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martes, 13 de julio de 2021

Pensemos si no tendrá el Señor que recriminarnos a nosotros también como a aquellas ciudades de Galilea por la poca respuesta que damos

 


Pensemos si no tendrá el Señor que recriminarnos a nosotros también como a aquellas ciudades de Galilea por la poca respuesta que damos

 Éxodo 2,1-15ª; Sal 68; Mateo 11,20-24

Hay quienes no se dejan ayudar. Lo vemos con frecuencia en el devenir de la vida. Estamos queriendo ayudar a alguien que sabemos que lo está pasando mal, que está en una situación desastrosa en la vida, y allí queremos estar a su lado con buenas palabras y con buenos consejos, más de una vez quizás nos hemos sacrificado en nuestras cosas por tratar de ayudar a mejorar la situación de esa persona, ponemos mucho empeño desde muchos caminos, pero no hay manera; aquella persona sigue igual, no da pasos que signifiquen que quiere salir de aquella situación, pareciera que se aferra a esos problemas y no conseguimos nada. Nos sentimos desalentados, nos dan ganas de tirar la toalla, como quien dice, y que esa persona se las arregle por sí sola ya que no quiere dejarse ayudar, pero seguimos quizás con aquella inquietud en nuestro corazón pensando qué más podríamos hacer, qué más podríamos haber hecho y no hicimos.

¿Sería algo así cómo se sentiría Jesús después de aquellas correrías que había hecho por toda Galilea y lo más que cosechaba es que algunos en unos primeros momentos se sintieran entusiasmados con sus milagros o con sus mismas palabras, pero luego pronto lo olvidaban todo?

Algo así estaba sucediendo. Momentos de multitudes que se arremolinaban a su puerta con sus enfermos para que los curase, o que se las encontraba incluso allá en lugares apartados donde en alguna ocasión se había querido retirar; momentos en que las gentes se multiplicaban en alabanzas y entusiasmo, pero pronto parecía que no hacía mella aquella buena noticia que El les anunciaba. Parecía, en ocasiones, que solo buscaran al taumaturgo, o en otras ocasiones sus palabras podían despertar aquel sentimiento nacionalista al que vivían tan apegados algunos con sus deseos de revolución. Pero entender lo que era el nuevo Reino de Dios que El anunciaba, eso de ninguna manera.

Hoy le escuchamos recriminar a Corozaín y a Betsaida, pero también a la misma Cafarnaún donde tanto se había prodigado. Y compara cuál hubiera sido la respuesta en ciudades paganas como las cercanas Tiro y Sidón, o lo que le hubiera sucedido a Sodoma que no hubiera sido destruida. Pero en esos sitios no se había anunciado la Buena Noticia del Reino como se había hecho a lo largo y ancho de Galilea. ¿Merecerían el castigo divino? Bien nos ha dicho que El es como el Buen Pastor que va a buscar la oveja perdida, por barrancos o despeñaderos, donde pueda encontrarla. Por eso la Palabra de Jesús se sigue pronunciando esperando que la semilla abundantemente esparcida por todos los terrenos un día pueda dar fruto.

Pero bien sabemos que cuando a nosotros hoy se nos anuncia también esa Buena Noticia del Evangelio no es para que entremos en juicios y condenaciones de hechos o de gentes de otro momento. Esos hechos que nos narra el evangelio vienen a ser signos para nosotros que tratan de despertarnos de la modorra espiritual que también vivimos y no terminamos dar el fruto que el Señor nos pide. No maldice Jesús la higuera improductiva de nuestra vida, sino que como buen labrador seguirá abonando nuestra tierra y regándola con la gracia para que un día también dé fruto.

¿No tendrá el Señor que recriminarnos a nosotros también por la poca respuesta que damos? Pensemos a lo largo de nuestra vida cuántas veces hemos escuchado la Palabra de Dios; pensemos todo ese caudal de ese río de gracia que hemos recibido a lo largo de la vida en cuantas Eucaristías hemos participado, en cuantos sacramentos hemos recibido, en cuantos momentos de intensidad espiritual se nos han ofrecido. ¿Hemos dado respuesta en consonancia con todo eso que hemos recibido? Pero el Señor sigue esperando.

 

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