Entremos en la espiral del amor
desde la amistad que el Señor nos ofrece y que nosotros estamos llamados a
ofrecer a los demás.
Hechos,
15,22-31; Sal
56; Juan
15, 12-17
‘A vosotros os llamo
amigos… No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido…’ Consoladoras palabras de Jesús.
Nos llama amigos. Nos está diciendo que somos sus amados. Una amistad
incondicional, un amor incondicional que nos ofrece, que nos regala.
La amistad es algo que se nos ofrece, se nos regala.
Podemos pensar en que vamos a conquistar la amistad de alguien; pero hemos de
reconocer que no se trata de conquista sino de regalo. Tampoco podemos pensar
en una exigencia que le hacemos al otro. Simplemente tú ofreces. Quieres la
amistad, regala amor, regala amistad, haz esa ofrenda de ti mismo, de tu yo,
comparte con el otro ese amor que llevas dentro con todo lo que eres tú. Así
haces amistad, porque te das, porque ofreces algo de ti. Cuando hay luego
correspondencia se crea luego ese hermoso vínculo de una amistad mutua con toda
la dicha que nos traerá en consecuencia.
Es lo que Jesús nos está ofreciendo, de lo que nos está
hablando hoy en el evangelio. Nos llama amigos, porque nos ha descubierto los
secretos más íntimos de su ser, porque nos ha descubierto lo que es el amor del
Padre y así nos ama El también. Quiere Jesús establecer una nueva relación
entre los hombres y Dios, entre nosotros y Dios; pero es Dios el que da el
primer paso, porque nos ofrece su amor, su amistad. ‘Soy yo quien os he elegido…’ nos dice.
Y cuando nosotros descubrimos cómo somos amados de
Dios, porque nos llama amigos, no nos llama siervos, estamos invitados a
corresponder. Y nuestra correspondencia es el amor, pero un amor que ofrecemos
también a los demás. Es como seguir una cadena. Dios nos ofrece su amor y
nosotros tenemos que ofrecer ese amor que llena nuestro corazón a los demás.
Por eso nos dice que lo que quiere es que nos amemos los unos a los otros. Así
correspondemos a su amistad, así entramos en la orbita de su amor y amistad. Es
su voluntad, su mandamiento, nos dice, y así expresaremos esa nueva amistad que
nace en nuestro corazón.
Esa ha de ser nuestra correspondencia. ‘Os he destinado para que vayáis y deis
fruto’, nos dice, ‘y vuestro fruto
dure’. Los frutos son la dicha de esa amistad que nosotros también
ofrecemos e iremos compartiendo con los demás. Los frutos son esa órbita nueva
en la que entramos y en la que queremos hacer entrar a nuestro mundo
contagiándolo de amor y de amistad. ‘La
civilización del amor’ que nos decía San Juan Pablo II. La espiral del amor
que tenemos que ir creando para romper toda espiral de mal, de egoísmo, de
violencia que tantos van creando a nuestro alrededor. Contraponemos nosotros la
espiral de la amistad, la espiral del amor.
Entremos, pues, en esa espiral del amor desde la
amistad que el Señor nos ofrece y que nosotros estamos llamados a ofrecer a los
demás.
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