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lunes, 19 de julio de 2021

Tiene que haber en nuestro corazón una apertura al misterio, ser capaces de entrar en otra sintonía espiritual y abrirnos a algo distinto que nos trasciende de nuestra vida

 


Tiene que haber en nuestro corazón una apertura al misterio, ser capaces de entrar en otra sintonía espiritual y abrirnos a algo distinto que nos trasciende de nuestra vida

Éxodo 14,5-18; Sal: Ex 15,1-2.3-4.5-6; Mateo 12,38-42

Cuando nos obstinamos en nuestras ideas, por muchas pruebas o razonamientos que nos hagan, si no queremos verlo, nunca lo llegaremos a ver; y decimos que somos razonables, que lo que queremos son pruebas, todo lo queremos pasar por el tamiz de nuestros razonamientos, pero hay algo que se nos pone delante de los ojos como una sombra y no hay manera de que veamos claro. Queremos pruebas, todo lo queremos pasar por lo que decimos nuestras lógicas humanas.

Pero hay cosas que nos trascienden, que van más allá de esas lógicas y de esos razonamientos, porque son cosas que tenemos que ser capaces de sentir en nosotros. Cuando andamos en esos caminos de la fe andamos muchas veces como en una lucha entre nuestros razonamientos, nuestras visiones, y algo que es mucho más hondo y que de alguna manera se convierte en inexplicable, pero que podemos llegar a vivir.

Tiene que haber en nuestro corazón una apertura al misterio, tenemos que ser capaces de entrar en otra sintonía espiritual, tenemos que abrirnos a algo distinto y que nos trasciende de nuestra vida, tenemos que ser capaces de palpar algo que no lo podemos hacer con las manos, pero que si lo podemos hacer cuando le damos posibilidades a la fe. Por eso decimos que entramos en una sintonía espiritual, por eso hablamos de un don sobrenatural que nos viene concedido de lo alto, por eso llegamos a apreciar otros sabores y otras sabidurías que le llegan a dar a nuestro espíritu un toque distinto. Algo que muchas veces no tenemos palabras para expresar ni para explicar, pero algo que nos eleva por dentro y nos hace aspirar a cosas más altas y más elevadas por decirlo de alguna manera.

Aquellos mismos que habían visto cómo Jesús liberaba al hombre poseído por el espíritu del mal y que comienzan a atribuírselo a Jesús a otras fuerzas malignas, ahora le piden signos para creer. Han tenido el signo ante los ojos y los han cerrado para no querer creer en el signo, pero que es lo que ahora piden. Y Jesús les dice que no se les dará signos a la manera que ellos piden.

Y les habla de Jonás aquel profeta que un día desoyó la voz de Dios que le llamaba a una misión y más quiso irse en dirección contraria. Sería engullido por el cetáceo del mar pero había sido devuelto vivo y sano para que cumpliera su misión; y aquellos a los que invitó a la conversión, cambiaron sus vidas para escuchar la voz del profeta. Y les dice Jesús que los ninivitas que creyeron la palabra de Jonás un día se levantarán con aquella generación que ni quisieron creer a quien era mucho más que un simple profeta.

Y les habla de la Reina del Sur que vino de tierras lejanas para disfrutar de la sabiduría de Salomón, pero ahora hay alguien que tiene una sabiduría mayor que la de Salomón y la generación contemporánea no lo escucha.

¿No serán signos para nosotros para que en verdad descubramos la obra salvadora de Jesús y la sabiduría de sus palabras? Cerramos nuestros ojos a las obras de Dios, cerramos nuestros oídos y nuestro corazón a la sabiduría del Evangelio de Jesús. ¿Hay algo mayor o mejor que el evangelio que nos lleve a una mayor plenitud de vida y por caminos de mayor felicidad?

Algunas veces tenemos a nuestro alcance las mejores comidas con los mejores sabores, pero nos hemos acostumbrado de tal manera que ya no sabemos apreciar eso tan rico y sabroso que se nos ofrece. Nos puede pasar con el evangelio de Jesús que de tal forma nos acostumbremos que hayamos perdido el sabor de su sabiduría.

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