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martes, 2 de marzo de 2021

Seamos capaces de presentar a Cristo con el testimonio de nuestra vida y descubrir al Cristo roto en los hermanos que sufren

 


Seamos capaces de presentar a Cristo con el testimonio de nuestra vida y descubrir al Cristo roto en los hermanos que sufren

Isaías 1, 10. 16-20; Sal 49; Mateo 23, 1-12

El mejor predicador es el ejemplo. No tenemos dudas de ello. Por eso quien nos convence de verdad es Jesús. Pero es la alerta que hoy Jesús nos sigue haciendo. No se trata solo de lo que Jesús echa en cara a los maestros de la ley de su tiempo, sino de la Palabra de Jesús que llega a nosotros  hoy. No nos podemos quedar en apariencias ni vanidades.

En el evangelio se nos dice que en ocasiones querían poner a prueba a Jesús y por allá iban en ocasiones maestros de la ley, en otros momentos eran directamente los fariseos o los fariseos los que se enfrentaban a Jesús con preguntas capciosas, o se valían de los partidarios de Herodes o de cualquiera que se atreviera a enfrentarse a Jesús para poner en duda su autoridad. Mira por donde en algunas ocasiones parecen preguntas de examen, a ver si Jesús decía algo contrario a lo que enseñaba la ley como aquello de preguntar cuál es el primer mandamiento de la ley. De Jesús no se sabía que hubiera estudiado en alguna escuela rabínica de las que había en Jerusalén, y esa era la pregunta que se hacían sus convecinos de Nazaret preguntándose de donde sacaba toda aquella doctrina que enseñaba si lo vieron siempre allí en su pueblo de Nazaret.

Jesús por otra parte no se mostraba como los maestros de la ley de entonces o los principales dirigentes en sus distintas opciones de fariseos, saduceos, herodianos y otros grupos. No buscaba primeros puestos, no buscaba asientos de honor en las sinagogas, no hacía las cosas a bombo y platillo para que todos se enteraran y reconociesen su influencia y su poder. Cuántas veces le vemos en el evangelio tras realizar alguno de los milagros que hacía recomendarles que aquello no lo dijeran a nadie, aunque su fama se extendía y todos los reconocían viniendo de todas partes para buscar algún tipo de salvación o salud.

Pero decíamos antes que cuando hoy nosotros escuchamos el evangelio es para descubrir cómo es luz para nuestra vida hoy. Si en aquella época buscaban lugares de honor o de influencia en la sociedad, cuidado hoy no andemos nosotros también buscando alguna de esas cosas. Y ya tenemos que recordar una y otra vez que Jesús no quiere vanidades en nuestra vida ni son esos reconocimientos los que tenemos que buscar. Nuestra influencia en la sociedad como cristianos es tratar de llevar esos valores que aprendemos del evangelio y de ello contagiar a nuestro mundo para que se abra al reino de Dios. Pero acaso algunas veces ¿no estaremos más pendientes de títulos, de lugares de importancia o de influencia que del testimonio que tendríamos que dar de la Palabra hecha vida en nosotros?


Os cuento algo; hace unos días llegó a mis manos un video con un mensaje muy hermoso en el que un sacerdote se había encontrado con una imagen de un Cristo roto y era lo que él quería presentar en esta cuaresma, en estas circunstancias en que vivimos en que en nuestro entorno podemos encontrarnos muchos cristos rotos en las personas rotas por tantos sufrimientos. Presentaba con mucha sencillez ese mensaje y yo quise compartirlo con mucha gente a través de las redes sociales, pues me parecía que era un mensaje que nos ayudaba a pensar.

Muchos me lo agradecieron y alabaron el mensaje, pero hubo un comentario que me llamó la atención; una persona que enseguida me dijo que conocía al sacerdote del mensaje, que era un hombre muy preparado con no sé cuantos títulos en teología y me dio la impresión que el mensaje para esa persona se quedó diluido en los grados universitarios y en la importancia de ser una persona conocida para él. Me pregunto ¿si no tuviera esos títulos su mensaje no tendría valor ni sería una enseñanza para nuestra vida?

No quiero entrar en juicio de nadie ni contra nadie, pero me ha parecido bien compartirlo desde lo que venimos reflexionando porque ¿qué era más importante? ¿el mensaje en sí que nos hacía descubrir a esos cristos rotos con que nos podemos ir tropezando en los caminos de la vida o la importancia del que nos trasmitía el mensaje por toda la instrucción teológica que llevase en su vida? ¿En qué de verdad tenemos que apoyarnos para alimentar nuestra fe, para buscar esos caminos que nos lleven a dar frutos, a la transmisión del mensaje de Jesús que tiene que ser una tarea nuestra de cada día?

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