Una fe profunda y probada con verdadero sentido de comunión que nos lleve a dar frutos de auténtica vida en Jesús
Hechos, 9, 26-31; Sal. 21; 1Juan 3, 18-24; Juan 15, 1-8
Una bella imagen cargada de rico simbolismo la que se
nos ofrece hoy en el evangelio que quiere expresar por una parte toda la
profundidad con que hemos de vivir nuestra fe como una relación profunda con
Dios y al mismo tiempo esa riqueza de comunión con que hemos de vivirla unidos
también a los demás que nos ha de hacer dar verdaderos frutos de amor.
Se nos habla de la vid, de la cepa, de los sarmientos,
de la poda y finalmente de los frutos. ‘Yo
soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador’, nos dice Jesús. Pero los
sarmientos no pueden estar desgajados sino profundamente unidos a la cepa. Es
la misma savia la que ha de recorrer la planta entera para que pueda tener
vida; si desgajamos los sarmientos de la cepa no podrá tener vida, porque la
savia ya no podrá llegar hasta cada una de sus ramas. Por eso nos dirá Jesús: ‘Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el
que permanece en mí y yo en él; ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis
hacer nada’. No podremos tener vida, no podremos dar fruto.
Cuantas veces vivimos nuestra fe de una manera insulsa
y rutinaria. Decimos que tenemos fe pero no la cuidamos, no la alimentamos.
Decimos que tenemos fe pero no mantenemos nuestra unión con Dios por la
oración, por la escucha de la Palabra, por la gracia de los sacramentos. Y
vamos viviendo como cristianos como arrastrándonos, simplemente dejándonos
llevar, dejándonos confundir por cualquiera que llegue a nuestro lado
diciéndonos cualquier cosa que atente contra esa fe. Y no sabemos dar razón de
nuestra fe; no somos capaces de manifestarnos como verdaderos creyentes en
medio de los que nos rodean; nos dejamos impregnar por el mal que nos rodea y
nos dejamos arrastrar por cualquier pasión o por cualquier tentación. No
vivimos unidos al Señor. ‘Sin mi no podéis
hacer nada’, que nos dice Jesús.
Nos habla también de la poda. ¿En qué consiste la poda
de nuestros árboles o de nuestras plantas? Quitar aquello que no vale, que nos
impide dar buenos y sabrosos frutos, que pueden dañar la planta y hacerla
perecer. Lo vemos fácilmente en nuestros campos o en nuestros jardines; plantas
o árboles que se han llenado de ramas, pero a la hora de florecer y hacer
cuajar el fruto no saldrá nada que pueda valernos o muchos de esos frutos se
dañarán y se echarán a perder; no llegarán a dar buen fruto. Nos sucede en
nuestra vida, desde las tentaciones como decíamos antes que nos acechan, o
desde ese montón incluso de cosas que queremos hacer pero que no tienen
consistencia, no llegan a producir un fruto espiritual ni en nosotros ni en
aquellos que están a nuestro lado, porque quizá lo vivimos con una excesiva
superficialidad y sin verdadero contenido espiritual. Hemos de cuidarnos de ese
activismo en que podemos caer en la vida queriendo hacer muchas cosas pero sin
una profunda espiritualidad que le dé hondura a lo que hacemos.
La poda es dolorosa, porque será cortar y arrancar
aquello que tenemos pegado y no nos sirve o nos puede dañar. ‘A todo sarmiento mío que no da fruto lo
poda para que dé más fruto’, nos decía Jesús en el evangelio. Lo
necesitamos hacer en ese camino de purificación interior, de purificación
espiritual que hemos de hacer de nuestra vida. Pero quizá habrá ocasiones en
que los problemas que nos aparecen en la vida nos hacen crisis en nosotros. Veámoslos
también como un camino de poda, de purificación interior, porque si en esos
momentos duros - una enfermedad u otros problemas personales o incluso a nivel
social que vivamos - somos capaces de mantenernos unidos al Señor, y dejándonos
iluminar por su palabra revisamos nuestra vida, intentamos darle profundidad, o
buscamos la manera de darle un sentido a lo que nos sucede, a la larga puede
ser un hermoso camino de transformación espiritual, de un cambio y de un nuevo
camino hacia la santidad que podamos emprender.
Pero hay otro aspecto que también necesitamos
considerar. Esa vid con sus sarmientos forma una única planta, porque todo el
conjunto de sus ramos y sarmientos están como unidos entre sí y unidos a la
cepa. Es el sentido comunitario y eclesial que ha de tener siempre nuestra fe y
nuestra vida cristiana. San Pablo nos hablará del Cuerpo Místico en que Cristo
es la cabeza y todos nosotros somos sus miembros, pero que hemos de estar
unidos formando un solo y mismo cuerpo. Un aspecto, el sentido eclesial de
nuestra fe y nuestra vida cristiana, que es de suma importancia. Nos sentimos
iglesia, cuerpo de Cristo, nos sentimos en comunión los unos con los otros y
por ese misterio de la comunión de los santos lo que vamos haciendo cada uno va
repercutiendo al mismo tiempo en los demás, es riqueza para todo el cuerpo
eclesial. El fruto no es solo mío y para mí, sino que queriendo en verdad dar
gloria al Señor con cuanto hacemos, estamos enriqueciendo el cuerpo entero de
la Iglesia. Hay una repercusión de comunión muy profunda entre todos los que
creemos en Jesús.
Como terminaba diciéndonos
Jesús, ‘con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto
abundante; así seréis discípulos míos’. Así estaremos manifestando
en verdad toda la riqueza de gracia que es nuestra fe y nos estaremos
manifestando con auténticos frutos de justicia y de amor. Todo siempre para la
gloria del Señor.
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