Pensemos
si no tendrá el Señor que recriminarnos a nosotros también como a aquellas
ciudades de Galilea por la poca respuesta que damos
Éxodo 2,1-15ª; Sal 68; Mateo 11,20-24
Hay quienes no se dejan ayudar. Lo
vemos con frecuencia en el devenir de la vida. Estamos queriendo ayudar a
alguien que sabemos que lo está pasando mal, que está en una situación
desastrosa en la vida, y allí queremos estar a su lado con buenas palabras y
con buenos consejos, más de una vez quizás nos hemos sacrificado en nuestras
cosas por tratar de ayudar a mejorar la situación de esa persona, ponemos mucho
empeño desde muchos caminos, pero no hay manera; aquella persona sigue igual,
no da pasos que signifiquen que quiere salir de aquella situación, pareciera
que se aferra a esos problemas y no conseguimos nada. Nos sentimos
desalentados, nos dan ganas de tirar la toalla, como quien dice, y que esa
persona se las arregle por sí sola ya que no quiere dejarse ayudar, pero
seguimos quizás con aquella inquietud en nuestro corazón pensando qué más
podríamos hacer, qué más podríamos haber hecho y no hicimos.
¿Sería algo así cómo se sentiría Jesús
después de aquellas correrías que había hecho por toda Galilea y lo más que
cosechaba es que algunos en unos primeros momentos se sintieran entusiasmados
con sus milagros o con sus mismas palabras, pero luego pronto lo olvidaban
todo?
Algo así estaba sucediendo. Momentos de
multitudes que se arremolinaban a su puerta con sus enfermos para que los
curase, o que se las encontraba incluso allá en lugares apartados donde en
alguna ocasión se había querido retirar; momentos en que las gentes se
multiplicaban en alabanzas y entusiasmo, pero pronto parecía que no hacía mella
aquella buena noticia que El les anunciaba. Parecía, en ocasiones, que solo
buscaran al taumaturgo, o en otras ocasiones sus palabras podían despertar
aquel sentimiento nacionalista al que vivían tan apegados algunos con sus
deseos de revolución. Pero entender lo que era el nuevo Reino de Dios que El
anunciaba, eso de ninguna manera.
Hoy le escuchamos recriminar a Corozaín
y a Betsaida, pero también a la misma Cafarnaún donde tanto se había prodigado.
Y compara cuál hubiera sido la respuesta en ciudades paganas como las cercanas
Tiro y Sidón, o lo que le hubiera sucedido a Sodoma que no hubiera sido
destruida. Pero en esos sitios no se había anunciado la Buena Noticia del Reino
como se había hecho a lo largo y ancho de Galilea. ¿Merecerían el castigo
divino? Bien nos ha dicho que El es como el Buen Pastor que va a buscar la
oveja perdida, por barrancos o despeñaderos, donde pueda encontrarla. Por eso
la Palabra de Jesús se sigue pronunciando esperando que la semilla
abundantemente esparcida por todos los terrenos un día pueda dar fruto.
Pero bien sabemos que cuando a nosotros
hoy se nos anuncia también esa Buena Noticia del Evangelio no es para que
entremos en juicios y condenaciones de hechos o de gentes de otro momento. Esos
hechos que nos narra el evangelio vienen a ser signos para nosotros que tratan
de despertarnos de la modorra espiritual que también vivimos y no terminamos
dar el fruto que el Señor nos pide. No maldice Jesús la higuera improductiva de
nuestra vida, sino que como buen labrador seguirá abonando nuestra tierra y regándola
con la gracia para que un día también dé fruto.
¿No tendrá el Señor que recriminarnos a
nosotros también por la poca respuesta que damos? Pensemos a lo largo de
nuestra vida cuántas veces hemos escuchado la Palabra de Dios; pensemos todo
ese caudal de ese río de gracia que hemos recibido a lo largo de la vida en
cuantas Eucaristías hemos participado, en cuantos sacramentos hemos recibido,
en cuantos momentos de intensidad espiritual se nos han ofrecido. ¿Hemos dado
respuesta en consonancia con todo eso que hemos recibido? Pero el Señor sigue
esperando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario