Tenemos
que ser profetas en medio del mundo, que con nuestra vida nos convirtamos de
verdad en signo de algo nuevo y que desde Jesús nosotros podemos ofrecer
Miqueas 6, 1-4. 6-8; Sal 49; Mateo 12, 38-42
También
nosotros buscamos signos y señales. Y no es solo que estemos atentos a la
señales que hay en la carretera para no perdernos ni para ponernos en peligros;
buscamos signos que no solo son los matemáticos para ver cuando toda esta
situación de crisis por la que pasamos va a cambiar; buscamos no solo la expresión
que podamos ver reflejada en el rostro del médico cuando nos está auscultando
para percibir o no si la enfermedad que tenemos es mala; buscamos señales de
algo distinto, de que las cosas mejoren, que la enfermedad ya comienza a
remitir, que no se van a volver a repetir aquellas malas experiencias por las
que en alguna ocasión hemos pasado, de que ya todo está resuelto y no tenemos
que seguir preocupándonos con las mismas cosas… buscamos signos, buscamos
señales que quizá nos ayuden a creer en Dios, a sentir que es verdad que Dios
nos ama y está con nosotros, como buscamos señales de milagros que parece que
todo nos lo puedan dar por solucionado.
Buscamos
signos nosotros, o los que están a nuestro lado buscan signos en nosotros de
que aquello en lo que creemos es verdad; busca signos nuestro mundo en los
creyentes porque en el fondo se interrogan sobre Dios, sobre la vida, sobre el
sentido de las cosas; busca signos nuestra sociedad en la Iglesia porque quiere
ver otra cosa, porque no siempre lo que ve le convence. ¿Qué signos damos al
mundo de que Dios nos ama? ¿Seremos en verdad signos para los demás?
Escuchamos en
el evangelio hoy que la gente, pero en especial los fariseos, los escribas, los
dirigentes del pueblo, piden a Jesús signos para creer en El. Jesús les habla
de un signo que es de su propia muerte y resurrección cuando les habla de
Jonás; pero también en la respuesta de Jesús está el signo de aquella
conversión de las gentes de Nínive cuando escucharon la predicación de Jonás.
Nos vale para
nosotros mismos, para los que decimos que creemos en Jesús, que tenemos que
descubrir las señales de su pascua, lo que en verdad significó su muerte y su
resurrección; nos vale para nosotros para que comencemos a tener las mismas
buenas actitudes de las gentes de Nínive que estaban dispuestas a cambiar, que
se pusieron en camino de penitencia, como signo y expresión de la conversión de
sus vidas a Dios.
Pero nos vale
para que aprendamos a comenzar a ser signo para los demás. Todo lo que pasó
Jonás desde sus dudas y sus miedos, sus huidas y sus castigos, el ser arrojado
al mar o devorado por aquel cetáceo que a los tres días lo devolvería sano y
salvo, hace que sea Jonás el signo. ¿Y cómo nos vamos a convertir en un signo
para los demás? ¿Cómo vamos a comenzar a
ser ese signo para el mundo que nos rodea y que no cree, pero que por nuestros
gestos, por nuestras actitudes, por nuestra manera de actuar y de vivir puedan
comenzar a ver la luz?
Creo que es
lo que nos pide hoy el mundo que sigue necesitando signos, pero que no son
simplemente los hechos milagros y extraordinarios, sino lo que con nuestra vida
nosotros podamos ofrecerle. Es la invitación que estamos escuchando del Señor a
través de este evangelio, que seamos signos para que el mundo crea. No son
palabras bonitas lo que el mundo quiere escuchar; eso ya se lo ofrecen tantos
como charlatanes en la vida social o en la vida política, y la gente está
desencantada. ¿Pero el mundo también estará desencantado por lo que ve en la
Iglesia, por lo que ve en los cristianos?
Tenemos que
ser profetas en medio del mundo, que con nuestra vida nos convirtamos de verdad
en signo de algo nuevo y que desde Jesús nosotros podemos ofrecer. Necesitamos
dar ese primer paso de conversión; necesitamos esa valentía para actuar de
manera profética; necesitamos sentirnos llenos de la fuerza del Espíritu.
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