Es
hora de que bajemos a la arena de la vida para dar un testimonio valiente en el
seno de la Iglesia de lo que es en verdad seguir a Jesús
Isaías 48, 17-19; Sal 1; Mateo 11,
16-19
Ni juegan ni
dejan jugar, actitud y postura del niño caprichoso. Ni hacemos ni dejamos
hacer, y ya no son actitudes y posturas de niños, sino que muchas veces los
mayores así andamos. Los que desconfían de todo, los que a todo le ponen pegas,
los que van siempre a contracorriente, los que no ponen un dedo positivo en
cualquier obra que se emprenda, pero siempre tendrán algo que decir, una falta
que poner, una forma distinta de hacer las cosas, los que de todo opinan pero
no tienen un criterio claro de nada. Y ya no son niños pequeños, pero si que
viven con una actitud infantil. Nos encontramos muchos en la vida con características
así, pero, cuidado, no seamos nosotros también como el perro del hortelano que
ni come él ni deja comer al amo.
¿Qué voy a
hacer con esta generación? Se pregunta Jesús y ya nos dice que son como los
chiquillos de la plaza, nunca se ponen de acuerdo para nada, la cuestión es
estar siempre en contra del otro. Ni creyeron a Juan a quien veían muy austero
y les daba miedo pero ahora critican a Jesús y poco menos que lo llaman bebedor
y borracho porque come con los publicanos y pecadores.
Todos tenían
en mente la llegada del Mesías, pues era la esperanza de Israel desde todos los
siglos, pero con los profetas se había ido incrementando esa esperanza. Se
preguntaban si Juan sería el Mesías, aunque no le terminaban de creer; solo
gente sencilla se había ido con Juan al desierto a escucharle porque sus
palabras despertaban esperanza, pero desde la Jerusalén oficial no quieren
reconocer la misión de Juan y no terminan por aceptarle.
Pero ahora
hacen lo mismo con Jesús. También serán los sencillos los que vayan a
escucharle, si acaso alguien más importante quiere escucharle irá de noche a
ver a Jesús, y los principales tratan de ganárselo invitándolo a comidas como
para contrarrestar el que Jesús comiera con publicanos y pecadores; pero se ven
sorprendidos y descubiertos por Jesús en sus intenciones y terminarán también
por poner todos en contra hasta llevarle a la muerte.
Les costaba
aceptar la simplicidad del evangelio que anunciaba Jesús porque quizás estaban
añorando un mundo de normas y de reglas donde de alguna manera vieran como
consagrados sus privilegios; por eso cuando Jesús habla de amor y de
misericordia, de una autenticidad en las vidas despojándose de tantas caretas
con que trataban de ocultar corazones llenos de vicio y de maldad, no pueden
aceptar a Jesús. No entienden un mundo de misericordia, de perdón, de armonía
entre todos para todos sentirse hermanos. También rechazarán a Jesús.
¿Nos pasará a
nosotros igual de alguna manera? seamos conscientes de las pegas que nosotros
también ponemos, de las rebajas que nos queremos hacer en tantas ocasiones, en
cómo también nos ponemos como a la distancia ante lo que se hace en la Iglesia
para opinar, para criticar, de derruir muchas veces lo que otros hacen porque
no lo hicimos nosotros o porque nos creemos que nosotros los haríamos mejor. Es
la postura del que se pone como a la distancia para juzgarlo todo, pero no es
capaz de acercarse para echar una mano. Lo hacemos en la Iglesia en tantas
ocasiones, como también se convierte en costumbre de lo que hacemos en los
caminos de nuestra sociedad; no nos comprometemos con nada, pero de todo
queremos opinar creyéndonos que tenemos la llave de la sabiduría.
¿No será hora
de que bajemos a la arena de la vida y pongamos mano por obra para poner
nuestra parte en eso que queremos que sea mejor en nuestro mundo? ¿No será hora
de que nos pongamos a caminar con nuestra Iglesia viviendo un compromiso serio
y un testimonio valiente ante del mundo de lo que es en verdad seguir a Jesús?
¿No tendría que ir por ahí nuestro compromiso y nuestro camino de Adviento?
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