Todo
el que ama y ama de verdad siente el ardor y el deseo en el corazón de estar
con la persona amada y de la que se siente amada
Cantar de los Cantares 3, 1-4b; Sal 62; Juan
20, 1-2. 11-18
Todo el que ama y ama de verdad siente
el ardor y el deseo en el corazón de estar con la persona amada y de la que se
siente amada. No queremos perder a aquel a quien amamos, lo buscamos, deseamos
gozarnos de su presencia, sentir el calor de la cercanía del amor.
Y hablamos del amor en todas sus
manifestaciones, serán los enamorados que se buscan, los amigos que quieren
estar juntos y expresarse en confianza, el amor de los padres o de los hijos
que damos lo que sea por estar con los
seres queridos y bien que notamos su ausencia, o es el amor que todos hemos de
tenernos donde buscamos la buena convivencia y la armonía para sentirnos
felices en medio de nuestro mundo aunque muchas puedan ser las dificultades que
por otro lado siempre nos pueden aparecer.
Hoy celebramos a una enamorada, María
Magdalena; enamorada con el amor más puro por Jesús cuando quizás antes en su
vida pecadora no había sabido comprender lo que era el amor verdadero. Como
dice el evangelista Marcos de ella el Señor había expulsado muchos demonios.
Justo es que la veamos siempre en la cercanía Jesús con aquellas buenas mujeres
que lo acompañaban junto con los discípulos por todos los caminos de Palestina.
Valiente la veremos llegar hasta el pie de la cruz, pues allí el evangelista
señala su presencia. No había pasión ni muerte que pudiera separarla de Jesús.
Por eso la veremos en aquella mañana
del primer día de la semana, cuando pasado el sábado ya podían caminar
libremente por la ciudad de Jerusalén que junto con otras mujeres acude al
sepulcro para embalsamar debidamente el cuerpo de Jesús. Pero allí no está el
cuerpo muerto de Cristo y mientras las otras mujeres marchan a avisar a los discípulos,
ella permanece allí llorosa al pie de la tumba queriendo averiguar qué es lo
que ha pasado, donde está el cuerpo de Jesús.
No le convencen las palabras de los
ángeles dentro del sepulcro y cuando aparece alguien que ella cree que es el
encargado del huerto pronto surge el diálogo y la pregunta. ‘¿Por qué
lloras?... Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto...
Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré…’
El ardiente amor de su corazón y sus copiosas lágrimas le nublan la visión para
reconocer a aquel con quien está hablado; cree ella que es el hortelano.
Pero surge la palabra que le llegará al
alma y despertará todos sus sentidos para reconocer la voz, para reconocer al
Maestro. ‘¡María!’ Fue suficiente para que se tirara a sus pies en el
deseo de abrazarle y de no dejar que se pudiera marchar. ‘¡Raboni!
¡Maestro!’, es el grito de amor de María Magdalena. Ya luego correrá a
decir a los apóstoles que ha visto al Señor.
Es la fuerza del amor. La fuerza del
amor que también nos hará buscar Jesús porque queremos estar con El. Es el amor
de nuestra vida. Es el que da sentido a todo nuestro ser y a toda nuestra vida.
Es lo que hemos de desear, estar para siempre con Jesús después de que nos
hayamos encontrado con El. Es la manera en que tenemos que caldear nuestro
corazón. Es la búsqueda continua de nuestra vida y nuestro deseo más profundo.
Estar con Jesús para dejarnos inundar de su amor.
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