No
convirtamos en campos de batalla los terrenos que entre todos tendríamos que
cultivar y sepamos ofrecer siempre la mutua colaboración
Éxodo 12, 37-42; Sal 135; Mateo 12, 14-21
Vamos a decirlo así, pero en las
rutinas de la vida está el que por cualquier motivo nos hagamos la guerra los
unos a los otros. Bueno, es lo que vemos con facilidad en nuestro entorno y
acaso nosotros podamos caer en esas espirales de violencia que nos creamos
algunas veces por verdaderas minucias.
Una palabra dicha en un mal momento es
suficiente para que el otro se lo tome a mal como una gran ofensa y ya
comencemos con nuestras rencillas, resentimientos que poco a poco van en
crecida y de lo que hacemos luego un mundo de guerras y batallas. Cuántos
vecinos andan a la greña los unos con los otros por un mal entendido en un
momento determinado que no se supo perdonar, sino que eso motivó que luego el
ya ahora contrincante le haga algo peor.
Cuántas veces en reuniones vecinales
que tendrían que llevar a la concordia y a querer trabajar juntos en una misma dirección
para resolver problemas de la comunidad, como el otro opina distinto a lo que
yo opino, porque se tomó en un momento determinado una dirección que no era lo
que yo desde mis ideas o mis intereses quería, terminan por hacerse la guerra
los unos a los otros terminando por convertir lo que tenía que ser un
intercambio de ideas en un campo de batalla.
Claro que también hay gente pacífica,
que busca el entendimiento, que quiere dialogar y confrontar ideas pero con el
deseo de llegar a un acuerdo, gente que sabe perder en un momento determinado para que no se pierda la
paz, gente que da un paso a un lado para dejar que las ideas de los otros
caminen y son capaces de poner todos sus deseos de colaboración. Es cierto. No
todo es negativo. No siempre son campos de batalla.
Es el mensaje que hoy se nos quiere transmitir
en el evangelio. El anuncio del Reino de Dios por parte de Jesús había creado
malestar en ciertos sectores de los judíos que estaban a la contra. Hoy vemos
en el evangelio que ya hay grupos que estaban buscando la manera de quitar de
en medio a Jesús. Pero Jesús en estos momentos no entra al trapo, como se suele
decir. Da un paso a un lado y se va por otros lugares para seguir haciendo el
anuncio del evangelio. Es cierto que aquellos que lo quieren quitar de en medio
lo lograrán un día llevándole a la muerte de cruz, aunque bien sabemos, porque
es parte de nuestra fe, que la victoria está de parte de Jesús a quien
contemplaremos resucitado de entre los muertos.
Ahora el evangelista al hacernos el relato recuerdo textos de los profetas que hablaban del siervo de Yahvé. ‘Así se cumplió lo dicho por medio del profeta Isaías: Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, en quien me complazco. Sobre él pondré mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, nadie escuchará su voz por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no lo apagará, hasta llevar el derecho a la victoria; en su nombre esperarán las naciones’.
Es Jesús, es cierto, el elegido de
Dios, el amado en quien el Padre se complace, como escucharemos en el relato de
la transfiguración. Como el mismo Jesús había recordado en la sinagoga de
Nazaret es aquel sobre quien está el Espíritu del Señor que le ha consagrado y enviado
para anunciar la liberación y el año de gracia del Señor. Pero será el que fue
anunciado en su nacimiento como el Príncipe de la paz; su misión no es gritar
desde la violencia, su camino es el del servicio siendo capaz de hacerse el último
y el servidor de todos. Será el que viene a avivar los rescoldos de esperanza y
buena voluntad que quedan en los corazones y el que sabe contar con todos aún
con aquellos que son los más despreciados de los hombres.
¿Qué es lo que le vemos realizar en el
evangelio? Comerá incluso con los publicanos y los pecadores, porque por encima
de su posible pecado El será capaz de apreciar el más mínimo rescoldo de amor. Se
le perdonan sus muchos pecados porque amó mucho, dirá cuando la mujer
pecadora llore a sus pies y derrame perfumes que llenen con su fragancia toda
la casa. Cuenta con todos porque aquellas mujeres pecadoras serán las que lo
acompañen incluso hasta el pie de la cruz – allí estaba Magdalena – y un
publicano o alguno procedente del grupo de los zelotes formarán parte del grupo
de los apóstoles por El especialmente llamados.
¿Aprenderemos nosotros a no convertir
en campo de batalla el campo que entre todos hemos de saber cultivar? Creo que
el mensaje de Jesús está claro. Si nos dejáramos empapar por este espíritu del
evangelio qué distintas serían nuestras relaciones, cuánta colaboración seríamos
capaces de poner entre todos.
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