Tenemos
que cuidar la imagen que nosotros demos con el testimonio de nuestra vida de
Jesús, de la Iglesia, de los valores del evangelio
Isaías 41, 13-20; Sal 144; Mateo 11,
11-15
Las
apariencias pueden engañarnos; y las apariencias nos las creamos nosotros en
nuestra imaginación; nos hacemos la idea de cómo tiene que ser una cosa y no
somos capaces de ver la realidad; estamos buscando algo en el revoltijo de
nuestras cosas y pasamos una y otra vez por nuestra mano lo que andamos
buscando y no somos capaces de reconocerlo.
Pero lo de
menos son las cosas, lo importante son las personas, y la imagen que nos
creamos no sabiendo captar en profundidad el valor de una persona; muchas veces
las personas buenas de verdad nos pasan desapercibidas, pero nos encandilamos
con quien habla mucho de si mismo o trata de manifestarse de una forma
atractiva para llamarnos la atención. Cuántas veces de una misma persona nos
encontramos dos opiniones enfrentadas en los que dicen que la conocen quizá por
la imagen que de ella nos hemos hecho desde nuestros prejuicios o de las
oscuridades que llevamos no solo en nuestros ojos sino en el corazón.
¿Qué idea se
tenían del Mesías que había de venir los contemporáneos tanto del Bautista como
del mismo Jesús? ¿Cuál es la idea que se formaron de Juan Bautista? Mientras
muchos acudían entusiasmados a la orilla del Jordán pensando quizá que ya había
llegado la hora del Mesías, había quienes desconfiaban de él e incluso enviaban
embajadas que de alguna manera iban a examinar con lupa lo que Juan decía y
hacía Lo mismo harían posteriormente con Jesús.
¿Es el
Mesías? ¿Es un profeta? ¿Es un antiguo profeta que ha vuelto a aparecer? ¿Será
acaso Elías el que fue arrebatado al cielo en un carro de fuego que ha vuelto
de nuevo como anunciaron algunos profetas? ¿Por qué bautiza y qué es lo que
realmente anuncia? Y la figura de Juan pasó cuando primero fue encarcelado
luego fue decapitado por Herodes a pesar de los revuelos que había levantado su
presencia en el desierto juno al Jordán. Cuando más tarde Jesús les preguntara
que sentido tenía el bautismo de Juan, si era cosa de Dios o cosa de los
hombres, incluso no querrán responder. Herodes se quedaría con sus dudas y
tormentos de conciencia cuando aparece la figura de Jesús.
Ahora será
Jesús el que hable de Juan situándolo de verdad en su misión. Un día diría que
no era una caña cascada en el desierto que el viento lleva de allá para acá,
para señalar la verdad y la fortaleza de la palabra que había anunciado el
Bautista preparando los caminos del Señor. Ahora nos recordará que ha sido el
que ha venido con el espíritu y el poder de profecía de Elías como se lo había
anunciado el ángel al Zacarías en el templo, aunque muchos no han querido
reconocerlo.
Son las
imágenes prefijadas de antemano las que nos confunden, como se confundieron con
la figura de Juan Bautista porque sus miradas eran turbias. Son las imágenes
también prefijadas de antemano que muchos pueden tener de Jesús, de la Iglesia
o de la religión quizás también porque el corazón anda turbio y cuesta entonces
ver y reconocer con claridad.
Claro que
muchas veces somos nosotros culpables de esa neblina turbia que creamos en
torno a Jesús, o en torno a la Iglesia, porque no hemos dado un testimonio
claro de nuestra fe. Los propios cristianos podemos crear esa neblina turbia
cuando nuestra vida se convierte en antitestimonio, porque no hay la rectitud
debida en nuestras vidas.
Es lo que
tenemos que cuidar, la imagen que demos del cristianismo, de la Iglesia, de la
fe por nuestra vida; no estamos reflejando en nosotros siempre con toda
claridad los valores del evangelio, no resplandecen las virtudes cristianas, no
somos siempre auténticos ejemplos de solidaridad y de amor; nos decimos
cristianos y nuestras vidas dejan mucho que desear. La apariencia que damos no
es la de unos creyentes en Jesús totalmente convencidos y comprometidos.
Podríamos habernos convertido en una pantalla opaca que no deja traslucir la luz de Jesús y del
evangelio.
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