Hagamos
un buen cultivo de la viña que el Señor ha puesto en nuestras manos haciendo
crecer en nuestro interior una verdadera espiritualidad cristiana
Gálatas 2, 19-20; Sal 33; Juan 15, 1-8
Lo contemplo
todos los días en mis paseos mañaneros o de la tarde. Vivo rodeado de campos de
cultivo en especial dedicados al cultivo de la vid. Aparte de haberlo mamado de
lo que contemplaba hacer a mi padre, con el que tantas veces tuve que colaborar
en los cultivos, ahora veo una vez más el mimo con que el agricultor cuida su
viña; que no es solo en una época del año que pensaríamos cuando ya las vides están
cargadas de racimos próximos a la vendimia, sino todo el año siempre hay algo
que hacer, aunque muchas veces nos pudieran parecer plantas muertas; será la
poda, será el prevenir de las plagas, será la atención de sus ramajes en la
medida en que van creciendo y ofreciendo sus frutos, muchas cosas que día a día
hay que ir realizando para poder obtener unos buenos frutos que nos den ricos
mostos y generosos vinos.
Hoy Jesús nos
habla de la vida, de los sarmientos, de los frutos; nos habla del cuidado de la
vid o de su poda para poder obtener los mejores frutos; pero nos habla de la
fortaleza de su ramaje, de sus sarmientos bien unidos a la cepa para recibir la
regeneradora savia; nos habla de los sarmientos que no dan fruto o que se han
desgajado del tronco del que ya no recibirán la savia de la vida; y nos habla
Jesús de nuestra vida, que como los sarmientos tenemos que estar unidos a la
vid para que podamos dar fruto. Sin El nada somos y ningún fruto bueno podrá
aparecer en nuestra vida.
Tenemos la
imagen muy clara delante de nuestros ojos y qué pronto olvidamos su mensaje.
Seguimos con nuestras tendencias individualistas e insolidarias; seguimos
pagados de nuestra autosuficiencia en que nos creemos que por nosotros mismos
lo podemos todo; seguimos con el orgullo que nos seca el corazón y no sabemos
reconocer nuestra debilidad en que si no buscamos el agua viva pronto nos
iremos debilitando y perdiendo vigor para terminar con las ramas secas de
nuestra vida que como los sarmientos inservibles solo valemos para el fuego. Lo
sabemos, pero ¿qué hacemos?
Cuánto nos
cuesta cultivar nuestro espíritu. Tenemos que enraizar profundamente nuestra
vida. cuando el árbol está fuertemente enraizado podrán venir los temporales
fuertes, que aunque dañen superficialmente sus ramas, sin embargo no los pueden
arrancar; aunque la tierra parezca áspera y reseca alrededor, sus raíces sabrán
buscar en las profundidades de la tierra allí donde haya humedad para poder
obtener los necesario nutrientes; bien enraizado y con la humedad necesaria
para darle los nutrientes, las hojas vueltas hacia la luz del sol sabrán
catalizar toda la energía que viene de esa luz del sol para darle verdadero
esplendor a su ramaje y hacer que las flores que surjan un día nos puedan dar
la semilla de su fruto.
Es la vida
espiritual que necesitamos, esa profunda espiritualidad en nuestra vida que nos
llene de la seguridad y fortaleza del espíritu que inunde nuestros corazones.
Surgirán así comunidades vivas, habrá verdaderos apóstoles comprometidos en el
anuncio de la buena nueva del Evangelio y en ir construyendo ese Reino de Dios
en medio nuestro. Es en lo que en verdad tendríamos que preocuparnos los
cristianos, será lo que dará verdadera vitalidad a nuestra Iglesia, es lo que
hará presente en nuestro mundo los frutos del Reino de Dios.
¿Estaremos
haciendo un buen cultivo de esa viña que el Señor ha puesto en nuestras manos?
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