Sepamos
descubrir en las travesías de la vida que el Señor va con nosotros y sentémonos
junto a El para escucharle, para que las olas de su ternura bañen nuestros pies
Jeremías 23, 1-6; Sal. 22; Efesios 2, 13-18;
Marcos 6, 30-34
Los apóstoles se fueron de crucero con
Jesús. Así lo diríamos hoy. Una travesía en barca por las tranquilas aguas del
mar de Galilea ciertamente es algo placentero y son buenos momentos de relax y
de descanso. Y era lo que realmente buscaba Jesús con los discípulos. Habían
regresado de la misión que les había encomendado, contaban sus experiencias,
pero era tanta la gente que acudía para estar con Jesús que, como dice el
evangelista, no tenían tiempo ni para comer. Y Jesús quiere llevárselo a un
lugar apartado para descansar un poco. Ya la misma travesía se convertía en
momentos de descanso. Iban ellos solos con Jesús y oportunidad tenían para
contar sus experiencias, momento era propicio para descansar estando con el
Señor.
He tenido la suerte de hacer esa
travesía del lago de Tiberíades y confieso que es algo maravilloso y hasta
puede ser una experiencia espiritual que cala hondo en el alma. Ya sea
atravesando el lago en barca o simplemente estando sentado a su orilla
escuchando el suave murmullo de las olas es una rica experiencia si uno en
verdad quiere sentir y escuchar las palabras de Jesús pronunciadas en ese mismo
lago, o gozarnos espiritualmente de la presencia del Señor que allí puede uno
sentir.
Vemos, sin embargo, que cuando llegan
al lugar escogido para ‘acampar’, digámoslo así, la gente de las aldeas y
pueblos vecinos se les habían adelantado y allí estaba una muchedumbre ansiosa
también de estar con Jesús y escucharle. Sintió lástima de ellos, dice el
evangelista, porque estaban como ovejas sin pastor. Y se puso a enseñarles con
calma. Casi podemos escuchar sus palabras aunque ahora el evangelista no nos
detalle lo que les estaba enseñando.
Con lo que hemos venido diciendo hasta
ahora en torno a este episodio que nos ofrece
hoy el evangelio creo que podemos sentir una llamada en nuestro corazón,
una invitación de Jesús para irnos a estar con El. Lo necesitamos. Vivimos
demasiado ajetreados en la vida con nuestras locas carreras; decimos que
tenemos tanto que hacer que no sabemos detenernos para encontrarnos al menos
con nosotros mismos; ni nos encontramos con nosotros mismos, ni sabemos
encontrarnos con los demás, y cuanto menos algunas veces nos sucede no sabemos
encontrarnos con Dios.
Necesitamos ese lugar apartado, esa
travesía del lago, ese momento de silencio dejando quizá que las olas de la
playa mojen nuestros pies. Necesitamos saber detenernos y apagar nuestras músicas,
silenciar nuestros oídos a tantos gritos y locuras que nos envuelven. Si no
hacemos silencio ni a nosotros mismos nos escucharemos. Y tenemos que saber
sacar a flote tantas cosas que llevamos revueltas en el corazón, necesitamos
escucharnos esos interrogantes que nos surgen tantas veces dentro de nosotros
mismos pero que o los acallamos o decimos que lo dejamos para luego, pero no
nos enfrentamos a la verdad de nuestra vida.
Necesitamos ese silencio en nosotros
para escuchar ese susurro de Dios en la suave brisa que nos envuelve, como le
sucedió al profeta allá en lo alto de la montaña cuando huía de sus problemas y
de sus angustias, pero vino a encontrarse con Dios para luego ponerse en camino
de nuevo para su misión. No podemos ir a la misión, a eso que Dios nos tiene
encomendado para el camino de nuestra vida y nuestro encuentro con los demás,
si antes no hemos escuchado bien en lo hondo de nosotros mismos ese susurro de
Dios que pondrá en orden tantas cosas dentro de nuestro corazón.
Sepamos encontrar ese momento. Quizás
nos preocupamos mucho de nuestro descanso físico para recuperar las fuerzas de
nuestro cuerpo y andamos ansiosos por encontrar unos fines de semana o unos
tiempos de vacaciones para dejar a un lado nuestros trabajos, pero quizá no nos
preocupamos tanto de ese descanso y de esa renovación de nuestro espíritu.
Hemos de saber encontrar la verdadera alegría
de nuestra vida en esa paz para nuestro espíritu. Son las baterías del alma las
que tenemos que saber también recargar y eso tenemos que hacerlo en el Señor. Pongamos
espiritualidad profunda en nuestra vida, vayamos a estar con el Señor, sepamos
descubrir en esas travesías de nuestra vida que el Señor va con nosotros y
sentémonos a sus pies para escucharle, para empaparnos de sus palabras y de su
vida, dejemos que las olas de su ternura bañen nuestros pies y nos hagan sentir
paz en el alma.
Vayámonos de crucero con Jesús.
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