Belleza
de imágenes, riqueza de matices en la contemplado y escuchado aquella mañana en
el lago, pero profunda interpelación para nuestra vida
Jeremías 1,1.4-10; Sal 70; Mateo 13,1-9
Las imágenes
que se nos presentan hoy en el evangelio son realmente cautivadoras. Nos
llenamos la mente de imaginación y disfrutamos con esa riqueza de imágenes. Nos
ponemos a soñar. Es bueno. La mente necesita también de imágenes que nos
cautiven, que nos llamen la atención, imágenes no solo para soñar, sino para
que seamos capaces de aterrizar, de bajar a pie de calle, de encontrarnos con
la vida.
Por una parte
está el cuadro que nos describe el evangelista de lo sucedido en aquella mañana
– poniendo imaginación también quiero pensar en una mañana esplendorosa - en la
orilla del Tiberíades, las gentes que quizá han venido a ver los resultados de
la pesca, pues era la hora en que retornaban las barcas después de una dura
faena, pero que se habían encontrado al profeta de Nazaret y en torno a él se
habían arremolinado para escucharle. ¿Se olvidarían quizá de lo que realmente habían
venido a buscar a la orilla del lago? Ahora todos querían escuchar a Jesús;
como tantas veces sucedería entre todos los estrujaban; El decide subir a una
de las barcas mientras los pescadores limpiaban las redes, para desde allí como
en un escenario hablar de manera que todos le pudieran escuchar.
La escena por
si misma y ella sola ya nos tendría que hacer pensar. Querían escuchar a Jesús
y se agolpaban en torno a El. Y Jesús no deja pasar la oportunidad de sembrar
la semilla. De eso les va a hablar. Y El está allí como ese sembrador que
esparce la semilla. ¿Serán todos tierra buena y fértil? Es precisamente en lo
que les quiere hacer pensar.
Nos quiere
hacer pensar, porque hoy es para nosotros. Pero ¿es que seremos capaces de
correr también hasta la orilla porque queremos escucharle? ¿O pasaremos indiferentes porque ya nos lo
sabemos, que lo hemos escuchado tantas veces, y nos pondremos indiferentes a la
distancia? Lo han visto muchas veces. Siempre que se reúne y aglomera gente
ante algo que sucede o que se está realizando, veremos a los que se ponen a
distancia y no se implican, van a ver de qué va la cosa, por ahora no vamos a
complicarnos mucho.
Y por ahí va
toda la belleza y la riqueza de la parábola que propone Jesús. El sembrador que
sale a sembrar la semilla, pero los distintos campos y terrenos por donde va a
ir pasando para esparcir esa semilla. No todos los terrenos son iguales, no
todos los terrenos están preparados para sembrar esa semilla, no todos los
terrenos se han labrado previamente para quitar hierbajos y zarzales, para
aflojar la tierra endurecida o para ararla debidamente para que pueda recibir
esa semilla que pueda producir luego buenas plantas que den fruto.
Y es aquí
donde de nuevo tenemos que mirarnos y constatar nuestra realidad, y ver cual es
nuestra predisposición, saber si en verdad estamos dispuestos a escuchar para
sembrar en el corazón. La parábola es muy rica en imágenes y matices como para
reflejar en verdad ese campo que es la vida, ese campo que es ese mundo en el
que vivimos. Ese campo que está en nuestras manos para que lo cultivemos. ¿No
nos dijo Dios allá en el Génesis, en los inicios del mundo y de la vida, allá
en el paraíso que dominásemos sobre toda la creación? La puso en nuestras manos
para que la trabajásemos y pudiéramos hacerle dar buenos frutos. Pero ¿qué hemos hecho de la vida y del mundo?
Demasiado lo
hemos pisoteado de manera que la tierra se nos ofrecerá dura y áspera;
demasiados abrojos hemos dejado crecer porque no la hemos cuidado debidamente y
brotan los zarzales de nuestros enredos, de nuestros orgullos, de nuestras
violencias, de nuestras ambiciones egoístas y hemos creado como un caparazón
que nos envuelve, que nos aísla, que nos insensibiliza, que nos encierra. No es
la tierra propicia para que una buena semilla haga brotar hermosas plantas que
nos den ricos y sabrosos frutos.
Hablábamos de
la belleza de las imágenes y de toda la riqueza que encierran estas palabras
del Evangelio, pero precisamente esa belleza y riqueza será mayor si somos
capaces de aterrizar, de llegar a la realidad de nuestra vida para contrastar,
para sentirnos interpelados y estemos dispuestos a hacer todo lo posible por
ser esa tierra buena. Es la respuesta que se está esperando de nosotros hoy y
ahora.
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