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lunes, 30 de marzo de 2020

Tratemos de empaparnos de la misericordia, porque tenemos que ser compasivos y misericordiosos como lo es nuestro Padre del cielo


Tratemos de empaparnos de la misericordia, porque tenemos que ser compasivos y misericordiosos como lo es nuestro Padre del cielo

Daniel 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62; Sal 22; Juan 8, 1-11
¿Y si es culpable se va a quedar sin castigo? ¿No será algo así como pensamos y pretendemos ejercer la justicia? Qué difícil tarea la de un juez. Pero también hemos de decir con qué facilidad nos convertimos en jueces. Pero jueces solamente para condenar. Me vais a decir que las leyes están para cumplirlas y no lo niego; que quien quebranta la ley es reo de esa ley y merece que se le aplique la justicia, que esa es la función de los jueces.
Pero difícil es la imparcialidad, fácil es la mano dura para aplicar la ley y para aplicar sentencias. También podemos decir que se juzga según las apariencias exteriores o mejor las pruebas y que es difícil saber lo que sucede en el corazón de las personas.
Un poco nos hacemos lío con todas estas cosas pero una cosa hemos de tener clara y es que dejemos la justicia a quienes tienen que impartirla y no nos convirtamos nosotros así porque si en jueces inmisericordes que muchas veces lo somos. Y los juicios populares que con tanta facilidad nos hacemos son muy peligrosos. Claro que no saquemos conclusiones precipitadas de lo que voy reflexionando y se vaya a decir que no se ha de aplicar la justicia, aunque claro que pueden surgir muchos interrogantes ante todo esto.
Lo que hoy nos presenta el evangelio nos deja aun más descolocados. Aquella mujer había sido sorprendida en flagrante adulterio; la ley mosaica era dura con este pecado. Y aquí vienen todos aquellos que se creían muy justificados a traerle a esta mujer a Jesús para que haga juicio sobre ella. Ya venía prejuzgada y prácticamente con la sentencia dictada. La ley de Moisés mandaba apedrear a las adulteras. Pero ahora quieren pasarle la papa caliente a Jesús a quien han oído hablar tantas veces de la misericordia y del perdón, hasta setenta veces siete le había dicho un día a Pedro, que acogía a los pecadores y comía con ellos, que tanto se dejaba invitar por Simón el fariseo, como se auto-invitaba El mismo a casa de Zaqueo un reconocido publicano que era despreciado por todos.
¿Qué iba a hacer Jesús? Podrían acusarlo de que iba contra la ley, siendo así que la ley y los profetas eran los pilares fundamentales de todo el pueblo judío, de todo el pueblo escogido de Dios. Todos estaban expectantes cuando parecía que Jesús no les prestaba atención, entretenido jugando con el polvo del suelo. ¿Estaría Jesús tratando de quitar el polvo externo a ver si encontraba algo de sinceridad en el interior?
Ante la insistencia Jesús se levanta para dirigir su mirada a todos los que le rodean expectantes solamente para decir ‘el que esté libre de pecado que tire la primera piedra’. Si habían venido con sus voceríos gritando y exigiendo, haciendo fiesta ya en lo que les parecía que iba a ser un espectáculo cierto, ahora el silencio se apodera de todos. Un silencio que se vuelve incómodo y en el que quizá solo se escuchan las piedras que caen al suelo desde unas manos que ya no se atrevían a levantarse. Y empezando por los más viejos todos se fueron escabullendo. Al final quedó sola la mujer tirada por tierra. ‘¿Dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?’ No hacían falta respuestas porque el vacío y el silencio se habían apoderado del lugar. ‘Yo tampoco te condeno, vete y no peques más’.
Había aparecido la misericordia y ahora brillaba en todo su esplendor. ¿Se había quedado sin condena la que había merecido el castigo? ¿Acaso necesitaría castigo aquella mujer tras aquella experiencia del encuentro con Jesús para que no reincidiera en su pecado? ‘Vete y no peques más’, y el corazón de aquella mujer se había transformado por el amor y ahora rebosaba de paz en el encuentro con la misericordia.
¿Seguiremos nosotros condenando inmisericordes? Aunque hablemos mucho de la misericordia cuidado no aparezcan algunas veces y en algunas situaciones ese condena inmisericorde también en nosotros que nos decimos iglesia, que nos decimos seguidores de Jesús y de su evangelio. Pudiera haber mucha gente dolida porque no siempre ha encontrado esa misericordia en el seno de la Iglesia.
Cuidado nos contagiemos del espíritu del mundo que no entiende de misericordia y tratemos de emular a nuestro mundo actuando según sus exigencias. Aunque nos cueste mucho entenderlo y llegar a vivirlo tratemos de empaparnos de esa misericordia del cielo, porque tenemos que ser compasivos y misericordiosos como lo es nuestro Padre del cielo.

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