Aunque los que nos rodean quieran socavar los cimientos de
nuestra fe con valentía la expresamos y proclamamos que Jesús es el Hijo de
Dios, nuestro único salvador
Jeremías 20, 10-13; Sal 17; Juan 10, 31-42
‘Los judíos
cogieron piedras para apedrear a Jesús’. Son momentos tensos los que se viven. Y ya sabemos cuando
hay tensión y no tenemos argumentos para mantener nuestras posturas o cuando no
sabemos como rebatir al oponente, tiramos piedras, aparece la violencia. Hoy
quizá no tiramos piedras en el sentido físico del término, pero hay muchas
maneras de tirar piedras incluso sutilmente; desprestigiamos, empleamos los
medios que estén a nuestro alcance o que nos inventemos para acallar al
oponente, hacemos boicot a lo que hace nuestro contrincante y buscamos la
manera de que no pueda triunfar en la vida, destruimos, en una palabra.
Hoy se es muy sibilino
en estas cosas, porque al final queremos quedar como los buenos, los que no
hemos hecho nada, como se dice, no hemos roto un plato. Pero destruido está
nuestro oponente. Demasiado lo vemos en la vida social, en la carrera política
incluso en los que son de una misma ideología, porque no se permite que nadie
le haga sombra, y los mandamos al gallinero, sea una expresión que también
empleamos.
A los dirigentes del
pueblo, a los dirigentes de Jerusalén en el entorno del templo y de los puntos
de poder que aun les quedaban a los judíos se les iba de las manos el caso de Jesús.
El pueblo andaba entusiasmado por Jesús, pero ya buscarían la forma de
manipularlo como así hicieron para que aquellos que ahora eran favorables a Jesús
terminaran pidiendo su muerte en el patio del pretorio. No les quedaba más
remedio que reconocer que lo que Jesús hacía era obra de Dios, pero cómo iban
ellos a perder sus influencias y su poder. Habían intentado prenderle en más de
una ocasión y se les había escapado de las manos o los que habían enviado con
esa orden no se habían sentido capaces, como no hace mucho escuchamos.
A Jesús le vemos hoy
apelando a sus obras, que son obras de Dios, que es lo que el Padre del cielo
le ha mandado hacer. Pero cuando nos cegamos no somos capaces de ver lo bueno.
¿Qué hacía Jesús sino amar? ¿Qué hacía Jesús sino liberar del mal a todos los
que sufrían? ¿Qué hacía y enseñaba Jesús sino hacer que cada uno descubriera su
dignidad y grandeza y actuara en consecuencia con la libertad de los hijos de
Dios, como recientemente hemos escuchado?
Acusan a Jesús de
blasfemo. En la ley judía la blasfemia se castiga apedreando al blasfemo y es
lo que quieren hacer ahora con Jesús. ‘¿Decís
vosotros: ¡Blasfemas! porque he dicho: Soy Hijo de Dios? Si no hago las obras
de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a
las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el
Padre’.
Aunque
también el mundo que nos rodea no sea capaz de reconocerlo, confesamos nuestra
fe en Jesús reconociéndolo como Hijo de Dios. No es simplemente un hombre
bueno. En Jesús se manifiesta Dios, Jesús es el rostro del amor de Dios, Jesús
es el Hijo de Dios. Tenemos que reafirmar bien nuestra fe, no podemos decaer,
no podemos dejar arrastrar por lo que oigamos por acá o por allá. También el
mundo que nos rodea quiere socavar bajo nuestros pues para hacernos dudar. Y es
que cuando lleguemos a dudar de quién es en verdad Jesús, todo se nos vendrá
abajo. Y el enemigo lo sabe y en el materialismo, la indiferencia religiosa, el
ateismo que envuelve nuestro mundo serán muchas las cosas con las que querrán
arrancar la fe nuestro corazón.
Cuidemos
nuestra fe, expresémosla sin miedo ni cobardía, seamos valientes en nuestro
testimonio. En medio de las crisis en que se ve envuelto nuestro mundo se
necesita que brille con fuerte resplandor nuestra fe. Y la vamos a expresar con
actitudes buenas y positivas con las que queremos construir las mejores
relaciones entre nosotros y en el mundo.
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