El
creyente cristiano con el testimonio de su vida y de sus obras ha de ser
profecía de salvación para nuestro mundo de hoy que ha perdido la esperanza
Baruc 5, 1-9; Sal 125; Filipenses 1, 4-6.
8-11; Lucas 3, 1-6
Se nos da un
marco histórico muy concreto con datos además totalmente fiables. Es el momento
histórico que está viviendo el pueblo judío sometidos al imperio romano,
señalándosenos en concreto el nombre del gobernador romano, pero las
circunstancias concretas de la administración de toda la región de Palestina y
el poder religioso que aun permanecía en Jerusalén.
Tiene su
significado. No es una cosa baladí en la que se ha entretenido el evangelista
con su erudición histórica, sino que está situándonos el momento concreto en
que nos llega la salvación. Fue aquel momento, como nosotros hemos de situarnos
en nuestro momento concreto, con las circunstancias concretas, con los hechos
de nuestra historia que en el momento presente vivimos cuando nosotros hemos de
escuchar esa Palabra de Dios hoy. Si Jesús más tarde en la sinagoga de Nazaret
utiliza la Palabra ‘hoy’ para hablarnos del cumplimiento de aquella
profecía que acaba de proclamar, es en este hoy del presente donde hemos de ver
cumplida también esa Palabra de Dios en nuestra vida.
Momentos de incertidumbre y de interrogantes como siempre hay en nuestro corazón, momentos que nos alertan y nos despiertan ante la Palabra de Dios que llega a nuestra vida, pero siempre para el creyente momentos de esperanza y de una alegría que en cierto modo vamos pregustando en aquel anuncio que se nos hace.
Es lo que
nos anuncia el profeta en la primera
lectura: ‘Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción que llevas,
y vístete las galas perpetuas de la gloria que Dios te concede. Envuélvete en
el manto de la justicia de Dios, y ponte en la cabeza la diadema de la gloria
del Eterno, porque Dios mostrará tu esplendor a cuantos habitan bajo el cielo…’
Son las vestiduras que solo podrá vestir el que tiene mucha esperanza en su
corazón. Es lo que tenemos que despertar en nosotros. Quiere despertar en
nosotros la Palabra que se nos anuncia, para que podamos vestir ‘las galas
perpetuas de la gloria que Dios nos concede’.
Y es que nosotros estamos viviendo este
tiempo de Adviento en este hoy concreto de nuestra vida son sus desolaciones,
con sus angustias y sufrimientos, con nuestras preocupaciones del día a día,
con las catástrofes naturales que nos asolan y llenan de angustia a tantas
personas, con unas pandemias que no terminamos de vencer, con una crisis en la
sociedad que no solo es lo económico que no sabemos cómo levantar sino también
sobre todo de valores morales, con un mundo que va cayendo en la pendiente de
la indiferencia en lo religioso, con multitud de problemas en nuestra Iglesia
que nos llenan de estupor y pueden hacer caer en un sin sentido a tantos.
Ahí se levanta delante de
nosotros la profecía que nos anuncia una palabra de esperanza, pero que nos
pide una renovación profunda en nuestra vida. Surgió allá en el desierto de
Judea junto al Jordán la voz de Juan al que pronto llamarían el Bautista.
Anunciaba un bautismo de conversión porque los caminos de Dios había que
enderezarlos. Recordaba lo que había anunciado el profeta Isaías: ‘Voz del
que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos;
los valles serán rellenados, los montes y colinas serán rebajados; lo torcido
será enderezado, lo escabroso será camino llano. Y toda carne verá la salvación
de Dios’.
¿Qué nos estará anunciando esa
voz profética? ¿Qué nos estará pidiendo? ¿Cuál será ese camino de conversión
que hemos de recorrer? No perdamos de vista las palabras finales del profeta. ‘Y
toda carne verá la salvación de Dios’.
Para aquellas angustias e
interrogantes, para esos caminos que vamos haciendo en los que hemos perdido el
sentido, para ese mundo que hemos ido destrozando en la medida en que hemos
permitido que se vaya alejando más y más de Dios, hay salvación, porque será
posible la transformación, porque será posible comenzar algo nuevo, porque
podremos liberarnos de tantas cosas que nos han ido enredando en una maraña
incomprensible de pensamientos y de cosas, porque podemos purificarnos de todo
eso que nos ha envuelto y llenado nuestra vida de maldad y de pecado, porque
podremos comenzar a ver de nuevo la luz y las tinieblas no nos vencerán, porque
podemos hacer un hombre nuevo, una iglesia nueva, un mundo nuevo y mejor.
El verdadero creyente en Jesús no
pierde nunca la esperanza; tenemos que mostrarnos maduros en nuestra fe, sintiéndonos
fortalecidos por el Espíritu del Señor que está con nosotros; no nos podemos
dejar apabullar por tantas voces de aquí y de allá que nos quieren atraer unos
con sus cantos de sirena y otros viéndolo todo tan catastrófico que solo ven la
ruina como destino final. Es también el anuncio que tenemos que hacer a nuestro
mundo. Con el testimonio de nuestras obras convirtámonos en profetas de
salvación para nuestro mundo.
‘Y esta es mi oración, nos decía san Pablo, que vuestro amor siga
creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores.
Así llegaréis al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de
justicia, por medio de Cristo Jesús, para gloria y alabanza de Dios’. Hagámosla
nuestra dejándonos así transformar por el amor de Dios y con nuestro testimonio
poniendo esperanza en nuestro mundo.
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