En Jesús es donde la vida va a adquirir todo su sentido de plenitud para vivir de manera nueva desterrando de nosotros todas las sombras de la muerte
Ezequiel 37, 12-14; Sal 129; Romanos 8, 8-11; Juan 11, 3-7. 17. 20-27. 33-45
Alguien ha escrito que ‘la resurrección del amigo es parábola y es profecía de futuras victorias sobre todo tipo de muertes: Cristo ha venido para que «tengamos vida y la tengamos en abundancia» (Jn 10,10) y la conservemos para siempre’.
En el camino que vamos haciendo con la liturgia se nos presenta en este último domingo de cuaresma el evangelio de la resurrección de Lázaro antes de abrírsenos el pórtico de la semana en que celebraremos el misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor. De la misma manera, en el evangelio de san Juan, aparece este relato que va a provocar la reacción de los judíos que quieren quitar de en medio a Jesús y que se pone como anticipo de la muerte y de la resurrección de Jesús. Por eso con el texto que citábamos decimos que es parábola y es profecía, sin dejar de ser un hecho cierto y real tal como nos lo relata el evangelio de Juan.
Y es que si ante el hecho de la muerte nos sentimos siempre sobrecogidos ante el misterio que para nosotros representa, si al mismo tiempo lo unimos a la vida y a la resurrección no deja de ser mayor misterio que nos abra a unos horizontes insospechados. No nos gusta la muerte y aunque la aceptemos como un destino fatídico en el más suave de los casos ante el que nos resignamos, nos rebelamos ante ella y no queremos morir; si por nosotros fuera y tuviéramos poder para ello buscaríamos lo imposible por no morir. Pareciera que todo se nos trunca y se quedaría como inacabada nuestra existencia y la encontramos como un sin sentido ante las ansias de vivir que todo tenemos.
Y cuando aparece ante nuestros ojos este texto que llamamos de la resurrección de Lázaro aunque realmente fue un revivir porque Lázaro finalmente algún día tendría que morir, sin embargo nos aparece ante nuestros ojos como un horizonte que se abre a algo nuevo y distinto, que luego contemplando la resurrección de Jesús adquiere para nosotros el mejor de los sentidos. Por eso decimos es parábola, pero también es profecía de victoria, porque podemos vencer sobre la muerte, porque la vida es mucho más que una existencia corporal, porque hay otra plenitud de vida que llevamos como semilla en nosotros y que en Jesús se volverá la mejor flor y el más hermoso fruto.
Si seguimos el relato del evangelio son significativas todas las palabras que vamos escuchando en labios de Jesús. Cuando le anuncian más allá del Jordán donde se había retirado hasta el momento en que llegara su hora que Lázaro está enfermo dirá que aquella enfermedad no es de muerte sino que servirá para que se manifiesten las obras de Dios. Algo así como lo que le escuchamos decir a los discípulos cuando se encontraron el ciego de nacimiento en las calles de Jerusalén manifestando que aquella ceguera no era consecuencia del pecado de nadie, sino para que se manifieste la gloria de Dios.
En el encuentro con las hermanas de Lázaro, primero Marta y luego también María, ante la queja de que si hubiera estado allí Lázaro no habría muerto Jesús les responde que Lázaro vivirá. Y se establece el diálogo de la resurrección del último día que estaba presente en la fe y la esperanza de Marta con la afirmación de Jesús de que quien cree en El vivirá para siempre. Marta habla de una resurrección de futuro y Jesús les dice que allí está El que es la resurrección y la vida. Solo le pide fe. No importa que Lázaro lleve ya cuatro días enterrado. ‘Quien cree en mí aunque haya muerto vivirá y vivirá para siempre’, les dice Jesús.
Y es que en Jesús es donde la vida va a adquirir todo su sentido de plenitud. Y es que creyendo en Jesús comenzamos a vivir de manera nueva. Cuando en verdad le hemos dado nuestro Sí a Jesús de nosotros ha de estar desterrada la muerte para siempre, porque lo que tiene que reinar en nosotros es el amor. Todas aquellas sombras de muerte del desamor y del odio tienen ya que desaparecer para siempre de nosotros. Por eso allí por donde va un creyente en Jesús irá haciendo surgir la vida porque irá haciendo florecer el amor. Es el reino de la verdadera solidaridad y del más profundo amor; es el reino que busca la justicia y la paz verdadera, no la que podamos imponer desde las violencias exteriores, sino la que va a nacer de un corazón lleno de amor y que siempre buscará lo mejor, siempre buscará el bien, siempre trabajará por la justicia, siempre será un sembrador de paz.
Y aquí hay un nuevo detalle que puede ser significativo de cómo vivimos nosotros esa nueva vida. Jesús llamó a Lázaro y le mandó salir fuera y Lázaro salió pero aun con los pies y las manos atados por las vendas. Faltaba algo, había que desatar aquellas vendas para que Lázaro pudiera caminar. ‘Desatadlo y dejadlo andar’, les dice Jesús, nos dice Jesús que nosotros tenemos que ir haciendo. Cuantos nos encontramos que tienen ansias de vivir pero aún tienen muchas ataduras en su vida que les impiden alcanzar la plenitud de su vivir. Ahí está nuestra tarea. Tenemos que desatar tantas ataduras, primero en nosotros si lo queréis pensar así, pero necesariamente siempre en los demás. No nos podemos quedar cruzados de brazos.
No lo olvidemos Jesús ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia. En una plenitud que va mucho más allá de la vida corporal que tengamos pero que será vida de verdad si la vivimos en toda su plenitud. No olvidemos la dimensión del espíritu. Tenemos que amar nuestra vida, pero que la queremos vivir en esa plenitud que Jesús nos ofrece.
No nos desprendemos de ella, sino que hemos de conservarla y conservarla de la mejor manera. Una vida llena de trascendencia que va más allá del momento presente o del solo yo de nuestra vida, porque siempre hemos de estar abiertos a la vida de los demás, a los que podemos enriquecer con nuestra vida y a los que hemos de ayudar, como decíamos, a desatar de todas las ataduras que nos esclavizan y nos impiden vivir en libertad plena.
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