Autenticidad,
no apariencias, en una vida comprometida desde la fe que profesamos reflejada
en nuestras obras
Romanos 8,26-30; Sal 12; Lucas 13,22-30
Cómo andamos tan preocupados por los
números y por las cantidades. En cualquiera de esas manifestaciones de las que
hemos oído hablar en estos días en tantos lugares no hemos visto demasiada
unanimidad en cuanto al número de asistentes, porque siempre hay quien los
aumenta y también quien los rebaja, según sean sus intereses. Había mucha gente
decimos, y enseguida echamos a volar la imaginación a ver cuanta gente se había
reunido, y queremos contarlos, o al menos dar un numero, porque parece que las
cosas tienen su importancia por el volumen.
Pero así en tantas cosas preocupados
por la cantidad y quizá no nos damos cuenta de que todos los que estaban allí
no lo estaban realmente convencidos del todo, sino que quizás había muchos de
esos que se apuntan a todo con tal de hacer ruido. Por eso decimos tantas
veces, aunque parece que de boca afuera, que lo importante no es la cantidad
sino la calidad. Y eso es lo que realmente tendría que preocuparnos, lo que tendríamos
que buscar. Y nos sucede también en lo que hacemos.
Hemos escuchado hoy en el evangelio que
fueron algunos también a preguntarle a Jesús si serían muchos o pocos los que
salvarían. Ahí vamos con las cantidades. Pero sin responder directamente a la
pregunta Jesús quiera hablarnos de la necesaria autenticidad que hemos de tener
en la vida. No valen las apariencias, sino lo profundo que llevamos en el corazón
que será lo que en verdad ha de manifestarse en la vida.
Por eso Jesús nos dirá que para que
mantengamos esa autenticidad tenemos que esforzarnos, poner empeño, luchar
realmente por lo bueno aunque nos cueste; muchas veces nos es más fácil
dejarnos arrastrar, pero incluso tenemos que saber nadar a contracorriente. Nos
habla de puerta estrecha, que no significa que todo sean dificultades, pero es
cierto que así como en aquellas puertas estrechas de las murallas de las
ciudades, especialmente aquellas que llamaban agujas, no se podía pasar
fácilmente con muchas cargas, porque sería un obstáculo, así en la vida tenemos
que ir liberándonos de muchas cosas, quitando esos pesos muertos, esas rémoras,
que no nos dejan avanzar; y por aquello de nuestras pasiones, nuestras rutinas
y malas costumbres cuanto nos cuesta arrancarnos de todo eso.
Nos habla de la puerta que se cierra
mientras nos quedamos fuera y ya no somos reconocidos lo que nos recuerda otros
momentos del evangelio, como lo de la parábolas de las doncellas a las que se les
acabó el aceite, y así otros muchos momentos y palabras de Jesús. No nos basta
decir ‘¡Señor, Señor!’ nos dirá en otro momento sino que escuchemos su
palabra y la plantemos de verdad en el corazón, en la vida.
Dios quiere que todos se salven y
lleguen al conocimiento de la verdad, se nos dirá en otro momento de la
Escritura; es la voluntad de Dios de salvación universal para todos los
hombres, y por nosotros y por todos murió Jesús, pero nosotros hemos dar la respuesta.
‘Y vendrán de oriente y
occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios’. Y nos da una clave importante que hemos de
tener en cuenta para esas nuevas actitudes que hemos de tener en nuestra vida. ‘Mirad: hay últimos que serán primeros, y
primeros que serán últimos’. Hacernos los últimos para ser los
servidores, para vivir esa actitud profunda de amor.
Es lo que se nos está pidiendo hoy, esa
autenticidad de nuestra vida, esa fe que no se queda en palabras sino que la
llevamos enraizada en lo más profundo de nuestra vida.
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