Seremos
en verdad la familia de Jesús cuando hacemos como María plantando la palabra de
Dios en nuestro corazón
Éxodo 14, 21 — 15, 1; Sal.: Ex
15,8-9.10.12.17; Mateo 12,46-50
‘Aquí está la esclava del Señor’, había dicho un día María allá en Nazaret. ‘Hágase
en mí según tu palabra’. Y había plantado la Palabra del Señor en su
corazón. No había otra razón de ser para su vida. Ese era todo el sentido de su
existencia. Obediencia de la fe, obediente siempre a la Palabra del Señor.
Lo que acabamos de oír hoy en el
evangelio no es una minusvaloración de María hecha por su propio hijo Jesús.
Todo lo contrario. El también obediente al Padre su alimento era hacer la
voluntad del Padre del cielo. ‘Aquí estoy para hacer su voluntad’ había
proclamado Cristo a su entrada en el mundo.
Un día María lo había visto partir de
Nazaret. Se ponía en camino. En los datos casi cronológicos de algunos
evangelistas parecía que su marcha de Nazaret había sido para ir también a
escuchar al Bautista en las orillas del Jordán. Pero allí había de ser señalado
desde el cielo como el Hijo amado y predilecto del Padre a quien habíamos de
escuchar. Era la Palabra que se había encarnado y plantado su tienda en medio
de nosotros; era la Palabra que había de resonar bien fuerte por los caminos y
aldeas de Galilea y por toda Palestina. Era el camino que había emprendido
desde su salida de Nazaret.
Aunque había vuelto por Nazaret donde
no habían querido escucharle y poner su fe en El, ahora es María con sus
hermanos la que viene hasta Jesús. Le avisan. ‘Ahí están tu madre y tus
hermanos’, pero El quería resaltar muy bien quien era su madre y quienes
serían para siempre sus hermanos. Los que escuchan la Palabra de Dios y la
plantan en su corazón. Como había hecho María como ya lo proclamara ella en
Nazaret.
Esos son mi madre y mis hermanos. Esa
es mi madre, la que escucha la Palabra y la planta en su corazón. Es lo que nos
está queriendo decir Jesús. Es el camino que está abriendo también delante de
nosotros. Cómo tenemos que acoger la Palabra de Dios. Y nos hablará de la
semilla sembrado en toda tierra, y nos hablará de la semilla de la que se
espera que dé fruto al ciento por uno, y nos hablará de la semilla que se enraíza
en nuestro corazón y comienza a germinar en nueva vida, sin que sepamos cómo, y
nos hablará de ese misterio de Dios que es su Palabra produciendo fruto en
nuestro corazón.
María está
siendo para nosotros un modelo de esa acogida de la Palabra de Dios. Palabra de
Dios que la abre al misterio de Dios. Cuántas maravillas se realizan en su
corazón desde su acogida de la Palabra de Dios. El Espíritu del Señor, que la
fecundó con su sombra está realizando obras maravillosas en ella, que se siente
la pequeña, la esclava del Señor. Cómo lo canta María en el Magnificat. ‘El
Señor hizo en mí obras grandes’. ‘El Señor que derriba del trono a los
poderosos y enaltece a los humildes’, a María la ha levantado, la ha
exaltado porque ella es la Madre del Señor. ‘¿De donde a mí que venga a
visitarme la madre de mi Señor?’ proclamará también Isabel reconociendo las
maravillas de Dios.
Es la Palabra
de Dios que la pone siempre en camino. Irá presurosa a la montaña para servir a
su prima Isabel de la que ha tenido conocimiento de que va a ser madre y
necesitará alguna ayuda. Pero es la María que estará siempre con los ojos
abiertos para detectar una necesidad pero también para provocar el milagro que
transformará el agua en vino cuando somos capaces de hacer lo que El nos diga.
Pero es
también la María que estará en el corazón de la Iglesia, como estuvo allí en
cenáculo acompañando a aquella comunidad que estaba naciendo, ayudando a que
aquellos discípulos abrieran también su corazón a Dios y se dejaran transformar
por el Espíritu. ¿Queremos ser en verdad la comunidad de Jesús, la familia de
Jesús? Hagamos como María, dejémonos fecundar por la Palabra de Dios y nuestros
corazones se transformarán, y nos llenaremos de amor, y seremos capaces de
estar siempre en camino como María para llevar a Dios a los demás.
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