Llenos del amor de Dios
que habita en nosotros seamos capaces de ver sus maravillas para que todos den
gloria al Señor
Hechos, 14,15-18; Sal
113; Juan
14, 21-26
‘No a nosotros, Señor, no a
nosotros, sino a tu nombre da la gloria’, decimos
con el salmo como aclamación y respuesta a lo que nos narraba el libro de los
Hechos de los Apóstoles. No es nuestra gloria lo que hemos de buscar sino
siempre la gloria del Señor. No es atribuirnos las cosas buenas que podamos
hacer, sino ver y hacer descubrir a los demás las obras del Señor que quizá a través
nuestro también quiera realizar maravillas.
Es de lo que nos habla el libro de los Hechos hoy. Bernabé y Pablo
están en su primer viaje misionero y en Listra por su fe en Jesús realizan el
milagro de curar a un hombre lisiado y cojo de nacimiento. La reacción de las
gentes es creer que ellos son dioses en apariencia humana por lo que quieren
incluso ofrecerles sacrificios. Con gran dificultad logran convencerles de que
no son sino hombres y si han realizado aquellas maravillas es por la fe en
Jesús, por la acción de Dios.
Es en lo que tenemos que pensar porque es una tentación fácil que nos
aparece allá en lo secreto del corazón y se puede manifestar también en
actitudes y posturas. Es el orgullo que se nos puede meter por dentro por las
cosas buenas que podamos hacer y que lo echa todo a perder. Es la búsqueda de
la alabanza y el reconocimiento que siempre puede estar rondando en nuestro
corazón. O puede ser incluso luego las actitudes de prepotencia con que nos
podamos presentar ante los demás.
Nos sucede a todos. Sucede también en nuestra Iglesia; actitudes
avasalladoras, posturas prepotentes, orgullo de sabérnoslo todo y de tener el
poder, manipulación de los demás muchas cosas así pueden aparecer; creernos
dioses y hasta en la apariencia de nuestros gestos, de nuestra manera de
comportarnos es algo que nos puede suceder; y digo también en nuestro ámbito
eclesial. Qué necesaria es la humildad y con humildad presentarnos a los demás
no como quien se las sabe todas sino como el hermano que va a servir.
Es una pobreza espiritual en la que podemos caer; una tentación y una
pendiente fácil por la que rodar y que
puede ir creciendo y creciendo en velocidad. Tenemos que despojarnos de esos
ropajes para mostrarnos con humildad ante los demás aunque tengamos un servicio
o un ministerio que realizar. El Papa Francisco nos está dando mucho ejemplo de
ello.
En el evangelio que hemos escuchado hoy se nos señalan caminos para ese
crecimiento de nuestra espiritualidad que no es otra cosa que llenarnos más y
más de Dios. Es llenarnos de amor de Dios y amar con ese mismo amor. Cuando
entramos en esa órbita del amor vemos cómo crece más y más si nos dejamos
conducir por el Espíritu del Señor.
Hoy nos decía Jesús que si le amamos, cumplimos sus mandamientos; pero
cuando le amamos así Dios nos amará aún más, tanto que se nos da de tal manera
que quiere habitar en nosotros, en nuestro corazón. ‘El
que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos
morada en él’.
Vivamos en su amor y caminaremos por caminos de
humildad para reconocer siempre la obra de Dios y cantar la gloria del Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario