Aprendamos a sentir la presencia de Dios en nosotros
para que nuestra reflexión se convierta en oración en la que invoquemos y
escuchemos la inspiración del Espíritu
Efesios 2,19-22; Sal 18; Lucas 6,12-19
Un signo de la madurez de la persona es
que nos hace reflexivos, nos hace mirar la vida con otros ojos, siempre
inquisidores, siempre buscando lo mejor, siempre queriendo sacar lo mejor de
uno mismo y de la vida; siempre queremos aprender, enriquecernos de la vida
misma, pero también sacando a flote lo mejor de nosotros mismos y desarrollando
también nuestros valores; eso que queremos hacer con nosotros mismos queremos
hacerlo con los demás ayudando en esa reflexión, ayudando a que cada uno se
encuentre a si mismo y encuentre también el lugar y la misión que tenemos en la
vida. Es algo bueno y hermoso, para nosotros y también en lo que repercute en
los demás.
Cuando llega el momento de tomar una
decisión nos lo tomamos en serio, por eso nos lo pensamos una y otra vez para
encontrar lo mejor, reflexionamos hondamente lo que algunas veces nos llevar a
tener que tomar nuestro tiempo. Pero quiero añadir algo, el hombre de fe, el
creyente no solo trata de reflexionar por si mismo queriendo echar mano de sus
conocimientos o de su experiencia; el creyente busca la luz e inspiración del
Señor. Por eso el creyente acude a la oración.
La simple reflexión no es oración, y es
en lo que algunas veces nos creamos confusión incluso dentro de nosotros
mismos; la oración es sentir la presencia del Espíritu del Señor en ese momento,
es invocarle y es querer escucharle, porque el Señor se nos manifiesta, nos
hace sentir su presencia, nos hace escuchar su voz, inspira esa reflexión que
nos hacemos.
Oración no es solamente ponernos a
pensar, es abrir nuestro corazón a Dios, a su presencia, a la fuerza de su
Espíritu. Y es que el verdadero creyente se siente siempre en la presencia de
Dios, vive en una comunión con el Señor abriendo su corazón a su Palabra,
abriendo su corazón a la presencia del Espíritu Santo. El verdadero creyente es
siempre un hombre, una persona espiritual.
Hoy hemos escuchado en el evangelio que
paso toda la noche en oración y a la mañana siguiente llamó a los discípulos y
escogió a doce a los que llamó apóstoles. ‘Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce
de ellos y los nombró apóstoles’ que nos dice el evangelio. Un
momento importante en el camino de Jesús y en la constitución del Reino de
Dios. Iba a escoger a aquellos a los que confiaría una especial misión dentro
de la comunidad. Seria lo que estarían siempre a su lado y a los que prepararía
de una manera especial porque a ellos les iba a confiar de manera especial la misión
del anuncio por el mundo del Reino de Dios. Y Jesús pasó la noche en oración.
Hermoso ejemplo para nuestra vida.
Escuchamos hoy este evangelio en la
fiesta que estamos celebrando de dos de los apóstoles, san Simón y san Judas
Tadeo. ‘Estáis edificados sobre
el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra
angular’, que nos decía
el apóstol. Y éste es el sentido profundo que hemos de darle a la celebración
de la fiesta de los apóstoles, que nos hace entroncarnos de verdad con la
Iglesia. Hemos desvirtuado en muchas ocasiones el sentido de la fiesta de los
apóstoles, como un poco maleamos la devoción que le tenemos a los santos.
Parece que hemos de tenerle devoción por lo más
menos milagrosos que sean. Hay algo mas profunda que da sentido a su
santidad, y es su fidelidad en el camino del Señor, de lo que nosotros tenemos
que aprender.
En el caso
de los santos apóstoles que hoy
celebramos vemos con demasiada frecuencia que muchos dicen que son muy
milagrosos y que son especiales abogados para unos determinados malos, y ahí
nos quedamos tan tranquilos. Desvirtuamos lo que tiene que ser la devoción a
los santos.
¿Pensamos
acaso en estos dos santos que hoy
celebramos que fueron apóstoles del Señor, de los que estuvieron siempre a su
lado y a los que Jesús confió la misión del anuncio del Reino de Dios por el
mundo? ¿No sería por esos caminos por donde tendríamos que imitarlos en un
deseo de vivir una profunda intimidad con el Señor y sentir cómo su misión es
nuestra misión y hemos de sentirnos comprometidos en el anuncio del evangelio
del Reino en medio de nuestro mundo? Porque tendremos mucha devoción a los
santos a los que convertimos en abogados frente a no sé que males, pero quizá
muchas veces lo menos que nos interesa en ese anuncio y esa vivencia del
Evangelio, del Reino de Dios. Es para pensar.
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