Caminos
de Dios que nosotros también hemos de recorrer y que en nosotros han de ser
signos para los demás para que todos puedan ver las maravillas de Dios
Isaías 35, 1-10; Sal 84; Lucas 5, 17-26
Dios se mete
en medio de nosotros aunque a veces no sepamos descubrir su presencia o lo que
quiere decirnos a través de lo que nos sucede. Sí, Dios está caminando en medio
de nosotros y tendríamos que tener una buena sintonía de Dios, una mirada
verdaderamente creyente para cuanto nos sucede. No para que estemos viendo
siempre castigos, porque cuando suceden desgracias tenemos esa tentación fácil.
Aquello que inocentemente decíamos de niños, ‘Dios castiga sin piedra ni
palo’, cuando nos sucedía algo que no entendíamos después de quizás haber
metido la mata en alguna cosa. Yo hoy no lo diría así, sino que el amor de Dios
se hace presente no para castigarnos, sino para llamarnos y no son piedras ni
palos sino muchos gestos bonitos que podemos ver en los demás y que son señales
de ese amor de Dios.
Hoy
contemplamos en el evangelio un pasaje que en su mismo desarrollo fue
desconcertante para algunos, sin embargo al final nos dirá el evangelista que
la gente daba gloria a Dios porque había visto maravillas. Unos hombres – bien
anónimos porque poco se dice de quienes eran pero que son muy importantes en
este relato – vienen trayendo en una camilla a un paralítico que quieren hacer
llegar hasta los pies de Jesús. Ante las dificultades por la afluencia de gente
a la entrada de la puerta se las ingenias para descubrir el tejado y por allí
bajar al hombre en su camilla hasta los pies de Jesús.
¿Sorpresa por la osadía de aquellos
hombres? El dueño de la casa ya estaría pensando quien iba a arreglar todo
aquel destrozo. Pero la sorpresa fue mayor en la reacción de Jesús. ‘Viendo
la fe que tenían le dice: Hombre, tus pecados están perdonados’. ¿No venían
para que Jesús curase a aquel hombre? pero esa quizá fue la reacción menor,
porque por allí andaban unos fariseos y maestros de la ley que comienzan a
hablar de blasfemia. Y eso era muy grave, pues aplicando al pie de la letra la
ley de Moisés al blasfema habría que apedrearle. A tanto quizá no llegan, pero
su reacción es notable de manera que encontrará respuesta en Jesús.
‘¿Qué estáis pensando en vuestros
corazones? ¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o decir:
Levántate y echa a andar? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene
poder en la tierra para perdonar pecados —dijo al paralítico—: A ti te lo digo,
ponte en pie, toma tu camilla y vete a tu casa’. Y aquel
hombre quedo curado, tomó su camilla y fue a su casa.
Dios estaba allí presente y lo que se
estaba manifestando era la misericordia infinita de Dios. Aquellos fariseos y
maestros de la ley no la supieron ver; la gente sencilla – es a los pequeños y
a los sencillos a los que se manifiesta mejor el rostro de Dios – supieron
reconocerlo y daban gloria a Dios. ‘Hoy hemos visto maravillas’,
exclaman todos.
Es en cada uno de los pequeños detalles
donde se está manifestando la gloria de Dios. Nos han pasado desapercibidos
aunque somos conscientes de su fe y su valentía para llegar a descolgar por el
techo al paralítico. ¿Pero no tendríamos que ver ahí también los caminos de
Dios?
Eran unos voluntarios, como ahora los
llamaríamos, pero estaban haciendo la obra de Dios. Eran unos voluntarios que
estaban caminando, quizá sin saberlo o ser conscientes del todo, los caminos de
Dios. Los caminos de Dios que también se están abriendo para nosotros. Grande
es el campo donde podemos recorrerlo, porque muchas cosas semejantes podemos ir
haciendo en la vida. Ayudaron al paralítico a llegar hasta Jesús, ayudar…
Cuántas manos podemos tender, cuántos
brazos podemos ofrecer para que sirvan de apoyo, cuantos hombros podemos poner
junto al abatido para que descanse allí su pena y su dolor, cuántos oídos
tenemos que abrir para escuchar aunque nos lo repitan cansinamente una y otra
vez las penas y las angustias de tantos que sufren, cuánto tenemos que abrir
nuestros ojos para ver, para darnos cuenta, para captar la necesidad o ver esa
mirada suplicante… cuántas camillas podemos nosotros portar de tantos a los que
les cuesta caminar por la vida.
Los caminos de Dios que nosotros
también hemos de recorrer; los caminos de Dios que en nosotros han de ser
signos para los demás. Que todos puedan ver las maravillas de Dios.
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