Reconocernos pecadores es el camino para encontrar la verdadera paz que nos la da el Señor manso y humilde de corazón
1Juan
1, 5-2, 2; Sal
102; Mateo
11, 25-30
‘Si confesamos
nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos
limpiará de toda injusticia… porque si alguno peca, tenemos a uno que abogue
ante el Padre: a Jesucristo, el Justo…’ Solo con humildad y mucho amor es como tenemos que
presentarnos delante del Señor. De nada nos vale decir que no somos pecadores;
reconociendo nuestros pecados y acudiendo humildes ante el Señor es como
alcanzamos gracia, perdón, paz para nuestro corazón.
Reconocernos pecadores no es llenarnos de amargura; es
el camino para encontrar la verdadera paz; pero esa paz nos la da el Señor.
Tendríamos que ser santos y no pecar si consideráramos todo lo que es el amor
del Señor, todo lo que hace por nosotros; cada uno repase la historia de su
propia vida para ver cuantas maravillas ha hecho el Señor en nosotros, con
nosotros. Eso tendría que bastarnos para sentirnos impulsados a ser santos.
Pero ya sabemos cómo somos, nuestra debilidad y nuestra flaqueza que nos hace
tropezar una y otra vez en el pecado y no terminamos de corregirnos y
enmendarnos. Pero, como nos decía san
Juan, ‘tenemos a uno que abogue ante el
Padre: a Jesucristo, el Justo…’ Cristo, el Señor, intercede por nosotros.
Hoy hemos escuchado en el evangelio: ‘Venid a mí todos los que estáis cansados y
agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mí yugo y aprended de mí, que soy manso
y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso.’ Cansados,
agobiados, atormentados quizá en nuestros problemas o en nuestras recaídas,
sintiendo con sinceridad la miseria que es nuestra vida, la miseria y la muerte
en la que nos metemos nosotros con nuestra flaqueza y debilidad, llenos quizá
de muchos sufrimientos que no son solo los sufrimientos físicos de nuestros
dolores o nuestras enfermedades, sino ese sufrimiento que llevamos dentro en
tantas cosas que nos preocupan, hemos de saber acudir al Señor.
El nos alivia; El es nuestro descanso; El es nuestra
paz. ¡Cuánto tenemos que aprender! ¡De cuánto amor tenemos que llenar nuestro
corazón!
Y viendo nuestra situación seamos humildes, aprendamos
a ser mansos y humildes de corazón, porque seamos comprensivos con los demás. ¿Quién
soy yo para juzgar la debilidad del otro si en mí hay mayores debilidades?
Aprendamos del Señor que es manso y humilde de corazón. El que pacientemente
nos espera, nos ofrece una y otra vez su amor, su abrazo de perdón, quiere
llenarnos de paz, a pesar de que tantas veces nos hacemos oídos sordos y le
damos la espalda.
Que nos mueva al amor la mansedumbre y el amor del
corazón de Cristo.
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