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sábado, 2 de noviembre de 2019

No es solo un recuerdo, una lágrima furtiva que se nos escapa o una luz que encendemos, es una esperanza que tenemos de que los difuntos gocen de la visión de Dios para siempre


No es solo un recuerdo, una lágrima furtiva que se nos escapa o una luz que encendemos, es una esperanza que tenemos de que los difuntos gocen de la visión de Dios para siempre

Apocalipsis 21, 1-5a. 6b-7; Sal 24; Filipenses 3,20-21;  Juan 11, 17-27
Hoy 2 de noviembre es cuando celebramos verdaderamente el Día de Difuntos, como nos dice la liturgia, la Conmemoración de los fieles difuntos. Un día, hemos de reconocerlo, que para muchos se convierte en un día triste; es el día del recuerdo, el día de sentir de manera especial la ausencia, y cuando nos quedamos en solo eso de ahí las manifestaciones que hacemos en ese día.
Queremos decir que no olvidamos, que llevamos siempre en el corazón y visitamos su tumba, llevamos flores allí donde están los restos o las cenizas de nuestros seres queridos y fácilmente se nos escapa una lágrima. Muy humano, normal. En tradiciones y costumbres de otros lugares se lleva incluso comidas – las comidas que más gustaban a nuestros seres difuntos – al lugar donde están enterrados; una expresión de nuestro cariño y nuestro recuerdo que se convierte en una forma de religiosidad natural.
Es costumbre también de estos día de encender luces o velas junto a sus sepulturas, o en nuestros propios hogares junto a una imagen, una fotografía, de nuestros seres queridos difuntos, como una ofrenda decimos por sus almas, ánimas, que luego se pueden convertir manifestaciones algunas veces un tanto llenas de superstición dándole un sentido algunas veces ajeno al sentimiento verdaderamente cristiano.
Pero, ¿es esto solamente lo que ha de hacer un verdadero cristiano? No nos podemos quedar en un recuerdo que humanamente nos llene de forma natural de tristeza; para nosotros tiene que ser algo más, porque lo hacemos desde una esperanza. Queremos y creemos que los que han muerto viven en el Señor; queremos esa vida eterna en Dios para siempre para ellos, porque ha de ser también lo que ha de animar nuestro caminar en cristiano por la vida.
No es pensar en un más allá etéreo, como si las ánimas de los difuntos estuvieran vagando en el aire o en el espacio; cuando solamente lo vivimos así surgen visiones y apariciones de las ánimas en lo que creen tantos. No es extraño que en el recuerdo que tengamos de los seres queridos los veamos en nuestra mente y muchas veces nos parece de una manera tan real, como si estuvieran a nuestro lado; la psicología tiene mucho que decir en este sentido.
Pero nuestra esperanza de vida en Dios es algo distinto, aunque sea muy difícil de definir, y por eso se nos mezclan muchas ideas y muchas en nuestra mente y en nuestras costumbres. Pero a mi me gusta pensar y preguntarme si yo verdaderamente vivo en la esperanza de la vida eterna, de un vivir en Dios más allá de la muerte de nuestro cuerpo. Y es que aunque decimos que tenemos esperanza y eso forma parte de nuestra fe, no siempre, sin embargo, forma parte de nuestra vida, de nuestra forma de vivir. Y eso es lo que verdaderamente tenemos que despertar en nosotros. Y esa esperanza nace de la fe que tenemos en la palabra de Jesús que nos habla de llevarnos junto a El y que donde El está quiere que estemos con El, en una expresión muy humana y antropológica, nos habla de que hay muchas estancias y va para prepararnos sitio.
Por eso la conmemoración que hoy hacemos de los difuntos es algo más que un recuerdo. Es bonito y hermoso que recordemos y recordemos todo lo bello y bueno que vivimos y recibimos de nuestros seres queridos. Pero es algo más, porque tenemos la esperanza de que vivan en Dios y por ellos rezamos a Dios para que hayan alcanzado el perdón y tengan en Dios la vida sin fin. Y si esperamos que estén en Dios – por ellos rezamos y para ello - ¿de donde, pues, esas tristezas si ellos están gozando de la presencia de Dios para siempre? Un día le veremos tal cual es, nos decía san Juan ayer cuando celebrábamos a todos los santos; nos viene bien recordarlo hoy porque tenemos la esperanza de que nuestros seres queridos hayan alcanzado el perdón y puedan gozar de la visión de Dios para siempre en la eterna felicidad del cielo.

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