La
Buena Noticia de la Palabra, verdadero vademécum en el camino de la vida,
báculo de nuestra esperanza, viático que nos acompaña y nos alimenta, luz y
fuerza para nuestro vivir
Jeremías 17, 5-10; Sal 1; Lucas 16, 19-31
Nadie ha venido de allá que nos cuente
cómo son las cosas por allá arriba, o qué es lo que hay después que nos
muramos. No creemos, no queremos querer, queremos que venga alguien que nos
cuente, no nos creemos que pueda venir alguien, en el fondo estamos deseosos de
apariciones y cosas fantasmagóricas y extraordinarias… pero ¿creemos o no
creemos? Recuerdo desde siempre, desde chico escuchar argumentos así, que al
final ni son argumentos ni son nada cuando la gente decía que no había otra
vida nada en lo que creer del más allá o los que simplemente decían que en algo
había que creer aunque ellos quizás no entendieran nada.
Bueno argumentos así seguimos
encontrando; superficialidades para tratar estos asuntos son demasiadas las que
vemos, pero dudas en nuestro interior siguen existiendo y sobre todo nos
sentimos convulsos cuando vemos la incongruencia de tantos que dice creer pero
luego en sus vida no tienen nada de trascendencia, o nos sentimos con tantos
interrogantes en nuestro interior que no sabemos cómo contestar.
Claro que lo de la fe no es simplemente
que nos hayan razonado muchas cosas y nos hayan dado respuesta a todos nuestros
interrogantes interiores; porque en eso de la fe tenemos que confiar, porque de
lo contrario no sería fe, y es confiar en la palabra de alguien, es confiar en testimonios
que contemplamos que nos revolucionan por dentro, es querer caminar en la
búsqueda de esa luz que tanto necesitamos. Si no hay confianza verdadera en una
Palabra, una Palabra que es Palabra de vida, podríamos decir que aún no hemos
llegado a la fe.
A mí me están surgiendo todos estos
planteamientos y muchos más desde este evangelio que hoy se nos proclama y que
seguramente hemos escuchado y meditado muchas veces. Porque ya esa primera
imagen que se nos ofrece del rico, al que llamamos rico epulón por sus
actitudes pero que no tiene nombre, y el pobre, que sí tiene un nombre, Lázaro,
y es el que lo pasa mal, es una imagen que nos provoca y nos hace preguntarnos
qué resto de humanidad queda cuando hay gentes así. Humanidad, decimos, ¿y qué
es de tamaña injusticia?
No es necesario que entremos en todos
los detalles, aunque nos darían para analizar muchas cosas. Nos habla de la
muerte de ambos y de su situación más allá de la muerte, mientras Lázaro está
en el seno de Abrahán, el rico epulón está sepultado en lo hondo de los
abismos. Un cambio de tornas, el que sufría ahora disfruta de la paz del seno
de Abrahán, mientras que el que lo pasó bien y de qué manera ahora se ve
condenado al abismo de los infiernos.
Y comienzan los diálogos y las súplicas,
comienza la desesperanza pero también los buenos deseos que se conviertan en
buenos propósitos para los que quedan en este mundo. Ni encuentra una gota de
agua que suavice la sequedad de su lengua y de su garganta en el lugar del
suplicio y de la muerte, ni va a encontrar quien vaya a avisar a sus hermanos
para que cambien su vida y no vengan a este lugar de tormento. ‘¡Manda a
Lázaro a casa de mis hermanos…!’
‘Ni aunque resucite un muerto, van a creer… tienen a Moisés y los profetas’, es la respuesta de Abrahán a su petición. La Ley y los Profetas que era la imagen con que se expresaba en el Antiguo Testamento la Palabra de Dios, que tendrá su culminación en Jesús, verdadera Palabra de vida y de salvación, verdadera Palabra de Dios que plantó su tienda entre nosotros.
¿No nos ha venido nadie que nos hable
de la vida eterna? ¿Y para qué queremos la Palabra de Jesús, para qué queremos
a Jesús mismo verdadera Palabra de Dios que puso su tienda entre nosotros? Es
la Buena Noticia que tenemos que escuchar, que tenemos que acoger en nuestro
corazón, que abre nuestra vida a la trascendencia y nos viene a dar el
verdadero sentido de toda nuestra existencia. Es el verdadero vademécum que
acompaña nuestra vida, es el báculo de nuestra esperanza en nuestro peregrinar,
es el viático que nos acompaña y nos alimenta, luz y fuerza para nuestro
caminar.
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