Las
palabras de Jesús son una invitación a vivir en ese amor nuevo, el amor de
Dios, que cuando inunde de verdad nuestro corazón nos llenará de vida eterna
Génesis 17, 3-9; Sal 104; Juan 8, 51-59
‘En verdad, en verdad os
digo: quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre’. Quería hablarles Jesús de la vida eterna
pero a ellos les costaba entender. Claro que hemos de reconocer que al hombre y
mujer de hoy, de este siglo XXI también nos cuesta entender.
Y es que nuestro
pensamiento se ve condicionado por muchas cosas, por la misma experiencia de la
vida – aunque esa experiencia también podría ser un motivo para trascendernos a
más allá de lo que vivimos en el presente -, por el mundo tan materialista que
vivimos donde con tanta facilidad olvidamos todo lo espiritual, desde la
experiencia que tenemos de la muerte y como dicen tantos nadie ha venido del
más allá para decirnos lo que hay. Y claro cuando se nos habla de vida eterna
nos cuesta entender.
Tenemos que saber entrar en
otra órbita; es otra la mirada que hemos de tener; es algo distinto lo que
tenemos que aprender a saborear; tenemos que abrirnos y saber entender también
esas ansias más nobles y espirituales que llevamos dentro de nosotros que nos
hacen aspirar a más, nos hacen soñar con una plenitud de todo lo bueno y noble
que ahora y aquí podamos vivir, que nos hacen aspirar también a que todo eso
bueno no se acabe y dure para siempre. Claro que hablar de vida eterna es mucho
más que todo eso, aunque todas esas ansias que llevamos dentro de nosotros nos
ayuden a entender lo que Cristo nos ofrece.
Lo que Cristo nos ofrece es
su vida misma, es vivirle a El. Es una comunión tan íntima y tan profunda que
nos hace sentirnos como una misma cosa con El. Es una vivencia intensa de amor
y esa vivencia de amor nos hace sentir en la comunión más profunda de la que ya
nunca nos queremos separar. El amor humano vivido en esa más profunda e intensa
intimidad hace sentir a los que se aman en una profunda comunión de amor que
parece que ya nunca nada lo puede separar, lo puede romper. Añadamos a eso la
intensidad de un amor divino y sobrenatural que nos traslada a esa vivencia de
eternidad porque así nos unimos con Dios.
Será algo místico e
indescriptible porque es como un vaciarnos nosotros en Dios al mismo tiempo que
Dios nos inunda y nos da la más perfecta plenitud. Es difícil expresarnos
porque no encontramos el lenguaje que lo puede describir y definir; por eso los
grandes místicos cuando hablaban de su experiencia de Dios se hacían hasta
poetas para ofrecernos bellas y ricas imágenes con las que acercarnos a lo que
ellos tan intensamente habían vivido. Recordemos por ejemplo que los escritos
de los dos grandes místicos españoles, santa Teresa de Jesús y san Juan de la
Cruz, son obra cumbre de la poesía y de la literatura hispana.
Me dio pie a esta reflexión
que os he venido ofreciendo las palabras de Jesús en sus diatribas con los judíos
en las que malinterpretaban sus palabras y les faltaba auténtica fe para
comprender todo el misterio que Jesús les ofrecía. Se quedan ellos en su
pensamiento en la vida temporal y terrena, por eso vemos que en sus discusiones
hasta la sacan la edad que pudiera tener Jesús. No llegan a comprender todo el
misterio de Dios que se revela y se manifiesta en Jesús. No entienden que Jesús
nos ofrece su perdón pero nos ofrece su vida, una vida que nos eleva a un plano
sobrenatural porque nos hace participar de la vida de Dios.
Hay mucha muerte en
nosotros porque llenamos nuestra vida de pecado, el pecado que nos aparta de
Dios, que rompe nuestra comunión con El, en el que no queremos vivir en su
amor. Todo esto que Jesús nos dice y nos ofrece es esa invitación a vivir en
ese amor nuevo, el amor de Dios que cuando inunde de verdad nuestro corazón nos
llenará de vida eterna. Ese amor que nos eleva, que sobrenaturaliza cuanto
hacemos y vivimos, que nos hace entrar en una dimensión nueva, que nos hace
mirar la vida misma y la vida de los que nos rodean de manera distinta.
Que el Señor nos conceda la
sabiduría del Espíritu para que comprendamos todo este misterio de amor que nos
introduce en la vida eterna. Que arranquemos las sombras de muerte y de pecado
que aun quedan en nosotros para que vivamos en su luz, para que vivamos la luz
divina de la vida de Dios, la vida eterna.
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