Un
bastón y unas sandalias para salir al camino y hacer camino, para ir al
encuentro y para dejar unas huellas señalando que con el camino de Jesús es
posible ese mundo mejor
Amós 7, 12-15; Sal. 84; Efesios 1, 3-14;
Marcos 6, 7-13
Un bastón y unas sandalias, signos del
caminante, del que sale a los caminos, del que se pone en camino, del que va a
la aventura porque una aventura es ir a lo desconocido, una aventura es llevar
la alforja vacía confiando solo en lo que va a encontrar, en lo que le van a
ofrecer en la acogida, si la hay. Un camino hecho desde la confianza en
nosotros mismos que vamos haciendo el camino, o en aquellos con los que nos
encontramos que nos van a recibir y a los que le vamos a ofrecer no cosas,
porque nada llevamos en la alforja, sino lo que nosotros mismos somos.
Un bastón y unas sandalias, signo de la
vida misma que es camino, camino nuevo que no hemos recorrido, camino nuevo que
hemos de hacer, de trazar incluso con nuestros pasos. Así es la vida, no la
habíamos vivido sino que cada día nos iremos encontrando algo nuevo que es la
vida misma que vivimos. Un camino del que al irlo recorriendo iremos recogiendo
cosas, iremos aprendiendo a vivir, iremos dándole un sentido y un destino, pero
un camino donde vamos dejando unas huellas, las huellas de nuestros pasos, las
huellas de lo que hemos hecho, las huellas de nuestra vida misma.
Un bastón y unas sandalias que lo único
que Jesús les permite llevar a aquellos que El envía. Las alforjas irán vacías
de provisiones materiales, para que puedan ir cargadas del amor que será lo que
acompañará al mensaje. No eran profetas ni hijos de profetas, como humilde y
sabiamente reconocía Amós en lo que hemos escuchado en la primera lectura; él
solo era un cultivador de higos que el Señor había sacado de su tierra y de su
trabajo para ir a anunciar lo que el Señor le pidiere. Con las alforjas vacías,
solo con las sandalias y el bastón, con la pobreza en sus manos pero con la misión
que el Señor les encomendaba ellos ahora tenían que salir y ponerse en camino.
Han de salir a anunciar el Reino y lo único
que llevarán será la experiencia que ellos mismos han tenido, lo que han vivido
en sus vidas en el encuentro con el Señor. Para estar con Jesús se han tenido
que descargar de muchas cosas, los pescadores un día habían abandonado sus
barcas y sus redes y todos habían dejado atrás las ataduras humanas de sus
casas y sus pertenencias o de sus familias; se habían tenido que liberar de
muchas ataduras para poder estar con Jesús.
Por eso ahora irán con el poder de
ayudar a liberar a los demás de sus ataduras. Les dio ‘autoridad sobre los espíritus
inmundos’, dice el evangelista y luego comentará que ‘salieron a
predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos
enfermos y los curaban’.
Es la tarea ilusionante de la evangelización
en la que todos también hemos de estar embarcados. Porque es lo que a nosotros
Jesús también nos confía. Así, simplemente con un bastón en nuestras manos
porque sabemos bien de quien nos confiamos y unas sandalias en nuestros pies
porque largo es el camino que tenemos que realizar también tenemos que ir al
encuentro del mundo para hacer ese anuncio del evangelio. Es un camino nuevo
cada día, como cada día es nueva la vida que vivimos; es quizá con la
incertidumbre de lo que nos vamos a encontrar donde no siempre puede ser que no
seamos tan bien acogidos, pero con la alegría que llevamos en nuestro corazón
desprendido de muchas cosas, pero apoyado totalmente en el Señor.
Y en ese camino que hacemos tenemos que
ir dejando nuestras huellas, las huellas de nuestro amor y de nuestra
generosidad. También nos vamos a encontrar enfermos, es más, un mundo enfermo
al que tenemos que curar. Podemos hacerlo, el Señor nos ha dado autoridad para
ello porque ha depositado todo su amor en nuestro corazón. No sabemos algunas
veces como hacerlo pero vayamos siempre con el corazón abierto a lo que nos
encontremos y el amor de nuestro corazón nos irá dictando lo que en cada
momento tenemos que hacer. Son tantas las heridas que tenemos que curar, tantos
los dolores que tenemos que mitigar, tantas las angustias y tristezas que
tenemos que llenar de esperanza.
Sepamos hacer como Jesús estando al
lado del que sufre o caminando juntos con los que van desesperanzados y
desorientados por la vida, tendiendo la mano para levantar a los caídos o
dejando que toquen también la orla de nuestro manto porque sientan sobre sus
vidas la sonrisa de nuestro amor, dejando marcadas las huellas de nuestro amor
para que haya alguien que sepa encontrarlas y llegue a entender el sentido y el
valor del camino que hacemos.
Seamos todo oídos para sintonizar y
escuchar las llamadas y los lamentos de muchas soledades que buscan una escucha
o una compañía, y tengamos los ojos atentos para encontrarnos con aquellos en
los que nadie se fija y se sienten abandonados por todos en el olvidado rincón
donde parece que nadie los va a encontrar.
Un bastón y unas sandalias, para salir
al camino y hacer camino, para ir al encuentro de los otros llevando un mensaje
y dejando unas huellas que señalen a todos que es posible otro camino, que es
posible ese mundo mejor con el que todos soñamos y a donde nos va a llevar este
camino que hacemos con Jesús.
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