Jesús
nos quiere hacer pensar para que a pesar de lo compleja que es la vida sepamos
labrar bien el campo de la vida para que la buena semilla llegue a dar fruto
Éxodo 16, 1-5. 9-15: Sal 77; Mateo 13, 1-9
Reconocemos que la vida es bien
compleja. No todo es un camino o un jardín de rosas, y es que, aunque lo fuera,
las rosas también tienen espinas. Es mucho lo que encierra el vivir, porque por
una parte vivimos en convivencia con los demás, lo que ya de por sí significará
una diversidad grande, porque no todos somos iguales, no todos pensamos ni
queremos lo mismo; son muchas las cosas que nos van afectando continuamente en
el camino de la vida, nos van influyendo, pueden ir marcando nuestros pasos,
pueden incluso ser obstáculo para que alcancemos aquellas metas que nos hemos
propuesto no solo a nivel individual sino también en lo que vivimos en comunión
con los demás. Y ahí está saber descubrir la verdadera sabiduría de la vida,
aquello que nos da sentido a lo que hacemos y vivimos y por lo que luchamos.
Jesús cuando nos habla del Reino de
Dios nos habla en parábolas, comparaciones que va tomando de la vida misma, de
lo que son las costumbres o de lo que contempla alrededor en el día a día. Hoy
nos habla de una semilla y de un campo que es bien diverso; como la vida misma.
Salió el sembrador a sembrar y no es que se haya vuelto loco para irse a lanzar
la semilla por lugares inverosímiles, sino que ha caminado en medio del campo
que tiene delante. Un campo con su diversidad, sus yerbas y abrojos, sus
lugares que han sido más pisoteados por los que antes han cruzado por el mismo,
las orillas siempre más escarpadas y propensas a matorrales, o lugares que en
anteriores cosechas quizás fueron más cuidados. Y la semilla se va repartiendo
por todo aquel campo. Así será diverso luego el fruto.
Jesús cuando propone las parábolas
quiere hacer pensar a la gente; es la forma de tratar de leer el mensaje para
no quedarnos solo en lo superficial; es la forma de que lleguemos a unas
conclusiones para la propia vida de cada uno. Porque nos damos cuenta de que
nuestra vida es compleja así, como se describe a aquel campo.
No siempre es un buen campo de cultivo,
porque muchas veces lo hemos convertido en un campo de batalla; no todo es fácil
para realizar porque tenemos nuestras pasiones interiores y tenemos también las
múltiples influencias que recibimos de los demás, o de la sociedad en la que
vivimos que es tan compleja por otra parte. Muchas cosas se nos vuelven cuesta
arriba, porque aunque lo veamos claro, sin embargo las dificultades que se nos
presentan muchas veces son grandes.
No andamos buscando culpabilidades,
estamos tratando de reflexionar pero ver lo que somos o lo que tendríamos que
ser, el camino que estamos haciendo o los caminos que tendríamos que tomar. No es
fácil, como decíamos, porque son muchas las cosas que están incidiendo en
nuestra vida y aunque quisiéramos y nos diéramos cuenta del valor de la semilla
que se nos planta, muchas veces no sabemos cómo hacer. Por eso tenemos que
detenernos a pensar con cuidado, a hacer una honda reflexión, a hacer una análisis
de nuestra vida, pero también a buscar donde en verdad podemos encontrar ayuda
para labrar bien ese campo de nuestra vida.
Por eso termina diciéndonos hoy Jesús ‘el
que tenga oídos que oiga’. ¿Tendremos oídos para escuchar o nos habrán
entrado sorderas? No hay peor sordo que el que no quiere escuchar.
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