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jueves, 21 de julio de 2022

No eran solo los de los tiempos de Jesús quienes no terminaban de entender, porque nos sigue pasando hoy, a nuestra Iglesia en momentos le sigue pasando también

 


No eran solo los de los tiempos de Jesús quienes no terminaban de entender, porque nos sigue pasando hoy, a nuestra Iglesia en momentos le sigue pasando también

Jeremías 2, 1-3. 7-8. 12-13; Sal 35; Mateo 13, 10-17

Pero, ¿es que no lo entiendes aun? Algunas veces nos encontramos con personas así, nunca entienden o nunca quieren entender; están ofuscados en una manera de ver las cosas que parece que se les cerraron los ojos y los oídos para no escuchar ni entender nada más que aquello que tienen metido en la cabeza.

¿Prejuicios? ¿Cerrazón de mente? Pudiera ser, pero no hay quien los cambie; y las relaciones entre las personas se hacen dificultosas; y los proyectos que podamos presentar no saldrán nunca adelante; y no podremos mejorar nada, porque no ven sino lo que siempre se ha hecho y no son capaces de abrirse a nuevas perspectivas, a nueva manera de ver las cosas, a ser capaces de recibir algo de los otros; y la vida sigue igual que hace no sé cuántos años o siglos, porque es que yo no puedo cambiar, es que soy así, y seguiremos siempre con lo mismo. Podríamos seguir resaltando muchas cosas en este sentido, por lo que vemos a nuestro lado, o acaso por posturas que también nosotros podamos mantener en nuestro interior, aunque tratemos de disimularlo.

Nos desconcierta en cierta manera la respuesta que Jesús les da a la pregunta de por qué siempre les habla en parábolas. Habían llegado a casa después de aquella mañana o tarde a la orilla del lago donde Jesús había ido desgranando una serie de parábolas para hablarles del Reino de Dios. ¿Habían entendido todos lo que Jesús les había querido anunciar? La pregunta que ahora hacen a Jesús los discípulos más cercanos, aquel pequeño grupo que se reunía siempre en torno a Jesús, a quienes había llamado de manera especial o se habían ofrecido para seguirle siendo sus discípulos, puede denotar también que ellos no terminaban tampoco de entender todo el sentido de aquellas parábolas, de aquellos ejemplos que Jesús les pusiera.

Y Jesús les dice que les habla en parábolas porque hay gente que escucha sin entender, miran sin ver porque quizás no ven ni entienden algo que esté un poco más allá de sus narices. Y es que han embotado su corazón, se han cerrado y no quieren escuchar, no quieren abrirse a algo nuevo que Jesús les está proponiendo. Aun siguen sin entender aquellas palabras que Jesús les dice cuando les habla del Reino de Dios. Muchos seguirán sin entender, podríamos decir, que hasta el final. ¿No preguntaban sus mismos discípulos más cercanos en los momentos previos a la Ascensión si había llegado ya la hora de la restauración de Israel? Seguían con aquella imagen tergiversada y confusa que tenían del misterio del Mesías, seguían soñando en reinos y poderes de este mundo, porque hasta el último momento andaban aún peleándose por los primeros puestos.

A pesar de las parábolas, tenemos que preguntarnos, si nosotros habremos entendido bien lo que es el Reino de Dios. ¿No seguiremos soñando con los poderes fácticos de este mundo y algunas veces habremos querido hacer la Iglesia también un poder mundano? No eran solo los de aquellos tiempos los que no terminaban de entender a Jesús, porque a nosotros nos sigue pasando, porque a nuestra Iglesia en muchos momentos le sigue pasando.

Tenemos nuestras ideas preconcebidas de lo que tiene que ser una religión, de lo que tiene que ser la Iglesia, de lo que han de representar los pastores de la Iglesia cuando los hemos equiparado hasta en los nombres con el estilo y la manera de ser de los poderes de este mundo. Mucho tendremos que cambiar, mucho tendremos que escuchar una y otra vez las parábolas de Jesús, mucho tenemos que rumiar en nuestro corazón todo lo que es el mensaje del Evangelio para que al final terminemos de asimilarlo.

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