La
experiencia de subir a la montaña del Tabor en la transfiguración nos ayudará a
la subida pascual al calvario y a la cruz con Jesús para su Pascua
Génesis 22, 1-2. 9-13. 15-18; Sal 115;
Romanos 8, 31b-34; Marcos 9, 2-10
Todos necesitamos alguna vez en la vida
tener la experiencia de subir a una montaña. Alguien podría decirme que en
nuestra tierra lo tenemos fácil, pero también te podría decir que sin embargo
no todos tenemos la experiencia de lo que es en verdad una subida a una
montaña. Sé que en nuestra isla somos muy fáciles para subir al Teide, bueno, o
al menos a Las Cañadas y es algo que la mayoría quizá con bastante frecuencia
habrá hecho, pero os digo que eso no siempre significa lo que quiero expresar
con subir a una montaña.
Es el esfuerzo de la subida que por
supuesto no tenemos cómodamente sentados en un coche, pero es el disfrutar de
la contemplación que nos ofrece la misma subida del entorno por el caminamos o
de lo que dejamos allá abajo en la llanura, a la que sabemos que vamos a
volver; pero es la contemplación que en la misma altura podemos experimentar si
somos capaces de observar bien nuestro entorno, pero también de aquellos que
nos acompañan; es la conversación que surge que no es tan intrascendente como
pueda parecer si vamos con una mirada atenta; será lo que desde la altura
descubrimos, porque habrá una nueva mirada, una nueva perspectiva que nos podrá
ayudar a colocar cada cosa en su sitio; igual que contemplamos desde la altura
el paisaje que ha quedado abajo y sabremos situar cada lugar, cada sendero que
hayamos recorrido, cada distancia que nos separa unos sitios de otros, así
comenzaremos a mirar la vida de una forma distinta y comenzaremos también a
colocar cada cosa en su lugar.
Es como una reconversión interior para
tener una nueva mirada, una nueva contemplación pero también una perspectiva
distinta que nos hará actuar luego de manera diferente. No siempre logramos
todo esto en una subida a una montaña porque nos podemos quedar en lo
superficial, por eso decía que no todos los que hayan ido a una montaña han
subido a la montaña.
A alguien pudiera parecerle innecesaria
toda esta descripción en la que me he entretenido, pero creo que nos puede
ayudar a entender las subidas a la montaña de las que nos habla hoy la palabra
de Dios. Fue la subida al Horeb de Abraham con su hijo Isaac para el
sacrificio, y fue luego la subida al monte que llamamos del Tabor de Jesús con
aquellos tres discípulos, como será la subida que vamos haciendo hasta el
calvario en este camino de Cuaresma.
Podemos hablar del esfuerzo y del
sacrificio - ¿qué es lo que iba sucediendo en el corazón de Abrahán mientras subía
al monte Moria sabiendo cual era la meta de aquella subida? –, como quienes
conocen el Monte Tabor saben de la dificultad para su subida por las fuertes
pendientes para llegar a la altura de la montaña que sobresale luego con una visión
distinta de las llanuras de Galilea. No digamos el camino de subida al
calvario, aunque lo dejamos para otro momento. Toda esa transformación y cambio
de perspectiva se iba haciendo en aquellas subidas, que llevarán por una parte
a Abraham al verdadero sentido de la fe y del sacrificio, y a los tres discípulos
que acompañaban a Jesús de una nueva visión de Jesús al que contemplaron allí
transfigurado con la gloria del Señor.
Aunque a los discípulos les costó un
camino largo aprender la lección porque siguieron sus dudas en su corazón,
porque había cosas que no terminaban de entender, porque incluso hubieran
preferido quedarse solo en la contemplación de la montaña y ya estaban
maquinando la manera de construir unas tiendas para vivir, la bajada de la
montaña fue ya con una visión distinta que les fortalecería para seguir el
camino de Jesús aunque aún seguiría siendo ambiguo para ellos.
Si no contemplaron el cielo estrellado
como del que nosotros en la alta montaña habremos disfrutado en alguna ocasión,
sí se encontraron con resplandores de luz al contemplar la gloria de Dios que
se manifestaba en Jesús. Pero la luz les llegaba sobre todo de lo alto en las
palabras del Padre que señalaba a Jesús como el Hijo amado de Dios a quien
habían de escuchar y en consecuencia seguir. Era la perspectiva nueva que habían
de tener de la obra y de las palabras de Jesús, era el sentido nuevo que la
vida de Jesús tendría para ellos que les ayudaría a pasar luego por el camino
de la pascua.
Nosotros hoy en este segundo domingo de
Cuaresma nos sentimos invitados también a subir a lo alto de la montaña. La
contemplación de todo este misterio de la gloria de Dios que se nos manifiesta
hoy en la transfiguración nos está animando a emprender el camino de la pascua
con decisión siguiendo los pasos de este camino de Cuaresma.
Esa ascensión la iremos haciendo semana
tras semana, domingo tras domingo hasta que lleguemos a la celebración del triduo
pascual, donde también tendremos que subir con Jesús a la montaña del calvario.
Es subida que también tenemos que hacer cada uno llevando nuestra cruz pero
sintiendo todos que nuestro Cireneo es Jesús cuando se nos haga pesada esa
cruz, cuando tengamos que ceñirnos esa cruz para que podamos vivir la pascua.
Cada momento, casa paso que vayamos
dando tendrá su experiencia y su significado. Pero delante de nosotros está el
resplandor de la transfiguración que hoy contemplamos y eso será el impulso
para seguir adelante, para abrir los ojos, para templar nuestro corazón, para
aprender a tener esa mirada nueva que de la vida tengamos cuando con Jesús la
veamos desde lo alto del calvario, desde lo alto de la cruz. Es que tiene que
ser algo nuevo lo que nazca en nosotros, lo podremos cantar con brío y alegría
cuando culminemos el paso de la Pascua en la alegría de la resurrección.
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