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jueves, 2 de abril de 2020

Las palabras de Jesús son una invitación a vivir en ese amor nuevo, el amor de Dios, que cuando inunde de verdad nuestro corazón nos llenará de vida eterna


Las palabras de Jesús son una invitación a vivir en ese amor nuevo, el amor de Dios, que cuando inunde de verdad nuestro corazón nos llenará de vida eterna

 Génesis 17, 3-9; Sal 104; Juan 8, 51-59
‘En verdad, en verdad os digo: quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre’. Quería hablarles Jesús de la vida eterna pero a ellos les costaba entender. Claro que hemos de reconocer que al hombre y mujer de hoy, de este siglo XXI también nos cuesta entender.
Y es que nuestro pensamiento se ve condicionado por muchas cosas, por la misma experiencia de la vida – aunque esa experiencia también podría ser un motivo para trascendernos a más allá de lo que vivimos en el presente -, por el mundo tan materialista que vivimos donde con tanta facilidad olvidamos todo lo espiritual, desde la experiencia que tenemos de la muerte y como dicen tantos nadie ha venido del más allá para decirnos lo que hay. Y claro cuando se nos habla de vida eterna nos cuesta entender.
Tenemos que saber entrar en otra órbita; es otra la mirada que hemos de tener; es algo distinto lo que tenemos que aprender a saborear; tenemos que abrirnos y saber entender también esas ansias más nobles y espirituales que llevamos dentro de nosotros que nos hacen aspirar a más, nos hacen soñar con una plenitud de todo lo bueno y noble que ahora y aquí podamos vivir, que nos hacen aspirar también a que todo eso bueno no se acabe y dure para siempre. Claro que hablar de vida eterna es mucho más que todo eso, aunque todas esas ansias que llevamos dentro de nosotros nos ayuden a entender lo que Cristo nos ofrece.
Lo que Cristo nos ofrece es su vida misma, es vivirle a El. Es una comunión tan íntima y tan profunda que nos hace sentirnos como una misma cosa con El. Es una vivencia intensa de amor y esa vivencia de amor nos hace sentir en la comunión más profunda de la que ya nunca nos queremos separar. El amor humano vivido en esa más profunda e intensa intimidad hace sentir a los que se aman en una profunda comunión de amor que parece que ya nunca nada lo puede separar, lo puede romper. Añadamos a eso la intensidad de un amor divino y sobrenatural que nos traslada a esa vivencia de eternidad porque así nos unimos con Dios.
Será algo místico e indescriptible porque es como un vaciarnos nosotros en Dios al mismo tiempo que Dios nos inunda y nos da la más perfecta plenitud. Es difícil expresarnos porque no encontramos el lenguaje que lo puede describir y definir; por eso los grandes místicos cuando hablaban de su experiencia de Dios se hacían hasta poetas para ofrecernos bellas y ricas imágenes con las que acercarnos a lo que ellos tan intensamente habían vivido. Recordemos por ejemplo que los escritos de los dos grandes místicos españoles, santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz, son obra cumbre de la poesía y de la literatura hispana.
Me dio pie a esta reflexión que os he venido ofreciendo las palabras de Jesús en sus diatribas con los judíos en las que malinterpretaban sus palabras y les faltaba auténtica fe para comprender todo el misterio que Jesús les ofrecía. Se quedan ellos en su pensamiento en la vida temporal y terrena, por eso vemos que en sus discusiones hasta la sacan la edad que pudiera tener Jesús. No llegan a comprender todo el misterio de Dios que se revela y se manifiesta en Jesús. No entienden que Jesús nos ofrece su perdón pero nos ofrece su vida, una vida que nos eleva a un plano sobrenatural porque nos hace participar de la vida de Dios.
Hay mucha muerte en nosotros porque llenamos nuestra vida de pecado, el pecado que nos aparta de Dios, que rompe nuestra comunión con El, en el que no queremos vivir en su amor. Todo esto que Jesús nos dice y nos ofrece es esa invitación a vivir en ese amor nuevo, el amor de Dios que cuando inunde de verdad nuestro corazón nos llenará de vida eterna. Ese amor que nos eleva, que sobrenaturaliza cuanto hacemos y vivimos, que nos hace entrar en una dimensión nueva, que nos hace mirar la vida misma y la vida de los que nos rodean de manera distinta.
Que el Señor nos conceda la sabiduría del Espíritu para que comprendamos todo este misterio de amor que nos introduce en la vida eterna. Que arranquemos las sombras de muerte y de pecado que aun quedan en nosotros para que vivamos en su luz, para que vivamos la luz divina de la vida de Dios, la vida eterna.

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