No
nos acostumbremos al evangelio porque perdemos la riqueza y la sabiduría de la
novedad que tiene que ser siempre el mensaje de Jesús para nuestra vida
Éxodo 3,1-6.9-12; Sal 102; Mateo 11,25-27
Todos nos hemos encontrado más de una
vez en la vida con el ‘sabelotodo’, gente que va de sobrado en la vida, todo se
lo saben, nada pueden aprender nunca de los demás y siempre se considerarán en
un estadio superior. Habrán tenido ‘estudios’, como suele decirse, o quizás no,
pero ellos se lo saben todo. Todo lo juzgan, todo lo critican, siempre están
como en la distancia observando lo que hacen o lo que dicen los demás para
poner sus ‘peros’, para sacar a relucir lo que ellos dicen sus sabiduría, su
saber, nunca podrán reconocer que otro sabe más o puede hacer las cosas mejor.
Normalmente esas personas resultan
incómodas, salvo que quieras entrar en su círculo de adulaciones y lisonjas y
entonces sí que te aceptarán pero como el pobrecito que nada sabe y se fía
totalmente de él, con lo que al final logran su manipulación que les lleva a
querer subirse a pedestales. Y eso es cosa de todos los tiempos y lugares, en
todos los aspectos de la vida. Siempre quieren ir de maestros.
En el evangelio nos encontramos
aquellos maestros de la ley que nada perdonaban a los demás, aquellos grupos
que querían ser dominantes en la sociedad de su tiempo y ya andaban a la greña
entre unos y otros, pero también desde todos esos grupos siempre andaban al
acecho de quien consideraran ellos que se podía desviar de la ley y los
profetas, pero conforme a la interpretación que ellos se hacían.
Son los fariseos y saduceos que
rodeaban a Jesús no porque quisieran recibir aquel mensaje, aquella buena nueva
que Jesús anunciaba, sino para estar al acecho porque el prestigio de Jesús,
sus enseñanzas y luego sus seguidores podían poner en peligro el lugar
preponderante que ellos querían ocupar en la sociedad de su tiempo. Eran
también los maestros de la ley que venían con preguntas interesadas a Jesús
porque no aceptaban que no siendo Jesús de sus escuelas rabínicas se atreviera
a enseñar al pueblo.
Unos y otros estaban poniendo una
barrera en sus vidas, y por mucho que ellos fueran a escuchar a Jesús nada de
aquel mensaje recibían para sus vidas. Ellos eran los sabios y Jesús era aquel
pobre profeta venido de la Galilea de los gentiles que poco podría enseñarles.
Su prepotencia, su autocomplacencia y autosuficiencia, su orgullo era esa
barrera que no dejaba entrar la semilla de la Buena Nueva del Reino de los
cielos que Jesús anunciaba.
Claro que por allá andaban los que en
verdad tenían hambre de Dios y venían de verdad a escuchar a Jesús. Eran los
sencillos, eran los pobres, eran los que no tenían seguridades humanas, eran
los que no estaban satisfechos de si mismos y siempre andaban en la búsqueda de
algo mejor, los que eran capaces de sentir admiración por las cosas
maravillosas que sucedían, eran los que mejor olfato de Dios tenían, porque
eran humildes y reconocían su pequeñez y su nada, eran los que sabían discernir
donde estaba la verdadera esperanza para sus vidas y entonces se dejaban
conducir por el Espíritu, eran los que de verdad podían conocer a Dios.
‘Te doy gracias, Padre, Señor de
cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se
las has revelado a los pequeños. Si, Padre, así te ha parecido bien’. Así exclama Jesús en esta oración de acción de
gracias al Padre. La semilla podía encontrar tierra buena para germinar en el
corazón de los pequeños y los sencillos. Allí se revelaba Dios.
La conclusión de toda esta reflexión
que nos venimos haciendo es preguntar cual es la actitud con que nos ponemos
ante el evangelio. No queremos decir que seamos como aquellos fariseos,
saduceos o maestros de la ley del tiempo de Jesús pero acaso el hecho de que
seamos ‘cristianos viejos’, nos decimos que venimos de una tradición
cristiana porque cristianos han sido nuestros padres, nuestros abuelos,
nuestros antepasados y nosotros también cristianos de toda la vida, de alguna
manera pongamos también algunas de aquellas barreras de los que ya todo se lo
saben, porque qué me van a enseñar a mí ahora que yo ya no sepa.
¿Tendremos la curiosidad de los
inteligentes ante el mensaje del evangelio, ante el mensaje de Jesús? El que es
verdaderamente inteligente sabe que siempre puede descubrir algo nuevo, de que
siempre podemos sentir admiración por lo grandioso que sucede ante nosotros
porque no nos acostumbramos a ello. No nos parapetemos detrás del
acostumbrarnos a las cosas porque es una forma de hacernos los engreídos y
orgullosos que todo lo saben. Qué malo es acostumbrarse a las cosas, perdemos
la riqueza y sabiduría de la novedad, y la vida tiene que ser siempre novedad,
cuánto más el evangelio.
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