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viernes, 12 de junio de 2020

Si queremos vivir un auténtico seguimiento de Jesús tenemos que arrancar de nosotros tantas cosas que se nos pegan del mundo y manchan el camino de la Iglesia


Si queremos vivir un auténtico seguimiento de Jesús tenemos que arrancar de nosotros tantas cosas que se nos pegan del mundo y manchan el camino de la Iglesia

1Reyes 19, 9a. 11-16; Sal 26; Mateo 5, 27-32
Siempre nos han parecido fuertes las palabras de Jesús en el evangelio. Habla de una radicalidad fuerte a la hora de su seguimiento y como nos parecen palabras tan fuertes siempre estamos prontos para hacernos nuestras interpretaciones, por una parte desde quienes se toman en serio esa radicalidad y son capaces de mutilarse físicamente o por otra parte de quienes nos hacemos nuestras rebajas que al final terminamos descafeinando el evangelio; queramos o no queramos un café descafeinado no es café aunque mantenga sus ‘sabores’, pero se le ha quitado su elemento más esencial. Es lo que muchas veces hacemos al final con el evangelio.
Como hemos venido reflexionando en estos días en que se nos está ofreciendo en el evangelio el llamado Sermón del Monte es cuestión de un amor que se ha derrochado sobre nosotros, que hemos experimentado en nuestra vida, y de la respuesta de amor que en consecuencia queremos dar. Nada, pues, nos puede distraer de ese amor. Como diría san Pablo nada podrá apartarme del amor de Cristo Jesús. Es lo que tenemos que hacer con nuestra vida, es el camino que nos pide el evangelio, es lo que tiene que ser el verdadero seguimiento de Jesús.
Ya escuchamos en distintos momentos del evangelio como Jesús se muestra radical y exigente con aquellos que quieren seguirlo o que han sentido la llamada del Señor. No se puede estar volviendo la vista atrás cuando hemos puesto la mano en el arado en la tarea del seguimiento de Jesús. Y a quienes quieren seguirle recordemos que les dice que los zorros tienen sus guaridas o los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza, y si vamos a seguirle buscando unas facilidades para nuestra vida, no es ese el camino del seguidor del evangelio.
No nos valen prebendas, no nos vale el beneficio que podamos sacar con nuestros prestigios o nuestras ganancias, no nos valen las apariencias ni las vanidades, no nos vale el querer situarnos en lugares de poder porque así podamos influir o dominar sobre los demás, sino que el camino es el del servicio y el de hacerse el ultimo y el servidor de todos. Y así podríamos recordar muchos pasajes más del evangelio.
Cuanto tendríamos que revisar en nuestras actitudes, en nuestras posturas, en las carreras que algunas veces vemos hasta dentro de nuestras comunidades, en nuestra propia Iglesia. Da la impresión que puede más en nosotros y hasta en nuestra propia iglesia el espíritu del mundo, lo que son esas luchas de poder o de prestigio que vemos en tantos en la vida pública, o en los que tendrían que vivir su vida como una vocación de servicio a los demás.
Nos dejamos contagiar fácilmente y tenemos el peligro de montarnos nuestros escaparates de vanidades, de grandezas, de títulos honoríficos y tantas veces no tan honoríficos sino que pueden significar poder. Algunas veces incluso pueden aparecer actuaciones influenciadas por esos miedos a las pérdidas de prestigio o de poder. Tendríamos que vivir una Iglesia más sencilla, más pobre, más humilde, más en consonancia con el espíritu del Evangelio.
Hay algo, entonces, que sea un obstáculo para la vivencia de ese amor, tenemos que apartarlo radicalmente de nuestra vida. En nosotros, en el seguidor de Jesús, tiene que brillar una rectitud que sea ejemplar para los demás; en el seguidor de Jesús ha de resplandecer todo lo que sea el servicio y el amor, nada lo puede oscurecer; el que quiere seguir el camino del evangelio ha de buscar primero y por encima de todo lo que es el Reino de Dios y su justicia, que lo demás será un regalo del Señor.
Por eso todo aquello que nos hace pecar, que nos desvía del camino del seguimiento de Jesús tenemos que apartarlo radicalmente de nuestra vida; no podemos consentir con la tentación y la debilidad, es la lucha que cada día hemos de mantener; tenemos que alejar de nosotros todas esas vanidades de las que tantas veces nos rodeamos. Pero tenemos que hacer prevalecer por encima de todo lo que es el amor verdadero y la misericordia, que recibimos del Señor y con la que nosotros tenemos que saber acercarnos a los demás.

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