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jueves, 28 de julio de 2022

Que el Espíritu del Señor nos guíe y nos ayude a hacer esa vasija nueva desde la renovación que tiene que partir de nuestros corazones para llegar a una vida nueva

 


Que el Espíritu del Señor nos guíe y nos ayude a hacer esa vasija nueva desde la renovación que tiene que partir de nuestros corazones para llegar a una vida nueva

Jeremías 18, 1-6; Sal 145; Mateo 13, 47-53

Son cosas que nos pasan a todos en casa. Los armarios se nos van llenando de ropa así sin darnos cuenta; ropas nuevas que vamos comprando porque queremos irnos renovando, pero al mismo tiempo muchas veces vamos guardando, porque quizás nos da pena desechar aquella pieza de ropa, que tanto nos sirvió en un momento determinado y allá la guardamos en el fondo del armario sin darnos cuenta de que se nos va quedando obsoleta y ahora ya no nos vale, porque hay nuevos gustos, porque nosotros hemos ido cambiando; mientras quizá en otro momento nos encontramos algo que si tiene valor aun, que no ha perdido, por así decirlo, su brillo, y nos vale para conjuntar en determinados momentos.

¿Y a qué viene todo esto? Pues algo que Jesús nos ha dicho hoy. Si en un momento determinado nos ha dicho que a vino nuevo necesitamos odres nuevos, y que no nos valen los remiendos y los apaños porque lo viejo será siempre viejo y nos van a aparecer rotos peores con esos arreglos, ahora nos habla de la sabiduría del padre de familia que va sacando del arco lo nuevo y lo antiguo según convenga en cada momento. Nos había pedido radicalidad para aceptar la novedad del Reino de Dios y por eso nos pedía conversión, cambio profundo del corazón, pero también nos decía que no había venido a abolir la ley y los profetas sino a darle plenitud.

Es de lo que nos está hablando hoy. Entramos, es cierto, en una orbita nueva cuando aceptamos el reino de Dios y no nos vale ser hombres viejos, sino que tenemos que ser el hombre nuevo nacido del agua y del Espíritu, como le decía a Nicodemo, pero la mismo tiempo tiene que estar la sabiduría de saber lo que es lo fundamental, ese mensaje profundo del evangelio y de toda la Palabra de Dios que no podemos dejar a un lado. Es la profundidad que tenemos que ir sabiéndole dar a la vida, a lo que hacemos, a lo que vivimos. Y eso lo podremos hacer si en verdad nos dejamos conducir por el Espíritu del Señor.

Nos cuesta quedarnos en el punto medio. Hay veces en que nos llenamos de tanto brío que todo lo queremos cambiar sin saber discernir de verdad donde se está manifestando el Espíritu del Señor. Por eso nos hablará Jesús también en el evangelio de la fidelidad de las cosas pequeñas, que nos pueden parecer insignificantes, pero que si no sabemos ser fiel en lo poco tampoco lo sabremos ser en lo que verdaderamente es importante. Todos habremos pasado en mas de una ocasión por ese brío tan juvenil que quiere desechar todo lo que sea anterior, sin darnos cuenta de que en esas cosas, aunque nos parezcan pequeñas están lo fundamentos de lo que en verdad queremos grande.

Algunas veces en la iglesia, en nuestras comunidades y parroquias pasamos en nombre de renovación por esas fiebres destructoras. No es simplemente el cambio de las cosas lo que ha de producir la renovación, sino el cambio de los corazones, nuestro cambio interior. No es fácil suprimir cosas porque ahora a los que nos parece sentirnos más jóvenes nos puedan parecer cosas del pasado y en nuestro desconocimiento nos pudieran parecer pobres, pero han sido cosas, han sido movimientos en la Iglesia que mantuvieron la fe del pueblo cristiano y que siguen siendo el sustento de la fe de tantos, fueron, por ejemplo, los caminos y experiencias de oración que mantuvieron en pie a la Iglesia, y le dieron fortaleza en los momentos difíciles, y han sido el caldo de cultivo de la espiritualidad de tantos que han vivido una vida santa. ¿Qué significaron, por ejemplo, las cofradías religiosas y hermandades de todo tipo en la vida de la Iglesia y que fueron caldo de cultivo de la espiritualidad de la Iglesia?

Que sea el Espíritu del Señor el que nos guíe y nos ayude a hacer esa renovación que, repito, tiene que partir de nuestros corazones. Es el alfarero divino, como nos decía el profeta, que va haciendo en nosotros esa vasija nueva.

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