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lunes, 4 de mayo de 2015

Llenos del amor de Dios que habita en nosotros seamos capaces de ver sus maravillas para que todos den gloria al Señor

Llenos del amor de Dios que habita en nosotros seamos capaces de ver sus maravillas para que todos den gloria al Señor

Hechos,  14,15-18; Sal 113; Juan 14, 21-26
‘No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria’, decimos con el salmo como aclamación y respuesta a lo que nos narraba el libro de los Hechos de los Apóstoles. No es nuestra gloria lo que hemos de buscar sino siempre la gloria del Señor. No es atribuirnos las cosas buenas que podamos hacer, sino ver y hacer descubrir a los demás las obras del Señor que quizá a través nuestro también quiera realizar maravillas.
Es de lo que nos habla el libro de los Hechos hoy. Bernabé y Pablo están en su primer viaje misionero y en Listra por su fe en Jesús realizan el milagro de curar a un hombre lisiado y cojo de nacimiento. La reacción de las gentes es creer que ellos son dioses en apariencia humana por lo que quieren incluso ofrecerles sacrificios. Con gran dificultad logran convencerles de que no son sino hombres y si han realizado aquellas maravillas es por la fe en Jesús, por la acción de Dios.
Es en lo que tenemos que pensar porque es una tentación fácil que nos aparece allá en lo secreto del corazón y se puede manifestar también en actitudes y posturas. Es el orgullo que se nos puede meter por dentro por las cosas buenas que podamos hacer y que lo echa todo a perder. Es la búsqueda de la alabanza y el reconocimiento que siempre puede estar rondando en nuestro corazón. O puede ser incluso luego las actitudes de prepotencia con que nos podamos presentar ante los demás.
Nos sucede a todos. Sucede también en nuestra Iglesia; actitudes avasalladoras, posturas prepotentes, orgullo de sabérnoslo todo y de tener el poder, manipulación de los demás muchas cosas así pueden aparecer; creernos dioses y hasta en la apariencia de nuestros gestos, de nuestra manera de comportarnos es algo que nos puede suceder; y digo también en nuestro ámbito eclesial. Qué necesaria es la humildad y con humildad presentarnos a los demás no como quien se las sabe todas sino como el hermano que va a servir.
Es una pobreza espiritual en la que podemos caer; una tentación y una pendiente fácil por la que rodar y que puede ir creciendo y creciendo en velocidad. Tenemos que despojarnos de esos ropajes para mostrarnos con humildad ante los demás aunque tengamos un servicio o un ministerio que realizar. El Papa Francisco nos está dando mucho ejemplo de ello.
En el evangelio que hemos escuchado hoy se nos señalan caminos para ese crecimiento de nuestra espiritualidad que no es otra cosa que llenarnos más y más de Dios. Es llenarnos de amor de Dios y amar con ese mismo amor. Cuando entramos en esa órbita del amor vemos cómo crece más y más si nos dejamos conducir por el Espíritu del Señor.
Hoy nos decía Jesús que si le amamos, cumplimos sus mandamientos; pero cuando le amamos así Dios nos amará aún más, tanto que se nos da de tal manera que quiere habitar en nosotros, en nuestro corazón. ‘El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él’.
Vivamos en su amor y caminaremos por caminos de humildad para reconocer siempre la obra de Dios y cantar la gloria del Señor.

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