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miércoles, 29 de abril de 2015

Reconocernos pecadores es el camino para encontrar la verdadera paz que nos la da el Señor manso y humilde de corazón

Reconocernos pecadores es el camino para encontrar la verdadera paz que nos la da el Señor manso y humilde de corazón

1Juan 1, 5-2, 2; Sal 102; Mateo 11, 25-30
‘Si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia… porque si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo…’ Solo con humildad y mucho amor es como tenemos que presentarnos delante del Señor. De nada nos vale decir que no somos pecadores; reconociendo nuestros pecados y acudiendo humildes ante el Señor es como alcanzamos gracia, perdón, paz para nuestro corazón.
Reconocernos pecadores no es llenarnos de amargura; es el camino para encontrar la verdadera paz; pero esa paz nos la da el Señor. Tendríamos que ser santos y no pecar si consideráramos todo lo que es el amor del Señor, todo lo que hace por nosotros; cada uno repase la historia de su propia vida para ver cuantas maravillas ha hecho el Señor en nosotros, con nosotros. Eso tendría que bastarnos para sentirnos impulsados a ser santos. Pero ya sabemos cómo somos, nuestra debilidad y nuestra flaqueza que nos hace tropezar una y otra vez en el pecado y no terminamos de corregirnos y enmendarnos. Pero, como  nos decía san Juan, ‘tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo…’ Cristo, el Señor, intercede por nosotros.
Hoy hemos escuchado en el evangelio: ‘Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mí yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso.’ Cansados, agobiados, atormentados quizá en nuestros problemas o en nuestras recaídas, sintiendo con sinceridad la miseria que es nuestra vida, la miseria y la muerte en la que nos metemos nosotros con nuestra flaqueza y debilidad, llenos quizá de muchos sufrimientos que no son solo los sufrimientos físicos de nuestros dolores o nuestras enfermedades, sino ese sufrimiento que llevamos dentro en tantas cosas que nos preocupan, hemos de saber acudir al Señor.
El nos alivia; El es nuestro descanso; El es nuestra paz. ¡Cuánto tenemos que aprender! ¡De cuánto amor tenemos que llenar nuestro corazón!
Y viendo nuestra situación seamos humildes, aprendamos a ser mansos y humildes de corazón, porque seamos comprensivos con los demás. ¿Quién soy yo para juzgar la debilidad del otro si en mí hay mayores debilidades? Aprendamos del Señor que es manso y humilde de corazón. El que pacientemente nos espera, nos ofrece una y otra vez su amor, su abrazo de perdón, quiere llenarnos de paz, a pesar de que tantas veces nos hacemos oídos sordos y le damos la espalda.
Que nos mueva al amor la mansedumbre y el amor del corazón de Cristo.

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