Que
el Espíritu del Señor nos guíe y nos ayude a hacer esa vasija nueva desde la
renovación que tiene que partir de nuestros corazones para llegar a una vida
nueva
Jeremías 18, 1-6; Sal 145; Mateo 13, 47-53
Son cosas que
nos pasan a todos en casa. Los armarios se nos van llenando de ropa así sin
darnos cuenta; ropas nuevas que vamos comprando porque queremos irnos
renovando, pero al mismo tiempo muchas veces vamos guardando, porque quizás nos
da pena desechar aquella pieza de ropa, que tanto nos sirvió en un momento
determinado y allá la guardamos en el fondo del armario sin darnos cuenta de
que se nos va quedando obsoleta y ahora ya no nos vale, porque hay nuevos
gustos, porque nosotros hemos ido cambiando; mientras quizá en otro momento nos
encontramos algo que si tiene valor aun, que no ha perdido, por así decirlo, su
brillo, y nos vale para conjuntar en determinados momentos.
¿Y a qué
viene todo esto? Pues algo que Jesús nos ha dicho hoy. Si en un momento
determinado nos ha dicho que a vino nuevo necesitamos odres nuevos, y que no
nos valen los remiendos y los apaños porque lo viejo será siempre viejo y nos
van a aparecer rotos peores con esos arreglos, ahora nos habla de la sabiduría
del padre de familia que va sacando del arco lo nuevo y lo antiguo según
convenga en cada momento. Nos había pedido radicalidad para aceptar la novedad
del Reino de Dios y por eso nos pedía conversión, cambio profundo del corazón,
pero también nos decía que no había venido a abolir la ley y los profetas sino
a darle plenitud.
Es de lo que
nos está hablando hoy. Entramos, es cierto, en una orbita nueva cuando
aceptamos el reino de Dios y no nos vale ser hombres viejos, sino que tenemos
que ser el hombre nuevo nacido del agua y del Espíritu, como le decía a
Nicodemo, pero la mismo tiempo tiene que estar la sabiduría de saber lo que es
lo fundamental, ese mensaje profundo del evangelio y de toda la Palabra de Dios
que no podemos dejar a un lado. Es la profundidad que tenemos que ir sabiéndole
dar a la vida, a lo que hacemos, a lo que vivimos. Y eso lo podremos hacer si
en verdad nos dejamos conducir por el Espíritu del Señor.
Nos cuesta
quedarnos en el punto medio. Hay veces en que nos llenamos de tanto brío que
todo lo queremos cambiar sin saber discernir de verdad donde se está manifestando
el Espíritu del Señor. Por eso nos hablará Jesús también en el evangelio de la
fidelidad de las cosas pequeñas, que nos pueden parecer insignificantes, pero
que si no sabemos ser fiel en lo poco tampoco lo sabremos ser en lo que
verdaderamente es importante. Todos habremos pasado en mas de una ocasión por
ese brío tan juvenil que quiere desechar todo lo que sea anterior, sin darnos
cuenta de que en esas cosas, aunque nos parezcan pequeñas están lo fundamentos
de lo que en verdad queremos grande.
Algunas veces
en la iglesia, en nuestras comunidades y parroquias pasamos en nombre de
renovación por esas fiebres destructoras. No es simplemente el cambio de las
cosas lo que ha de producir la renovación, sino el cambio de los corazones,
nuestro cambio interior. No es fácil suprimir cosas porque ahora a los que nos
parece sentirnos más jóvenes nos puedan parecer cosas del pasado y en nuestro
desconocimiento nos pudieran parecer pobres, pero han sido cosas, han sido
movimientos en la Iglesia que mantuvieron la fe del pueblo cristiano y que
siguen siendo el sustento de la fe de tantos, fueron, por ejemplo, los caminos
y experiencias de oración que mantuvieron en pie a la Iglesia, y le dieron
fortaleza en los momentos difíciles, y han sido el caldo de cultivo de la
espiritualidad de tantos que han vivido una vida santa. ¿Qué significaron, por
ejemplo, las cofradías religiosas y hermandades de todo tipo en la vida de la
Iglesia y que fueron caldo de cultivo de la espiritualidad de la Iglesia?
Que sea el Espíritu
del Señor el que nos guíe y nos ayude a hacer esa renovación que, repito, tiene
que partir de nuestros corazones. Es el alfarero divino, como nos decía el
profeta, que va haciendo en nosotros esa vasija nueva.
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