso que llevamos dentro de
nosotros mismos y que realizándonos nos hará verdaderamente felices.
Creo que en el fondo todos queremos ser amados y amar y por ese camino
es por donde podemos llegar a una verdadera realización de nosotros mismos.
Cuando amamos comenzamos a pensar menos en nosotros mismos y mas en ese amor
que queremos dar a los demás, en esto que queremos compartir con los otros.
Será, pues, en un camino de donación de nosotros mismos donde verdaderamente
nos realicemos y hagamos caminos de plenitud que nos hagan sentir
verdaderamente felices. Es por ahí por donde podremos encontrar un sentido de
verdad para nuestra vida. Qué felices nos sentimos cuando vemos que estamos
contribuyendo a que los demás sean un poco más felices.
No nos han de extrañar, entonces, las palabras que escuchamos hoy en
el evangelio en boca de Jesús cuando nos invita a seguirle. Ese es el sentido
que El quiere dar a nuestras vidas, que quiere que nosotros descubramos. Y para
eso El va delante de nosotros. No se trata de lo que El pueda exigirnos, sino
de lo que realmente estamos nosotros viendo en El y en lo que queremos imitarle
para seguirle de verdad.
El ha venido a decirnos que ha venido para amarnos, que el sentido de
su vida es el amor, porque por amor se ha hecho hombre para compartir nuestro
camino. Ya nos lo recuerda el evangelio en otro lugar cuando nos habla del amor
grande que nos tiene el Padre que nos entrega a su propio Hijo; es el regalo de
Dios que pone en nuestras manos, su Hijo que se ha encarnado en Jesús. Es lo
que Jesús ha ido haciendo a lo largo del evangelio. Y hoy nos dice que sube a
Jerusalén en nombre de ese amor, y en nombre de ese amor va a ser entregado en
manos de los gentiles para morir por nosotros.
Quizá nos asuste ese camino de Jesús porque sabemos bien que fue un
camino de Cruz que le llevo hasta el Gólgota, hasta morir colgado de esa cruz.
Pero lo que Jesús nos está diciendo que fue el camino del amor, porque no hay
amor mas grande que el de que se da hasta entregarse a la muerte por el amado.
Es lo que hizo Jesús.
Y ahora nos dice a nosotros que si queremos seguirle, hemos de seguir
ese camino del amor, que puede ser cruz, porque la cruz no nos faltará cada
día, pero que amando como El nos ha amado tenemos asegurado el camino del
triunfo verdadero. Aquello que decíamos al principio que todos añoramos. Habla
de negarse a si mismo, habla de olvidarse de si mismo, ama de entregar la vida,
porque es en ese camino de amor donde ganaremos la vida, donde alcanzaremos la
vida en plenitud.
Cuando estamos en los inicios de la Cuaresma, camino de Pascua como
hemos reflexionado, sabemos que nos estamos poniendo en el camino del amor. Ese
amor que nos renueva, que nos hace hombres nuevos, que nos llena de la verdadera
vida. Busquemos la manera de seguir siempre ese camino de vida.
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