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martes, 9 de junio de 2020

Impregnemos nuestra vida de los valores de Cristo verdadera sal que da sentido y sabor a nuestro mundo



Impregnemos nuestra vida de los valores de Cristo verdadera sal que da sentido y sabor a nuestro mundo

1Reyes 17, 7-16; Sal 4;  Mateo 5, 13-16
‘Esto no tiene sabor, esto le falta sal’, habremos dicho en alguna ocasión cuando nos han ofrecido una comida a la que el cocinero no le puso el suficiente condimento. No busquemos la sal que se ha diluido en el alimento, pero si encontraremos el sabor. No estoy diciendo nada especial, algo muy elemental cuando hablamos de nuestros alimentos y comidas. Algo tan sencillo que sin embargo Jesús nos lo propone como imagen para hablarnos del sentido de nuestra fe, de lo que la fe va a significar en nuestra vida, pero de esa fe con que tenemos que impregnar nuestro mundo.
Hoy Jesús en el evangelio nos está proponiendo tres imágenes muy sencillas pero muy significativas. Además de la sal, nos habla de la luz, pero nos habla de la ciudad situada en lo alto, como era lo habitual en las construcciones antiguas. Imágenes muy sencillas pero de profundo significado. Creo que a todos cuando hemos escuchado el evangelio nos han llamado la atención estas imágenes que probablemente mucho también nos habrán hecho reflexionar.
Y tenemos que reconocer, a este mundo nuestro le falta sal. Cuánta superficialidad nos encontramos en tantas ocasiones. Parece que vamos sin rumbo simplemente dejándonos llevar por lo que nos va saliendo al paso en el presente. Los ideales se quedan tantas veces en disfrutar lo más inminente olvidándonos de buscar lo que le da una profundidad a la vida. Nos encontramos con la gente cansada que parece que ya vienen de vuelta de todo porque no han puesto ideales en su vida, no han sabido encontrar lo que le da verdadero sabor, verdadero sentido a la vida. Y eso trae muchas consecuencias.
Este mundo nuestro a pesar de llevar en parte, en su cultura y en algunas costumbres el apellido cristiano no termina de dar sabor. Decíamos antes que no busquemos la sal que da sabor al alimento, porque su verdadera función la realiza cuando se ha diluido en el alimento. Eso es lo que los cristianos con nuestra fe tenemos que ser en medio de nuestra sociedad; esos valores que nosotros vivimos tenemos que trasmitirlos, contagiarlos a los que nos rodean para que así nuestro actuar sea a la manera y en el sentido de Cristo. Y Cristo viene siempre a dar valores a nuestra vida, a hacer que tengamos metas e ideales grandes, a que encontremos una verdadera profundidad en nuestro vivir.
No vamos a decir que la gente que nos rodea esté siempre llena de maldad; hay mucha gente bueno en nuestro entorno, hay mucha gente que también tiene sus valores, que trata de actuar honradamente, con rectitud en lo que hace, que quiere vivir su vida con responsabilidad y también siente preocupación por los demás. También tenemos que saberlo valorar.
Podíamos decir que ahí ya hay encerradas semillas cristianas; no nos vale decir solamente que somos buenos, que queremos ser honrados, que buscamos lo bueno, sino que a todo eso tenemos que darle una mayor altura, la altura que le da nuestra espiritualidad cristiana, la altura que le da la trascendencia humana y espiritual con que vivimos nuestra vida, todo aquello a lo que nos eleva nuestra fe cuando sentimos esa presencia de Dios en nuestra vida.
Y esto son cosas de las que tiene que estar impregnada nuestra vida y de lo que hemos de impregnar a nuestro mundo. Es ese sabor de Cristo que tiene que impregnar nuestra vida, con el que hemos de impregnar todo cuanto nos rodea. Esos valores religiosos son algo más que una tradición que tratamos de conservar; esos valores religiosos impregnados de una espiritualidad cristiana tienen que saberle dar una profundidad cada vez mayor a nuestra vida, elevando las metas de la vida, elevando las metas también de nuestro mundo.
Y Jesús nos está diciendo hoy que tenemos que ser esa sal para nuestro mundo; no es nuestra sal, pero si la sal con que le hemos dado sabor a nuestra vida, es la sal que Jesús nos ofrece, el sentido que El nos da.
Por eso nos dice que somos luz que no podemos ocultar, como nos pone también la imagen de la ciudad puesta en lo alto que aparece resplandeciente y atrayente, que se siente fortalecida frente a todos los embates pero que nos habla también de la ciudad futura a la que hemos de tender.  Nos da el tema para muchas reflexiones. Rumiemos en nuestro interior esta riqueza que Jesús nos ofrece y que hemos de compartir con los demás.

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