Vistas de página en total

sábado, 2 de mayo de 2015

En la intimidad nuestra oración entremos en el conocimiento de Dios que se nos manifiesta en Jesús

En la intimidad nuestra oración entremos en el conocimiento de Dios que se nos manifiesta en Jesús

Hechos,  13, 44-52; Sal 97; Juan 14, 7-14
Conocer a Jesús es conocer a Dios. Buscamos a Dios y nos quedamos sobrecogidos ante tan inmenso misterio. Quisiéramos desentrañarlo para conocerle y vemos que nos sobrepasa. La inmensidad de Dios nos hace sentirnos pequeños e incapaces; su sabiduría, su omnipotencia, su grandeza nos atraen pero aunque quisiéramos parece que misterio tan grande no cabe en nuestra mente o en nuestro corazón. Pero Dios nos busca, nos llama, se nos revela y se nos manifiesta. Toda la historia de la salvación, expresada de una forma particular en aquel pueblo llamado el pueblo escogido es la historia del amor de Dios por su pueblo al que quiere revelarse, pero no siempre los hombres son capaces de comprender tan sublime misterio.
Pero el momento culminante de su revelación es Jesús. Tanto amó Dios al hombre que quiso revelársenos en Jesús, nos envió a su Hijo, Verbo de Dios, manifestación y expresión sublime al tiempo que muy humana de todo lo que es el amor que Dios nos tiene. Por eso el evangelio de san Juan comienza diciéndonos que es la Palabra, el Verbo de Dios que se hace la luz de los hombres, y planta su tienda en medio de nosotros. Y nos dirá Jesús mismo en el Evangelio que ‘nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar’.
Es lo que le estamos escuchando decir hoy de nuevo en el evangelio aunque sea con otras palabras. ‘Si me conocéis a mi, conoceréis también a mi Padre…’ y continuará diciéndonos ante las preguntas de un Felipe lleno de dudas, ‘quien me ha visto a mí ha visto al Padre… Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí…’
Jesús es la cercanía de Dios. Por algo se nos anuncia como el Emmanuel, el Dios con nosotros. Lo había dicho el profeta Isaías y se nos repite a la hora de su nacimiento al principio de los evangelios. Por eso conozcamos a Jesús y conoceremos al Padre, conoceremos lo que es el amor, conoceremos lo que es Dios, porque Dios es Amor.
Pero ya sabemos bien que conocer es mucho más que lo que exteriormente podamos conocer de alguien. En nuestra imaginación muchas veces pensamos cómo sería Jesús y los artistas a través de los tiempos nos han dejado diversas imágenes, que es cierto nos pueden ayudar, pero que no nos podemos quedar en esa imagen externa de Jesús. Por eso vayamos a lo más hondo y vayamos, pues, al evangelio; vayamos allá a lo más hondo de nuestro corazón y dejemos que allí Jesús se nos revele, no en lo que nosotros podamos imaginar o la imagen que a nuestra manera nosotros nos podamos hacer, sino en ese misterio de amor que El por la fuerza del Espíritu nos revelará en nuestro corazón.
Cómo tenemos que abrirnos a Dios. Cómo tenemos que saber entrar en esa intimidad de Dios con nuestra oración, para escucharle, para sentir su presencia y dejarnos inundar de El, para llenarnos de su vida y de su amor. Cuando entremos de verdad en esa orbita del amor de Dios que se nos manifiesta en Jesús estaremos conociendo de verdad a Dios que es Amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario