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miércoles, 20 de julio de 2022

Belleza de imágenes, riqueza de matices en la contemplado y escuchado aquella mañana en el lago, pero profunda interpelación para nuestra vida

 


Belleza de imágenes, riqueza de matices en la contemplado y escuchado aquella mañana en el lago, pero profunda interpelación para nuestra vida

Jeremías 1,1.4-10; Sal 70; Mateo 13,1-9

Las imágenes que se nos presentan hoy en el evangelio son realmente cautivadoras. Nos llenamos la mente de imaginación y disfrutamos con esa riqueza de imágenes. Nos ponemos a soñar. Es bueno. La mente necesita también de imágenes que nos cautiven, que nos llamen la atención, imágenes no solo para soñar, sino para que seamos capaces de aterrizar, de bajar a pie de calle, de encontrarnos con la vida.

Por una parte está el cuadro que nos describe el evangelista de lo sucedido en aquella mañana – poniendo imaginación también quiero pensar en una mañana esplendorosa - en la orilla del Tiberíades, las gentes que quizá han venido a ver los resultados de la pesca, pues era la hora en que retornaban las barcas después de una dura faena, pero que se habían encontrado al profeta de Nazaret y en torno a él se habían arremolinado para escucharle. ¿Se olvidarían quizá de lo que realmente habían venido a buscar a la orilla del lago? Ahora todos querían escuchar a Jesús; como tantas veces sucedería entre todos los estrujaban; El decide subir a una de las barcas mientras los pescadores limpiaban las redes, para desde allí como en un escenario hablar de manera que todos le pudieran escuchar.

La escena por si misma y ella sola ya nos tendría que hacer pensar. Querían escuchar a Jesús y se agolpaban en torno a El. Y Jesús no deja pasar la oportunidad de sembrar la semilla. De eso les va a hablar. Y El está allí como ese sembrador que esparce la semilla. ¿Serán todos tierra buena y fértil? Es precisamente en lo que les quiere hacer pensar.

Nos quiere hacer pensar, porque hoy es para nosotros. Pero ¿es que seremos capaces de correr también hasta la orilla porque queremos escucharle?  ¿O pasaremos indiferentes porque ya nos lo sabemos, que lo hemos escuchado tantas veces, y nos pondremos indiferentes a la distancia? Lo han visto muchas veces. Siempre que se reúne y aglomera gente ante algo que sucede o que se está realizando, veremos a los que se ponen a distancia y no se implican, van a ver de qué va la cosa, por ahora no vamos a complicarnos mucho.

Y por ahí va toda la belleza y la riqueza de la parábola que propone Jesús. El sembrador que sale a sembrar la semilla, pero los distintos campos y terrenos por donde va a ir pasando para esparcir esa semilla. No todos los terrenos son iguales, no todos los terrenos están preparados para sembrar esa semilla, no todos los terrenos se han labrado previamente para quitar hierbajos y zarzales, para aflojar la tierra endurecida o para ararla debidamente para que pueda recibir esa semilla que pueda producir luego buenas plantas que den fruto.

Y es aquí donde de nuevo tenemos que mirarnos y constatar nuestra realidad, y ver cual es nuestra predisposición, saber si en verdad estamos dispuestos a escuchar para sembrar en el corazón. La parábola es muy rica en imágenes y matices como para reflejar en verdad ese campo que es la vida, ese campo que es ese mundo en el que vivimos. Ese campo que está en nuestras manos para que lo cultivemos. ¿No nos dijo Dios allá en el Génesis, en los inicios del mundo y de la vida, allá en el paraíso que dominásemos sobre toda la creación? La puso en nuestras manos para que la trabajásemos y pudiéramos hacerle dar buenos frutos.  Pero ¿qué hemos hecho de la vida y del mundo?

Demasiado lo hemos pisoteado de manera que la tierra se nos ofrecerá dura y áspera; demasiados abrojos hemos dejado crecer porque no la hemos cuidado debidamente y brotan los zarzales de nuestros enredos, de nuestros orgullos, de nuestras violencias, de nuestras ambiciones egoístas y hemos creado como un caparazón que nos envuelve, que nos aísla, que nos insensibiliza, que nos encierra. No es la tierra propicia para que una buena semilla haga brotar hermosas plantas que nos den ricos y sabrosos frutos.

Hablábamos de la belleza de las imágenes y de toda la riqueza que encierran estas palabras del Evangelio, pero precisamente esa belleza y riqueza será mayor si somos capaces de aterrizar, de llegar a la realidad de nuestra vida para contrastar, para sentirnos interpelados y estemos dispuestos a hacer todo lo posible por ser esa tierra buena. Es la respuesta que se está esperando de nosotros hoy y ahora.

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