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miércoles, 14 de julio de 2021

No nos acostumbremos al evangelio porque perdemos la riqueza y la sabiduría de la novedad que tiene que ser siempre el mensaje de Jesús para nuestra vida

 


No nos acostumbremos al evangelio porque perdemos la riqueza y la sabiduría de la novedad que tiene que ser siempre el mensaje de Jesús para nuestra vida

Éxodo 3,1-6.9-12; Sal 102; Mateo 11,25-27

Todos nos hemos encontrado más de una vez en la vida con el ‘sabelotodo’, gente que va de sobrado en la vida, todo se lo saben, nada pueden aprender nunca de los demás y siempre se considerarán en un estadio superior. Habrán tenido ‘estudios’, como suele decirse, o quizás no, pero ellos se lo saben todo. Todo lo juzgan, todo lo critican, siempre están como en la distancia observando lo que hacen o lo que dicen los demás para poner sus ‘peros’, para sacar a relucir lo que ellos dicen sus sabiduría, su saber, nunca podrán reconocer que otro sabe más o puede hacer las cosas mejor.

Normalmente esas personas resultan incómodas, salvo que quieras entrar en su círculo de adulaciones y lisonjas y entonces sí que te aceptarán pero como el pobrecito que nada sabe y se fía totalmente de él, con lo que al final logran su manipulación que les lleva a querer subirse a pedestales. Y eso es cosa de todos los tiempos y lugares, en todos los aspectos de la vida. Siempre quieren ir de maestros.

En el evangelio nos encontramos aquellos maestros de la ley que nada perdonaban a los demás, aquellos grupos que querían ser dominantes en la sociedad de su tiempo y ya andaban a la greña entre unos y otros, pero también desde todos esos grupos siempre andaban al acecho de quien consideraran ellos que se podía desviar de la ley y los profetas, pero conforme a la interpretación que ellos se hacían.

Son los fariseos y saduceos que rodeaban a Jesús no porque quisieran recibir aquel mensaje, aquella buena nueva que Jesús anunciaba, sino para estar al acecho porque el prestigio de Jesús, sus enseñanzas y luego sus seguidores podían poner en peligro el lugar preponderante que ellos querían ocupar en la sociedad de su tiempo. Eran también los maestros de la ley que venían con preguntas interesadas a Jesús porque no aceptaban que no siendo Jesús de sus escuelas rabínicas se atreviera a enseñar al pueblo.

Unos y otros estaban poniendo una barrera en sus vidas, y por mucho que ellos fueran a escuchar a Jesús nada de aquel mensaje recibían para sus vidas. Ellos eran los sabios y Jesús era aquel pobre profeta venido de la Galilea de los gentiles que poco podría enseñarles. Su prepotencia, su autocomplacencia y autosuficiencia, su orgullo era esa barrera que no dejaba entrar la semilla de la Buena Nueva del Reino de los cielos que Jesús anunciaba.

Claro que por allá andaban los que en verdad tenían hambre de Dios y venían de verdad a escuchar a Jesús. Eran los sencillos, eran los pobres, eran los que no tenían seguridades humanas, eran los que no estaban satisfechos de si mismos y siempre andaban en la búsqueda de algo mejor, los que eran capaces de sentir admiración por las cosas maravillosas que sucedían, eran los que mejor olfato de Dios tenían, porque eran humildes y reconocían su pequeñez y su nada, eran los que sabían discernir donde estaba la verdadera esperanza para sus vidas y entonces se dejaban conducir por el Espíritu, eran los que de verdad podían conocer a Dios.

‘Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños. Si, Padre, así te ha parecido bien’. Así exclama Jesús en esta oración de acción de gracias al Padre. La semilla podía encontrar tierra buena para germinar en el corazón de los pequeños y los sencillos. Allí se revelaba Dios.

La conclusión de toda esta reflexión que nos venimos haciendo es preguntar cual es la actitud con que nos ponemos ante el evangelio. No queremos decir que seamos como aquellos fariseos, saduceos o maestros de la ley del tiempo de Jesús pero acaso el hecho de que seamos ‘cristianos viejos’, nos decimos que venimos de una tradición cristiana porque cristianos han sido nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros antepasados y nosotros también cristianos de toda la vida, de alguna manera pongamos también algunas de aquellas barreras de los que ya todo se lo saben, porque qué me van a enseñar a mí ahora que yo ya no sepa.

¿Tendremos la curiosidad de los inteligentes ante el mensaje del evangelio, ante el mensaje de Jesús? El que es verdaderamente inteligente sabe que siempre puede descubrir algo nuevo, de que siempre podemos sentir admiración por lo grandioso que sucede ante nosotros porque no nos acostumbramos a ello. No nos parapetemos detrás del acostumbrarnos a las cosas porque es una forma de hacernos los engreídos y orgullosos que todo lo saben. Qué malo es acostumbrarse a las cosas, perdemos la riqueza y sabiduría de la novedad, y la vida tiene que ser siempre novedad, cuánto más el evangelio.

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