Siembra
cada día una pequeña semilla e irás creando un bosque nuevo a tu alrededor
donde todos nos sintamos a gusto, donde saboreemos lo que es el Reino de Dios
Romanos 8, 18-25; Sal 125; Lucas 13, 18-21
Decimos que no queremos ser tacaños y
no recogemos unos céntimos que nos sobran de la compra; total, una moneda tan
insignificante, tan pequeño valor, y no le damos importancia. Pero lo de menos
es la cuestión de los céntimos y me van a llamar tacaño por hacer esas
referencias, pero bien puede ser sintomático del poco valor que le damos a las
cosas pequeñas, a las cosas que nos pueden parecer insignificante. Son los
gestos y las actitudes que tenemos hacia los demás, es la poca valoración que
hacemos de alguien porque nos parece quizás humilde, pero es el no darnos
cuenta del valor – y no nos queremos referir a lo económico – de las pequeñas
cosas de la vida.
Es cierto que solemos decir que las
mejores fragancias se llevan en recipientes pequeños, porque solo una pequeña
gota de ese perfume, o el simplemente dejarlo abierto, es capaz de llenar de
fragancia aquel lugar en que se derrame. Pero en ese desdén por lo pequeño están
los detalles o los valores a los que no damos importancia en la vida. Y a lo
grande llegamos desde los pequeños granos de arena, o desde las pequeñas
semillas que encierran una vida y que si dejamos germinar veremos plantas no
solo grandes sino hermosas en su belleza que nos regalan la vista de ellas o
que nos pueden producir hermosos frutos.
Cuánto podemos hacer con una pequeña
semilla que sembremos cada día. Por algún lado escuché la campaña que se hizo
en un determinado lugar pidiendo a la gente que cuando comieran alguna fruta no
desecharan la semilla para echarla a la basura, sino que la guardaran y la
dejaran madurar y cuando salieran al campo la fueran arrojando en aquellos
lugares que podían parecer más inhóspitos y desprovistos de vegetación; con el
paso del tiempo, contaban, que comenzaron a germinar aquellas semillas y fueron
surgiendo plantas que poco a poco se convirtieron en árboles que crearon
hermosos bosques donde antes había poco menos que unos terrenos desérticos e inhóspitos.
Hoy Jesús en el evangelio nos habla de
la pequeña semilla de la mostaza que sembrada debidamente nos dará un hermoso
arbusto, y como dice la parábola capaz de que en él anidaran los pájaros del
cielo; o nos habla también de la levadura que no en gran cantidad es mezclada
con la masa para hacerla fermentar y nos pueda dar hermosos y sabrosos panes. Y
Jesús nos pone estos ejemplos, estas parábolas para hablarnos del Reino de
Dios. Una pequeña semilla, un puñado pequeño de levadura que hará fermentar a
nuestro mundo, que dará un nuevo y sabroso sabor a la vida y al mundo. Es el
Evangelio que nos da sentido nuevo a nuestra vida, es el Reino de Dios que hemos
de vivir desde los pequeños detalles, desde los pequeños gestos de todo aquello
que hacemos con amor y que dará ese sabor nuevo, ese sentido nuevo a la vida y
al mundo.
No nos pide el Señor cosas
extraordinarias, sino lo extraordinario de valorar lo pequeño, lo de saber
hacer esas cosas de cada día allí donde estemos extraordinariamente bien porque
en ellas pongamos amor, porque sepamos hacerlas con la trascendencia de quien
sabe que hace cosas grandes porque está creando un mundo mejor.
Una palabra, una frase buena que nos
haga pensar, un pequeño gesto de cercanía y de ternura para con aquel que ves débil
e indefenso a tu lado, una mirada de aliento, una mano tendida o una sonrisa
que da ánimo, cuantas cosas pequeñas podemos hacer cada día que despierte la
esperanza, que ponga nueva ilusión en quien está hundido a tu lado porque nadie
lo tiene en cuenta. Son las pequeñas semillas del reino que podemos y tener que
ir sembrando para crear ese nuevo bosque, para crear ese nuevo mundo.
No lo olvides, trata de sembrar cada
día una pequeña semilla y estarás haciendo que nuestro mundo sea mejor, estarás
haciendo presente el amor de Dios que lleva a nuestra vida con su amor y con su
salvación.
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