Como
María también nosotros caemos en gracia ante Dios porque en su benevolencia nos
sentimos regalados por Dios que con María nos entrega a Jesús como Salvador
Génesis 3, 9-15. 20; Sal 97; Efesios 1, 3-6.
11-12; Lucas 1, 26-38
Más vale caer
en gracia… decimos más de una vez cuando hemos sido beneficiados por algo, pero
no en sentido de algo que la suerte nos haya traído, sino en el sentido de que
alguien en su benevolencia ha pensado en nosotros y ha querido regalarnos algo
que nos llena de satisfacción.
En un mundo
tan lleno de acritud, en mundo en que nos envuelven las sombras de la duda y de
la desconfianza, en un mundo que vamos haciendo violento con nuestras envidias
y rencillas, con nuestros resentimientos y orgullos mal curados, con un amor
propio que sale tan fácil a flote y que nos lleva a enfrentamientos y luchas,
el sentir que alguien gratuitamente nos regala algo, nos descoloca, parece que
no estamos acostumbrados, nos sorprende y algunas veces no sabemos ni cómo
reaccionar. Claro que a esa gratuidad de lo que tan generosamente se nos ofrece
tendría que corresponder por nuestra parte una gratitud que no se quede solo en
palabras.
‘Has
hallado gracia ante Dios’, le dice el ángel a María después de sus saludos. La llena de gracia,
la saludó el ángel, porque Dios estaba con ella. María le cayó en gracia a
Dios. Estamos viendo es cierto ese actuar de Dios con María a la que eligió por
sí mismo depositando en ella todo su amor, pero tenemos que reconocer que la
gracia que María estaba recibiendo no era solo para ella, sino que era gracia
para toda la humanidad. El regalo de la gracia de Dios para María era un regalo
para la humanidad, porque a través de María nos iba a hacer llegar a quien iba
a ser en verdad la salvación para toda la humanidad.
María es la
elegida de Dios para ser su Madre, María era la elegida de Dios para ser la
madre del salvador del mundo. Aquel Hijo que por obra del Espíritu Santo habría
de nacer de sus purísimas entrañas, el Hijo del Altísimo, será llamado Hijo de
Dios iba, sin embargo, a llevar un nombre que venía a significar ese regalo de
Dios para la humanidad. ‘Y le pondrás por nombre Jesús porque el salvará al
pueblo de sus pecados’. Ya nos dirá en otro momento el evangelio que tanto
amó Dios al mundo que no paró hasta entregarnos a su Hijo único. Es el regalo
de Dios, es la benevolencia de Dios.
El mundo se
iba a llenar de luz porque las sombras iban a desaparecer. Nos tenemos que
sentir sorprendidos por esa luz que comienza a brillar para nosotros y que de
alguna manera nos viene de mano de María, pero que es el regalo de la
benevolencia de Dios para con todos nosotros. No quiere el Señor otra cosa para
nosotros que la salvación, como nos repetirá en otras ocasiones el evangelio,
la buena nueva que nos trae Jesús. Si antes decíamos que en ese mundo tan
convulso en el que vivimos, tan lleno de egoísmos y de insolidaridades nos
descoloca cuando nos encontramos con alguien que generosamente nos regala algo,
así tenemos que sentirnos ante el misterio de Dios que hoy se nos revela en
María.
Hoy es un día
cuando celebramos su Inmaculada Concepción y escuchamos este evangelio que
estamos comentando en el que no paramos de cantar alabanzas a María porque así
se dejó llenar de Dios en esa disponibilidad y en esa apertura de su corazón a
lo que era la voluntad de Dios pero tenemos que fijarnos en la generosidad de
su respuesta.
Es la
correspondencia de María a la gratuidad del don de Dios para ella y para la
humanidad. Está ella reconociendo ese don de Dios. ‘El Poderoso se fijó en
la pequeñez de su esclava’, cantaría María en la visita a su prima Isabel
en la montaña, reconociendo que el Señor había hecho obras grandes en ella y
por eso la iban a felicitar todas las generaciones. Pero ella con su respuesta
estaba manifestando como la misericordia del Señor se iba a seguir derramando
por todas las generaciones. ‘Su misericordia llega a sus fieles de generación
en generación…’
Claro que el
Señor derramó su gracia sobre ella y la hizo grande; claro que en María veremos
resplandecer todas las virtudes y toda la santidad; claro que hoy la
contemplamos Inmaculada en ese don que Dios le concedió al preservarla de todo
pecado en virtud de los méritos de su Hijo Jesús.
Nos gozamos
con ella, nos felicitamos con ella como los hijos se felicitan con la madre.
Pero nuestra fiesta de María tiene que ser ese reconocimiento de la gratuidad
de la benevolencia de Dios sobre nosotros que se tiene que convertir en la
generosa gratitud que con toda nuestra vida imitando a María nosotros tenemos
que ofrecer. María es también ese regalo de Dios para la humanidad, para todos nosotros. Cantemos agradecidos la gloria
del Señor. ‘Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha
bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos’.
Bendito sea Dios que nos ha regalado a María.
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