Tratemos de empaparnos de la misericordia, porque tenemos que
ser compasivos y misericordiosos como lo es nuestro Padre del cielo
Daniel 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62; Sal 22;
Juan 8, 1-11
¿Y si es culpable se
va a quedar sin castigo? ¿No será algo así como pensamos y pretendemos ejercer
la justicia? Qué difícil tarea la de un juez. Pero también hemos de decir con
qué facilidad nos convertimos en jueces. Pero jueces solamente para condenar.
Me vais a decir que las leyes están para cumplirlas y no lo niego; que quien
quebranta la ley es reo de esa ley y merece que se le aplique la justicia, que
esa es la función de los jueces.
Pero difícil es la
imparcialidad, fácil es la mano dura para aplicar la ley y para aplicar
sentencias. También podemos decir que se juzga según las apariencias exteriores
o mejor las pruebas y que es difícil saber lo que sucede en el corazón de las
personas.
Un poco nos hacemos
lío con todas estas cosas pero una cosa hemos de tener clara y es que dejemos
la justicia a quienes tienen que impartirla y no nos convirtamos nosotros así
porque si en jueces inmisericordes que muchas veces lo somos. Y los juicios
populares que con tanta facilidad nos hacemos son muy peligrosos. Claro que no
saquemos conclusiones precipitadas de lo que voy reflexionando y se vaya a
decir que no se ha de aplicar la justicia, aunque claro que pueden surgir
muchos interrogantes ante todo esto.
Lo que hoy nos
presenta el evangelio nos deja aun más descolocados. Aquella mujer había sido
sorprendida en flagrante adulterio; la ley mosaica era dura con este pecado. Y
aquí vienen todos aquellos que se creían muy justificados a traerle a esta
mujer a Jesús para que haga juicio sobre ella. Ya venía prejuzgada y
prácticamente con la sentencia dictada. La ley de Moisés mandaba apedrear a las
adulteras. Pero ahora quieren pasarle la papa caliente a Jesús a quien han oído
hablar tantas veces de la misericordia y del perdón, hasta setenta veces siete
le había dicho un día a Pedro, que acogía a los pecadores y comía con ellos,
que tanto se dejaba invitar por Simón el fariseo, como se auto-invitaba El
mismo a casa de Zaqueo un reconocido publicano que era despreciado por todos.
¿Qué iba a hacer Jesús?
Podrían acusarlo de que iba contra la ley, siendo así que la ley y los profetas
eran los pilares fundamentales de todo el pueblo judío, de todo el pueblo
escogido de Dios. Todos estaban expectantes cuando parecía que Jesús no les
prestaba atención, entretenido jugando con el polvo del suelo. ¿Estaría Jesús
tratando de quitar el polvo externo a ver si encontraba algo de sinceridad en
el interior?
Ante la insistencia Jesús
se levanta para dirigir su mirada a todos los que le rodean expectantes
solamente para decir ‘el que esté libre de pecado que tire la primera
piedra’. Si habían venido con sus voceríos gritando y exigiendo, haciendo
fiesta ya en lo que les parecía que iba a ser un espectáculo cierto, ahora el
silencio se apodera de todos. Un silencio que se vuelve incómodo y en el que
quizá solo se escuchan las piedras que caen al suelo desde unas manos que ya no
se atrevían a levantarse. Y empezando por los más viejos todos se fueron
escabullendo. Al final quedó sola la mujer tirada por tierra. ‘¿Dónde están
tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?’ No hacían falta respuestas porque
el vacío y el silencio se habían apoderado del lugar. ‘Yo tampoco te
condeno, vete y no peques más’.
Había aparecido la
misericordia y ahora brillaba en todo su esplendor. ¿Se había quedado sin
condena la que había merecido el castigo? ¿Acaso necesitaría castigo aquella
mujer tras aquella experiencia del encuentro con Jesús para que no reincidiera
en su pecado? ‘Vete y no peques más’, y el corazón de aquella mujer se
había transformado por el amor y ahora rebosaba de paz en el encuentro con la
misericordia.
¿Seguiremos nosotros
condenando inmisericordes? Aunque hablemos mucho de la misericordia cuidado no
aparezcan algunas veces y en algunas situaciones ese condena inmisericorde
también en nosotros que nos decimos iglesia, que nos decimos seguidores de Jesús
y de su evangelio. Pudiera haber mucha gente dolida porque no siempre ha
encontrado esa misericordia en el seno de la Iglesia.
Cuidado nos
contagiemos del espíritu del mundo que no entiende de misericordia y tratemos
de emular a nuestro mundo actuando según sus exigencias. Aunque nos cueste
mucho entenderlo y llegar a vivirlo tratemos de empaparnos de esa misericordia
del cielo, porque tenemos que ser compasivos y misericordiosos como lo es
nuestro Padre del cielo.
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