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viernes, 22 de julio de 2022

El Señor nos llama por nuestro nombre y nos interpela en las lágrimas de los que lloran a nuestro lado

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El Señor nos llama por nuestro nombre y nos interpela en las lágrimas de los que lloran a nuestro lado

Cantar de los Cantares 3, 1-4b; Sal 62; Juan 20, 1-2. 11-18

Te encuentras un niño llorando en la calle y te detienes junto a él y le preguntas, ¿por qué lloras? Te encuentras una persona encogida en un rincón tratando de disimular sus sollozos y te acercas a ella y respetuosamente le preguntas ¿por qué lloras? Quizás un día te encuentras a tí mismo deprimido y hasta medio escondiéndote de tí mismo y te preguntas ¿por qué lloro?

‘¿Por qué lloras?’ Quizás si fuéramos más atentos nos daríamos cuenta de cuántas lágrimas se derraman en nuestro entorno; no nos enteramos quizás por el pudor de quien llora que medio oculta su dolor y no quiere que nadie le vea llorando, o quizás nos hemos insensibilizado tanto que no nos damos cuenta de ese llanto que resuena a nuestro alrededor.

¿Por qué lloramos? ¿Tristezas que se nos meten en el alma? Frustraciones, metas que no hemos podido conseguir, personas que se han arrancado de nuestro corazón y no sabemos por qué, despedidas que rompen al alma, desesperación y angustia ante lo que vemos que sucede en nuestro mundo y que no vemos quien ponga su mano para sacarlo a flote, amigos que se van, familiares a los que le llegó el final de sus vida, luchas a las que no vemos salida, soledades que no encuentran alivio, dolor y sufrimiento al que no encontramos un sentido, vidas vacías y llenas de superficialidad que se toman la vida a risa pero por lo que nos dan ganas de llorar...

Aunque decíamos al principio que le preguntábamos al niño o a la mujer que encontrábamos llorando del por qué de sus lágrimas, seamos sinceros con nosotros mismos porque quizá no le hemos preguntado a una madre por la razón de sus lágrimas, no hemos tenido la sensibilidad al ir por los caminos para escuchar tantos llantos detrás de puertas y ventanas, de los que preferimos no enterarnos, o cerramos los ojos para no ver unas lágrimas rodando mejilla abajo que nos interpelan.

Me estoy haciendo esta reflexión porque hemos escuchado esa pregunta primero en boca de los ángeles del sepulcro, y luego en labios del mismo Cristo, aunque en sus lágrimas ella no lo reconociera, que se le hacía a María Magdalena que llorando se había quedado junto a la piedra de la entrada del sepulcro. No había sabido reconocer el sentido de las palabras de los ángeles que le preguntaban por sus lágrimas, ni había sido capaz de reconocer al que ella tanto amaba, Jesús, su Señor, que le interrogaba detrás de ella. Solo una palabra la había despertado de su letargo y fue la voz de Jesús que la llamaba por su nombre. Todas sus lágrimas se secaron y la tristeza se transformó en alegría, allí estaba el Señor. Pero era Jesús quien había venido a su encuentro, era Jesús quien incluso se había interesado por lágrimas, será al final pronunciado su nombre cuando todo se transforma y ella ya puede reconocer al Señor. ‘¡Maestro!’, le dice y se tira a sus pies. Estamos celebrando hoy a Santa María Magdalena.

Cuando encontremos en la vida a alguien envuelto en sus lágrimas os voy a sugerir que nos acerquemos a esa persona llamándola por su nombre. Esas lágrimas y ese llanto tienen un nombre; esas lágrimas y ese llanto son de unas personas concretas. No son algo anónimo que nos hemos encontrado por el camino, detente e interésate por la persona, detente junto a eso concreto que está viviendo esa persona, porque la palabra con la que nos vamos a acercar para ofrecer consuelo tiene que ser algo concreto de su vida, con sus características y con sus circunstancias.

Desde nuestro yo, que también tenemos nuestro nombre, que también somos unas personas concretas, nos vamos a acercar a un tú que tiene nombre, a un tú que es una persona con sus características y sus circunstancias. Solo con que le digamos su nombre, con que hagamos referencia a algo concreto de su vida, estamos ofreciendo la mejor palabra y el mejor gesto de consuelo.

Pero hay algo más, en el encuentro con esa persona concreta nosotros vamos a sentir como Jesús llega a nuestra vida. Aprendamos a reconocer esa presencia del Señor. Tengamos en cuenta dos cosas, no son personas anónimas porque tienen un nombre y una vida concreta, pero sepamos también reconocer en ellas la voz del Señor que nos está llamando por nuestro nombre.

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