Escuchemos
las palabras de Jesús como si fuera la primera vez que las escuchamos para
dejarnos sorprender por su mensaje
1 Reyes 17, 1-6; Sal 120; Mateo 5, 1-12
Alguna vez habrá llegado alguien y con
algo que nos dijo nos ha dejado ‘descolocado’, porque al final no sabemos qué
pensar de aquello que nos dijo; la frase quizá nos suena a contradictoria, no
era lo que en aquel momento esperábamos escuchar, o nos parece un sin sentido
porque parece que va contra todo lo políticamente correcto, como se dice ahora,
pues diciéndonos una cosa parece que nos dijera la contraria. Frases, cosas sorprendentes,
pero que sin embargo nos hacen pensar, parece que nos dieran una filosofía de
la vida, pero que va en una corriente distinta a lo que habitualmente piensa o
es la manera de actuar de la gente. Pero si somos algo reflexivos, nos da mucho
que pensar y hasta en cierto modo despierta una curiosidad o una esperanza en
nosotros ante algo nuevo que se nos presenta.
¿No sucedería algo así aquella tarde o
aquella mañana, que lo de menos es la hora, en que Jesús sentado frente a una
multitud que había venido de muchas partes a escuchar a aquel profeta de
Nazaret, aquel profeta de Galilea que había surgido? Habla de dicha, de
felicidad, promete dicha y felicidad pero para los pobres y para los que
sufren, para los que nada tienen o para los que se sienten mal porque nadie se
preocupa de ellos.
Todos siempre imaginamos que los que
mucho tienen son más felices porque no padecen las carencias que sufren los
pobres; parece que serán felices a los que les va siempre bien en la vida y
pueden hacer lo que quieran porque tienen posibilidades para hacerlo o detectan
un poder que les hace estar como por encima de los demás. Siempre vemos a los
enfermos, a los inválidos, a los que nada tienen retorcerse buscando como salir
de aquella situación e imaginamos cuanta angustias puede haber en sus
corazones. Y ahora viene Jesús y nos dice que esos son los felices, los que
alcanzarán la mayor felicidad.
¿No nos desconciertan sus palabras?
Quizás los pobres y los que están sufriendo todas esas limitaciones les parece
soñar que será posible que un día salgan de esa situación en la que viven, pero
mientras tanto les toca sufrir. ¿Una esperanza llena de cierta amargura? Otros
quizá están escuchando estas palabras de Jesús como desde lejos y algo así como
riéndose en su interior porque a ellos nada de eso les afecta y les parecen
palabras utópicas para consolar pero que de ahí no van a pasar.
Pero las palabras de Jesús no son
utopía irrealizable, las palabras de Jesús de verdad siembran esperanzas en el
corazón, las palabras de Jesús hacen soñar pero despertando las ganas de
ponerse a luchar por salir de esas situaciones, las palabras de Jesús no son
una revolución a la manera como entendemos las revoluciones con violencias,
pero si producen una revolución en los corazones de quienes las escuchan, las
palabras de Jesús arrancan amarguras y quieren en verdad poner paz en el
corazón. Las palabras de Jesús son en verdad una buena noticia, una buena
noticia de una salvación que nos llega y es posible.
Y es que esa primera palabra de Jesús,
con la que comienza sus bienaventuranzas nos da la clave para entenderlo bien.
Se trata de aceptar el Reino de Dios; es lo que ha venido proclamando desde el
principio. Creer en la buena noticia y la buena noticia es la llegada del Reino
de Dios. Pero bien entendemos que decir Reino de Dios no es algo abstracto como
un sueño sino hacer que en verdad Dios sea el único Señor de la vida del
hombre.
Por supuesto, hay que creerlo; por
supuesto, para creerlo abr que desprenderse de muchas cosas, empezando por
desprendernos de nosotros mismos, de nuestro yo egoísta que se quiere convertir
en el único dios de nuestra vida. Y ahí está nuestra pobreza como tiene que
estar nuestro desprendimiento, está ese sentirnos vacíos o ese vaciarnos para
que dejemos lugar a Dios en nuestra vida. Cuando nos llenamos de cosas que nos
satisfagan por si mismas, ya no necesitaríamos a Dios, o al menos es lo que nos
creemos tantas veces. Por eso no llegamos a que de verdad Dios sea el único
Señor de nuestra vida y nos andaremos con componendas o con divisiones en
nuestro propio interior; y divididos por dentro no seremos felices.
Necesitamos dejarnos sorprender por las
palabras de Jesús; escucharlas como algo nuevo que llega a nuestra vida, porque
si nos las damos por sabidas ya las hemos amoldado tanto a nuestros intereses y
caprichos con tantas interpretaciones que ya no serán las palabras de Jesús.
Quitemos prejuicios o interpretaciones preconcebidas, abramos con sinceridad
nuestro corazón, escuchémoslas como si fuera la primera vez que las escuchamos,
dejémonos sorprender por Jesús, no temamos que nos deje descolocados, porque
será la manera de empezar de nuevo para hacer que el Reino de Dios sea una
realidad en nuestra vida.
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