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jueves, 9 de diciembre de 2021

Tenemos que cuidar la imagen que nosotros demos con el testimonio de nuestra vida de Jesús, de la Iglesia, de los valores del evangelio

 


Tenemos que cuidar la imagen que nosotros demos con el testimonio de nuestra vida de Jesús, de la Iglesia, de los valores del evangelio

 Isaías 41, 13-20; Sal 144; Mateo 11, 11-15

Las apariencias pueden engañarnos; y las apariencias nos las creamos nosotros en nuestra imaginación; nos hacemos la idea de cómo tiene que ser una cosa y no somos capaces de ver la realidad; estamos buscando algo en el revoltijo de nuestras cosas y pasamos una y otra vez por nuestra mano lo que andamos buscando y no somos capaces de reconocerlo.

Pero lo de menos son las cosas, lo importante son las personas, y la imagen que nos creamos no sabiendo captar en profundidad el valor de una persona; muchas veces las personas buenas de verdad nos pasan desapercibidas, pero nos encandilamos con quien habla mucho de si mismo o trata de manifestarse de una forma atractiva para llamarnos la atención. Cuántas veces de una misma persona nos encontramos dos opiniones enfrentadas en los que dicen que la conocen quizá por la imagen que de ella nos hemos hecho desde nuestros prejuicios o de las oscuridades que llevamos no solo en nuestros ojos sino en el corazón.

¿Qué idea se tenían del Mesías que había de venir los contemporáneos tanto del Bautista como del mismo Jesús? ¿Cuál es la idea que se formaron de Juan Bautista? Mientras muchos acudían entusiasmados a la orilla del Jordán pensando quizá que ya había llegado la hora del Mesías, había quienes desconfiaban de él e incluso enviaban embajadas que de alguna manera iban a examinar con lupa lo que Juan decía y hacía Lo mismo harían posteriormente con Jesús.

¿Es el Mesías? ¿Es un profeta? ¿Es un antiguo profeta que ha vuelto a aparecer? ¿Será acaso Elías el que fue arrebatado al cielo en un carro de fuego que ha vuelto de nuevo como anunciaron algunos profetas? ¿Por qué bautiza y qué es lo que realmente anuncia? Y la figura de Juan pasó cuando primero fue encarcelado luego fue decapitado por Herodes a pesar de los revuelos que había levantado su presencia en el desierto juno al Jordán. Cuando más tarde Jesús les preguntara que sentido tenía el bautismo de Juan, si era cosa de Dios o cosa de los hombres, incluso no querrán responder. Herodes se quedaría con sus dudas y tormentos de conciencia cuando aparece la figura de Jesús.

Ahora será Jesús el que hable de Juan situándolo de verdad en su misión. Un día diría que no era una caña cascada en el desierto que el viento lleva de allá para acá, para señalar la verdad y la fortaleza de la palabra que había anunciado el Bautista preparando los caminos del Señor. Ahora nos recordará que ha sido el que ha venido con el espíritu y el poder de profecía de Elías como se lo había anunciado el ángel al Zacarías en el templo, aunque muchos no han querido reconocerlo.

Son las imágenes prefijadas de antemano las que nos confunden, como se confundieron con la figura de Juan Bautista porque sus miradas eran turbias. Son las imágenes también prefijadas de antemano que muchos pueden tener de Jesús, de la Iglesia o de la religión quizás también porque el corazón anda turbio y cuesta entonces ver y reconocer con claridad.

Claro que muchas veces somos nosotros culpables de esa neblina turbia que creamos en torno a Jesús, o en torno a la Iglesia, porque no hemos dado un testimonio claro de nuestra fe. Los propios cristianos podemos crear esa neblina turbia cuando nuestra vida se convierte en antitestimonio, porque no hay la rectitud debida en nuestras vidas.

Es lo que tenemos que cuidar, la imagen que demos del cristianismo, de la Iglesia, de la fe por nuestra vida; no estamos reflejando en nosotros siempre con toda claridad los valores del evangelio, no resplandecen las virtudes cristianas, no somos siempre auténticos ejemplos de solidaridad y de amor; nos decimos cristianos y nuestras vidas dejan mucho que desear. La apariencia que damos no es la de unos creyentes en Jesús totalmente convencidos y comprometidos. Podríamos habernos convertido en una pantalla opaca que  no deja traslucir la luz de Jesús y del evangelio.

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