Vistas de página en total

jueves, 30 de abril de 2015

Aprender a abajarnos como Jesús para ponernos en actitud de servicio poniéndonos a la altura de los más pobres y humildes

Aprender a abajarnos como Jesús para ponernos en actitud de servicio poniéndonos a la altura de los más pobres y humildes

Hechos, 13,13-25; Sal 88; Juan 13,16-20
Las palabras que le escuchamos hoy a Jesús están en el marco de la última cena y de los gestos realizados por Jesús al comienzo. Se había despojado de su manto, ceñido una toalla y se había postrado a los pies de los discípulos para lavarles los pies. La sorpresa había sido grande y alguno hasta quería rechazar aquel gesto de Jesús porque les parecía que Jesús no podía hacer aquello. ‘No me lavarás los pies’, que le decía Pedro. Quizá nos sorprenda también a nosotros y nos cueste compartirlo.
‘Cuando Jesús acabó de lavar los pies a sus discípulos, les dijo: Os aseguro, el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica’. Ponerlo en práctica nos dice Jesús. Hacer lo mismo, pero, reconozcamos, cuánto nos cuesta.
El camino del seguidor de Jesús ha de ser por su mismo camino. La entrega, el servicio, el amor, la solidaridad, el abajarse para poniéndonos a la altura de los otros levantarlos, el olvidarnos de nosotros mismos, el tener sus mismas actitudes y repetir sus mismos gestos, el vivir en su mismo espíritu de humildad es el camino que nos está enseñando Jesús.
Pero nos cuesta. Lo intentamos. Nos encontramos mucha gente que quiere vivir esa misma actitud de servicio. Queremos compartir y deseamos con sinceridad un mundo más solidario. Queremos amar y amar con un amor como el de Jesús. Pero, repito, nos cuesta.
Es la actitud y son las posturas que cada uno a nivel individual ha de vivir siempre en ese espíritu de servicio. Es la imagen que como Iglesia hemos de dar también frente al mundo que nos rodea. Pero necesitamos purificar muchas cosas, porque aunque intentamos poner ese amor en muchas ocasiones aparecen ramalazos de orgullo, de prepotencia, de vanidad, incluso de cierto paternalismo. Muchas veces copiamos o se nos pegan actitudes demasiado mundanas y podemos tener el peligro de dar apariencia de poder, de buscar grandezas, de levantarnos también sobre pedestales.
Decimos que queremos imitar a Jesús, pero nos cuesta imitar a ese Jesús pobre, que nació en un establo o que no tenía donde reclinar la cabeza. En la iglesia también quizá muchas veces nos rodeamos de demasiadas ornamentaciones que nos pueden dar esa apariencia de poder y de grandeza a la manera de los poderes o grandezas humanas. Qué lástima que la imagen que muchos puedan tener de la Iglesia - quizá desde el desconocimiento, pero quizá también de lo que aparentamos - como una institución de poder que se alinea al lado de los grandes y poderosos. Los mismos ropajes que usamos pueden darnos esa apariencia.
Hace falta hacer como Jesús, abajarnos. El se puso a la altura de los otros, y eso que tenía la categoría de Dios como nos recuerda san Pablo. Se abajó y hoy le hemos contemplado de rodillas a los pies de los apóstoles. No miraba desde arriba, sino desde abajo, como hacen los pequeños, los pobres, los humildes. ¿No tendría que ser esa una actitud que copiáramos en nuestra vida?
Que el Espíritu del Señor nos ayude a purificarnos. Cuánto lo necesitamos. Jesús nos dice ‘puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica’. ¿Qué hacemos? ¿Qué tenemos que hacer? Y es que no podemos ser más que el Maestro, más que el que nos envía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario