Fiémonos
de la fuerza del Espíritu Santo que habita en nuestro corazón y manifestemos
con valentía toda la energía de nuestra fe y de los valores del Evangelio
Romanos 4,13. 16-18; Sal 104; Lucas
12, 8-12
Hoy en la vida podemos tener la
tendencia a ir siempre, como decíamos quizás en otra época, echados para
adelante, ir de fachas, de que todo nos lo sabemos, que nunca nos queremos
quedar atrás, que siempre tenemos que prevalecer, nuestras opiniones son las
que valen y no nos callamos ante nada. No es que todos seamos así, pero sí nos
encontramos muchos que quieren ir como figurines siempre delante y no se callan
por nada. Parece que tenemos que ir así dando muestras de triunfo, de que todo
nos lo sabemos y de lo contrario nos quedaríamos como encerrados. Es una tentación
que todos podemos tener.
Pero en verdad ¿seremos valientes en
todas las cosas? Quizás en esas apariencias del mundo así queremos mostrarnos,
en aquellas cosas que puedan hacernos florecer y aparentar nos ponemos delante
en ese afán de triunfo en que se vive la vida. Pero quizá cuando tenemos que
dar la cara por los demás, cuando tengamos que defender unos valores y
principios de vida, cuando tengamos que manifestar lo más profundo de nosotros
mismos, ahí ya no nos mostramos con las mismas valentías.
Y no digamos nada cuando entramos en el
ámbito de lo religioso o de los valores cristianos en que tenemos una tendencia
en la sociedad de que eso es algo privado, es cosa de cada uno en particular y
no tiene por qué manifestarse o expresarse públicamente.
Significa quizá que no hayamos terminado
de comprender lo que son en verdad los valores espirituales de la persona o lo
que la fe tiene que significar en la vida. Ni es un adorno que nos pongamos
como un broche en algunas ocasiones, ni puede ser nunca algo que ocultemos o
relegamos al último rincón como quien guarda en el baúl de los recuerdos o de
los trastos viejos los recuerdos que nos trasmitieron nuestros mayores y no
dejemos entonces que esa fe y esos valores impregnen el sentido de mi vida. No
habremos terminado de entender lo que significa ser cristiano, ser un seguidor
de Jesús.
Hoy Jesús nos está diciendo que es
necesario que demos la cara por El. Un cristiano no puede ser una persona que
se oculte; un cristiano tiene que dar razón de su fe y de su esperanza pero no
solo con palabras sino con el testimonio de una vida. No es algo que se pueda
quedar en el ámbito de lo privado, de lo que llevamos oculto en el corazón. No
podemos ser los cristianos unas personas que vayamos temerosas y como
avergonzadas por la vida por la fe que tenemos.
No es fácil, porque nos sentimos
apabullados; no es fácil porque algunas veces por aquello de la humildad que
tanto se nos ha inculcado no queremos dar la impresión de orgullo por nuestra
fe; si de algo tenemos que sentirnos orgullosos es de nuestra fe, porque es lo
que nos da la alegría más honda a nuestra vida, porque nos llena de sentido y
de trascendencia en todo aquello que hacemos. Damos la cara porque los
cristianos tenemos que ser las personas más comprometidas con nuestro mundo
para hacerlo mejor.
Nuestros valores y principios son
fundamentales para la construcción de ese mundo. No es desde la fantochada y de
la vanidad, sino desde un amor serio y comprometido donde vamos a transformar
nuestro mundo. Y la fe nos da sentido a ello, y la fe nos da fuerza para
lograrlo.
Y como nos dice hoy Jesús en el
evangelio no nos tiene que dar miedo porque nos quedemos sin fuerzas; tenemos
con nosotros la fuerza del Espíritu del Señor que pondrá energía en nuestro
corazón, sabiduría en nuestras palabras, convencimiento en nuestras posturas,
fortaleza para enfrentarnos a todo lo que pueda ser dificultad.
‘Cuando os conduzcan a las
sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o
con qué razones os defenderéis o de lo que vais a decir, porque el Espíritu
Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir’. Fiémonos de la fuerza del Espíritu Santo que habita
en nuestros corazón y manifestemos con valentía toda la energía de nuestra fe y
de los valores del Evangelio.
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