Tendría que notarse un cristiano cuando viene de Misa porque
lleva en si el resplandor de la gloria de Dios en una nueva forma de vivir
Éxodo 34, 4b-6. 8-9; Sal. Dn 3, 52-56;
2Corintios 13, 11-13; Juan 3, 16-18
‘Moisés madrugó y
subió a la montaña del Sinaí… el Señor bajó en la nube y se quedó allí con él…’ Hermosa y reconfortante experiencia.
‘El Señor se quedó allí con él’. Supo Moisés subir a la montaña, pero
supo esperar la visita de Dios.
Buscamos a Dios,
queremos subir a lo alto, buscamos el silencio y la soledad, queremos verle y
escucharle, nos preguntamos muchas cosas que parecen que no tienen respuesta,
el misterio nos rodea, no sabemos como sintonizar porque quizá en muchas
ocasiones haya muchos ruidos, las preocupaciones y los problemas de la vida nos
aturden, parece que nos encontramos desorientados…, pero quizá en un momento
inesperado nos sobreviene una paz interior que nunca antes habíamos sentido,
nos parece que hubiéramos entrado en otra dimensión que no es lo que
habitualmente palpamos en la vida, porque nos hace sentir lo que nunca habíamos
sentido, porque parece que hay una nueva luz interior que no solo nos hace ver
de manera distinta y hasta seremos capaces de lanzarnos a lo que no sabríamos
describir, parece que saboreamos algo que no sabemos explicar…
¿Estamos sintiendo a
Dios en nuestro corazón? ¿Será eso vivir la presencia de Dios en nosotros? ¿Nos
estará haciendo gustar el Señor su presencia y su vivir? Habremos podido tener
esa experiencia de Dios y quizá no supimos interpretarla; era Dios el que
estaba tocando a nuestra puerta y quizá nos distraemos o nos confundimos. El
niño Samuel en medio de la noche entre sus sueños escuchaba una voz que le
llamaba; solo supo correr a los pies de la cama del sacerdote porque pensaba
que de allí era la voz que él escuchaba; no era sin embargo la voz del
sacerdote sino la voz de Dios que se repetía una y otra vez hasta que supo
decir, como le enseñó el sacerdote, ‘habla, Señor, que tu siervo te escucha’,
y el Señor se le reveló.
¿Qué es lo que experimentó
Moisés en aquellos momentos? El amor y la misericordia del Señor. Así lo
escuchaba y lo sentía en lo más hondo del corazón. Era casi como una cantinela
que se repetía una y otra vez como cuando le cogemos el gusto a algo y lo saboreamos
una y otra vez como para no olvidarlo nunca. ‘Señor,
Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y
lealtad’. Por eso ya lo que se atreve a
balbucir es que la misericordia del Señor esté siempre con ellos, les acompañe
y no les abandone nunca. ‘Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con
nosotros, aunque es un pueblo de dura cerviz; perdona nuestras culpas y pecados
y tómanos como heredad tuya’.
¿Qué es
todo el misterio de Dios que hoy celebramos cuando hoy estamos en el domingo de
la Santísima Trinidad? Es tradicional que en este domingo en que retomamos el
tiempo ordinario después de ver concluido la Pascua el pasado domingo de
Pentecostés, la Iglesia celebra el domingo de la Santísima Trinidad. Es como
recoger todo el misterio de Dios que hemos venido celebrando al celebrar el
misterio de Cristo para postrarnos ante Dios y todo sea un cántico de alabanza
a Dios por tanto amor como hemos vivido. Es, por supuesto, lo que hacemos en
cada Eucaristía y en cada celebración cristiana. Todo por Cristo y con Cristo
en la unidad y comunión del Espíritu Santo para la gloria de Dios, como
proclamamos siempre en la doxología final de la Plegaria Eucarística.
‘Dios
no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se
salve por él’, escuchábamos en el evangelio en el diálogo entre Jesús y Nicodemo. No
para condena sino para salvación porque todo es manifestación de ese amor de
Dios. ‘Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el
que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna’.
Algo que
sabemos, que repetimos muchas veces pero que hemos de aprender a gustarlo, a
vivirlo. Hasta en las fórmulas del saludo litúrgico se nos repite con palabras
de san Pablo. Porque el Señor ha bajado para quedarse con nosotros, como hablábamos
de la experiencia de Moisés. No olvidemos que Jesús es el Emmanuel, ‘Dios
con nosotros’, y como nos había prometido que estaría con nosotros siempre
hasta la consumación del mundo, hasta el final de los tiempos. Y es lo que
tenemos que gustar y saborear en todo momento. Tenemos que aprender a prestar
más atención.
No nos
acostumbremos a escuchar, por ejemplo, las palabras rituales de nuestras
celebraciones porque tenemos el peligro de perderles el sentido. Si el
Sacerdote nos dice – y son palabras que hoy hemos escuchado en labios de san
Pablo en sus cartas - ‘la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de
Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con nosotros’, que en ese
momento seamos capaces de detenernos para pensar en esa presencia de Dios, para
gustar esa presencia de Dios, para dejarnos inundar por ese misterio de Dios.
Aunque hoy
no lo hemos escuchado en el texto proclamado, cuando Moisés subió a la
presencia del Señor en el Monte Sinaí y como hoy nos decía ‘bajó Dios en la
nube y se quedó con él’, la continuación del texto nos dice que cuando
Moisés bajó de la montaña y volvió al encuentro con la gente su rostro
resplandecía de manera que incluso encandilaba a los que estaban en su
presencia. Vio a Dios y se llenó del resplandor de Dios.
Después de
nuestras celebraciones, que han de ser verdaderos encuentros con Dios, ¿no tendríamos
que ir así resplandecientes de la gloria de Dios al encuentro con los demás? No
es que no llevemos los rostros resplandecientes, es que quizá sea nuestra vida
la que no resplandezca de verdad en nuevas actitudes y valores y en una nueva
vivencia del amor, porque estemos llenos de la gloria de Dios. ¿Se notará en
nuestra vida que venimos de Misa, que venimos del encuentro con el Señor?
Hola! Qué alegría saber que pueden asistir a Misa!!! Como no leo las noticias, no tengo mucha idea del asunto que está ocurriendo a nivel mundial, pero donde vivo todavía hay restricciones. ¡Qué lindo es asistir a Misa! ¡Hermoso! Cuando salgo de Misa me siento inundada de amor, y quiero repartir amor por todos lados, ¡y dar abrazos fuertes! Querer transmitir a través de mi ser esperanza en los demás, de decirles, ¡eres querido! ¡El Señor nos ama! ¡Qué belleza de amor! ¡Él quiso que existiéramos! ¡Él quiere que estemos unidos a Él! ¡Qué ganas que todos lo sepan! Caballero, le mando un abrazo grande y le agradezco sus reflexiones!
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