Quien se siente amado de Dios llena su corazón de inmensa alegría y se convierte en misionero del amor
Hechos
de los apóstoles 15, 7-21; Sal
95; Juan
15, 9-11
‘Os he hablado de esto
para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud’. Son las palabras finales que le
escuchamos a Jesús en este evangelio de hoy. Y es que quien se siente amado y
amado de verdad tiene todas las papeletas para ser la persona más feliz del
mundo. Es por lo que tantas veces hemos escuchado que un cristiano triste es un
triste cristiano, porque no ha terminado de comprender ni de vivir lo que es la
esencia del Señor cristiano que es sentirnos amados de Dios.
Y es que el amor es multiplicador de si mismo y de
alegría para cuantos se sienten amados y comienzan a amar así a los demás. Quien
se siente amado no puede hacer otra cosa que amar, repartir eso que lleva
dentro y de lo que quiere hacer partícipe a los demás. Un amor egoísta que se
encierra en si mismo no es amor. Por eso el cristiano, siempre con alegría, con
mucha alegría va repartiendo amor allá por donde va, va repartiendo alegría
porque va ayudando a ser más felices a los demás.
Todo arranca del amor de Dios que mana de sí mismo, de
su más intima esencia y a través de Jesús nos llega a nosotros y por nosotros
ha de llegar a todos. Tenemos que ser misioneros del amor. Ahora el Papa
Francisco nos ha dicho que quiere enviar misioneros de la misericordia por todo
el mundo con motivo del año jubilar de la misericordia, pero es que eso es lo
que tendríamos que estar haciendo siempre los cristianos, ser misioneros del
amor, ser misioneros de la misericordia. Quien se siente amado de Dios llena su
corazón de inmensa alegría y se convierte en misionero del amor. Y tenemos
tantas oportunidades de hacerlo.
Hoy nos decía Jesús: ‘Como el
Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis
mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los
mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor’. El
Padre ama a Jesús y Jesús nos ama a nosotros. Y nos ama con el amor del Padre.
Y en ese amor hemos de permanecer nosotros. Y nos dice Jesús que guardemos sus
mandamientos. Su mandamiento es el del amor.
Quizá la palabra mandamiento
nos pudiera sonar a imposición y las cosas impuestas que se convierten en
obligatorias parece que nos cuestan más por eso de la imposición y nos
podríamos sentir tentados a rechazarlas. Son los caminos de nuestros orgullos
que tanto daño nos hacen y que nos impiden comprender lo más verdadero. Y es
que todo es cuestión de amor, de sentirnos amados y de sentirnos impulsados a
ese amor.
Cuando tiernamente nos
sentimos amados de alguien pareciera que su más mínimo deseo es para nosotros
como una orden porque dichosos en ese amor queremos en todo complacer al amado.
Entendamos así lo que Jesús nos está diciendo de cumplir sus mandamientos, no
es otra cosa que esa respuesta amorosa a tanto amor como recibimos de Dios. No
son para nosotros una imposición a la que nos resistimos, sino una respuesta de
amor al amor que sentimos.
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