Nos
habla Jesús de confianza y perseverancia, de la insistencia de nuestra oración,
cómo hemos de saber hacerlo desde el secreto del corazón con la intensidad del
amor
Génesis 18, 20-32; Sal 137; Colosenses 2,
12-14; Lucas 11, 1-13
‘Señor,
enséñanos a orar’. Quizás ha sido siempre la primera oración. Siempre lo decimos, no
sabemos rezar, no sabemos orar. Lo pidieron los discípulos, como escuchamos hoy
en el evangelio, cuando veían que Jesús se retiraba con frecuencia a solas para
orar. No era solo la oración del sábado en la sinagoga, no eran los momentos de
subida al templo de Jerusalén, en la fiesta de la Pascua, o en las otras
fiestas; cantaban salmos e himnos, escuchaban la lectura de la Ley y los
Profetas.
Pero en Jesús
veían que era distinto. Como lo sentimos nosotros tantas veces. Cuántas veces
habremos dicho ‘no sé orar’; cuántas veces le hemos pedido a nuestros
sacerdotes o a aquellas personas más religiosas de nuestro entorno, que nos
enseñasen a orar, porque no sabemos hacerlo, siempre nos quedamos
insatisfechos.
Jesús nos
enseña a orar. Pero no son solo sus palabras en este momento o con esta fórmula
que nos ofrece, sino que en la medida en que nos ha ido hablado del Reino de
Dios de alguna manera nos ha estado diciendo cómo ha de ser nuestra oración.
¿Qué mejor manera que comenzar nuestra oración con esa palabra tan querida para
Jesús? Nos está hablando continuamente del Padre, y como nos llegará a decir en
un momento determinado, quien le ve a El, ve al Padre, porque nadie va al Padre
sino por El.
Pues esa es
la palanca principal de nuestra oración, la que nos lo dice todo, la que nos
hace entrar en el misterio insondable de Dios, la que nos viene a llenar de
Dios. ‘Vosotros decid, Padre…’ saboreando esa palabra lo tenemos casi
todo hecho para nuestra oración. Es como para quedarse extasiado en la
contemplación. Es saborear lo más hermoso. Es comenzar a gustar el cielo.
Porque es comenzar a gustar el amor; es sentirse inundado de amor y comenzar a
amar de la misma manera, con la misma generosidad, con el mismo entusiasmo, con
el mismo fervor. Eso es lo grandioso.
¿No nos ha
estado hablando como mensaje fundamental el anuncio del Reino de Dios que
llega? Decir el Reino de Dios es reconocer que Dios es nuestro único Señor;
decir el Reino de Dios en sentirnos envueltos por ese Dios y por ese amor. Es
lo que ahora de manera especial sentimos cuando le decimos a Dios, Padre; nos
gozamos con ello pero es que ya comenzamos a desear algo nuevo, queremos que
todos se sientan inundados por ese mismo amor, que todos lleguen a conocer ese
amor que Dios nos tiene, que todos podamos amar a Dios de la misma manera que
sentimos que se amor se derrocha sobre nosotros.
Nos sentimos
seguros, porque nos sentimos amados. Nos ponemos en sus manos, como ponemos
todos nuestros deseos; queremos sentir la providencia amorosa de Dios sobre
nosotros, porque si Dios cuida de las flores del campo y alimenta a los
pajarillos que vuelan por cielo, cómo no nos va a cuidar, cómo no nos va a
hacer sentir su amor, cómo vamos a sentirnos desamparados. Tenemos la confianza
de que no nos faltará el pan de cada día, no nos faltará su amparo y protección
porque nunca nos faltará su amor. Con qué confianza nos dirigimos entonces a
Dios, con qué confianza nos sentimos en su presencia, con qué confianza pedimos
por todas las necesidades del mundo.
Pero como
decíamos ya vamos a comenzar a tener una mirada nueva, es la mirada que se
vuelve luminosa porque está llena del amor. Es la mirada nueva con que miramos
a los demás porque sabemos que ellos son también amados de Dios, es la mirada
de los hermanos que se quieren y que casi solo con la mirada se dicen cosas
hermosas; será la mirada de la generosidad pero también de la comprensión, será
la mirada del perdón cuando sentimos que con alguna arista nos hemos herido los
unos a los otros, es la mirada que nos hace entrar en una nueva comunión. ¿Qué
es lo que nos está diciendo Jesús cuando nos habla de que le pedimos perdón a
Dios por nuestra falta de respuesta a su amor, pero que estamos también siempre
dispuestos a perdonar a los demás?
Quienes se
sienten amados se sienten seguros, decíamos antes. Pero nos sentimos seguros
porque nos sentimos fortalecidos en ese amor. Y con la fuerza de ese amor
superaremos obstáculos, venceremos dificultades, superaremos la tentación que
tantas veces nos puede volver a incitar al mal. Si no sentimos amados, ¿cómo es
que podemos dejarnos arrastrar por el mal? Todo eso, mucho más le estamos
queriendo manifestar a Dios nuestro Padre cuando seguimos el aprendizaje de
Jesús de lo que tiene que ser nuestra oración, cuando rezamos conforme al espíritu
de la oración que Jesús nos enseñó.
‘Señor,
enséñanos a orar’, le decimos también nosotros a Jesús. Y nos habla Jesús de la confianza
y de la perseverancia, nos habla Jesús de la insistencia con que hemos de orar
a Dios, nos habla Jesús de cómo hemos de saber hacerlo desde el secreto de
nuestro corazón, nos habla Jesús de la intensidad del amor que hemos de poner
nosotros en esa oración, en ese encuentro con el Padre.
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