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domingo, 7 de junio de 2020

Tendría que notarse un cristiano cuando viene de Misa porque lleva en si el resplandor de la gloria de Dios en una nueva forma de vivir



Tendría que notarse un cristiano cuando viene de Misa porque lleva en si el resplandor de la gloria de Dios en una nueva forma de vivir

Éxodo 34, 4b-6. 8-9; Sal. Dn 3, 52-56; 2Corintios 13, 11-13; Juan 3, 16-18
‘Moisés madrugó y subió a la montaña del Sinaí… el Señor bajó en la nube y se quedó allí con él…’ Hermosa y reconfortante experiencia. ‘El Señor se quedó allí con él’. Supo Moisés subir a la montaña, pero supo esperar la visita de Dios.
Buscamos a Dios, queremos subir a lo alto, buscamos el silencio y la soledad, queremos verle y escucharle, nos preguntamos muchas cosas que parecen que no tienen respuesta, el misterio nos rodea, no sabemos como sintonizar porque quizá en muchas ocasiones haya muchos ruidos, las preocupaciones y los problemas de la vida nos aturden, parece que nos encontramos desorientados…, pero quizá en un momento inesperado nos sobreviene una paz interior que nunca antes habíamos sentido, nos parece que hubiéramos entrado en otra dimensión que no es lo que habitualmente palpamos en la vida, porque nos hace sentir lo que nunca habíamos sentido, porque parece que hay una nueva luz interior que no solo nos hace ver de manera distinta y hasta seremos capaces de lanzarnos a lo que no sabríamos describir, parece que saboreamos algo que no sabemos explicar…
¿Estamos sintiendo a Dios en nuestro corazón? ¿Será eso vivir la presencia de Dios en nosotros? ¿Nos estará haciendo gustar el Señor su presencia y su vivir? Habremos podido tener esa experiencia de Dios y quizá no supimos interpretarla; era Dios el que estaba tocando a nuestra puerta y quizá nos distraemos o nos confundimos. El niño Samuel en medio de la noche entre sus sueños escuchaba una voz que le llamaba; solo supo correr a los pies de la cama del sacerdote porque pensaba que de allí era la voz que él escuchaba; no era sin embargo la voz del sacerdote sino la voz de Dios que se repetía una y otra vez hasta que supo decir, como le enseñó el sacerdote, ‘habla, Señor, que tu siervo te escucha’, y el Señor se le reveló.
¿Qué es lo que experimentó Moisés en aquellos momentos? El amor y la misericordia del Señor. Así lo escuchaba y lo sentía en lo más hondo del corazón. Era casi como una cantinela que se repetía una y otra vez como cuando le cogemos el gusto a algo y lo saboreamos una y otra vez como para no olvidarlo nunca. ‘Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad’. Por eso ya lo que se atreve a balbucir es que la misericordia del Señor esté siempre con ellos, les acompañe y no les abandone nunca. ‘Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque es un pueblo de dura cerviz; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya’.
¿Qué es todo el misterio de Dios que hoy celebramos cuando hoy estamos en el domingo de la Santísima Trinidad? Es tradicional que en este domingo en que retomamos el tiempo ordinario después de ver concluido la Pascua el pasado domingo de Pentecostés, la Iglesia celebra el domingo de la Santísima Trinidad. Es como recoger todo el misterio de Dios que hemos venido celebrando al celebrar el misterio de Cristo para postrarnos ante Dios y todo sea un cántico de alabanza a Dios por tanto amor como hemos vivido. Es, por supuesto, lo que hacemos en cada Eucaristía y en cada celebración cristiana. Todo por Cristo y con Cristo en la unidad y comunión del Espíritu Santo para la gloria de Dios, como proclamamos siempre en la doxología final de la Plegaria Eucarística.
‘Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él’, escuchábamos en el evangelio en el diálogo entre Jesús y Nicodemo. No para condena sino para salvación porque todo es manifestación de ese amor de Dios. ‘Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna’.
Algo que sabemos, que repetimos muchas veces pero que hemos de aprender a gustarlo, a vivirlo. Hasta en las fórmulas del saludo litúrgico se nos repite con palabras de san Pablo. Porque el Señor ha bajado para quedarse con nosotros, como hablábamos de la experiencia de Moisés. No olvidemos que Jesús es el Emmanuel, ‘Dios con nosotros’, y como nos había prometido que estaría con nosotros siempre hasta la consumación del mundo, hasta el final de los tiempos. Y es lo que tenemos que gustar y saborear en todo momento. Tenemos que aprender a prestar más atención.
No nos acostumbremos a escuchar, por ejemplo, las palabras rituales de nuestras celebraciones porque tenemos el peligro de perderles el sentido. Si el Sacerdote nos dice – y son palabras que hoy hemos escuchado en labios de san Pablo en sus cartas - ‘la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con nosotros’, que en ese momento seamos capaces de detenernos para pensar en esa presencia de Dios, para gustar esa presencia de Dios, para dejarnos inundar por ese misterio de Dios.
Aunque hoy no lo hemos escuchado en el texto proclamado, cuando Moisés subió a la presencia del Señor en el Monte Sinaí y como hoy nos decía ‘bajó Dios en la nube y se quedó con él’, la continuación del texto nos dice que cuando Moisés bajó de la montaña y volvió al encuentro con la gente su rostro resplandecía de manera que incluso encandilaba a los que estaban en su presencia. Vio a Dios y se llenó del resplandor de Dios.
Después de nuestras celebraciones, que han de ser verdaderos encuentros con Dios, ¿no tendríamos que ir así resplandecientes de la gloria de Dios al encuentro con los demás? No es que no llevemos los rostros resplandecientes, es que quizá sea nuestra vida la que no resplandezca de verdad en nuevas actitudes y valores y en una nueva vivencia del amor, porque estemos llenos de la gloria de Dios. ¿Se notará en nuestra vida que venimos de Misa, que venimos del encuentro con el Señor?


1 comentario:

  1. Hola! Qué alegría saber que pueden asistir a Misa!!! Como no leo las noticias, no tengo mucha idea del asunto que está ocurriendo a nivel mundial, pero donde vivo todavía hay restricciones. ¡Qué lindo es asistir a Misa! ¡Hermoso! Cuando salgo de Misa me siento inundada de amor, y quiero repartir amor por todos lados, ¡y dar abrazos fuertes! Querer transmitir a través de mi ser esperanza en los demás, de decirles, ¡eres querido! ¡El Señor nos ama! ¡Qué belleza de amor! ¡Él quiso que existiéramos! ¡Él quiere que estemos unidos a Él! ¡Qué ganas que todos lo sepan! Caballero, le mando un abrazo grande y le agradezco sus reflexiones!

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