Celebramos
hoy a todos aquellos que han combatido el buen
combate, han concluido su carrera, han guardado la fe y han recibido la corona
de salvación
Apocalipsis 7, 2-4. 9-14; Sal 23; 1Juan 3,
1-3; Mateo 5, 1-12a
Comenzamos por aclarar que la fiesta
que celebramos hoy, primero de noviembre, día de Todos los Santos, en su
auténtico sentido poco o nada tiene que ver con lo que en la tradición o piedad
popular hemos convertido este día. Por ser la víspera de la conmemoración de
los difuntos, y por aquello del dos de noviembre es un día laborable que hace
más difícil la piadosa visita a los cementerios para recordar y orar por
nuestros difuntos, se ha convertido casi este primero de noviembre en el Día de
difuntos. Ambas celebraciones es cierto las vivimos desde la esperanza
cristiana, pero tienen un significado bien distinto.
En el calendario litúrgico a través del
año vamos celebrando aquellos a los que la Iglesia ha reconocido su santidad;
santos canonizados los llamados, porque están inscritos en el canon o lista,
que puede ser su significado, que recoge ese reconocimiento de la Iglesia a través
de los siglos. Imposible en los 365 día del año recogerlos todos, porque ni
siquiera todos son conocidos por los cristianos de toda la Iglesia.
Así ya casi desde los primeros siglos,
sobre todo en Roma después de aquel largo periodo de persecuciones, se quiso
celebrar esta solemnidad recogiendo en ella a todos los que ‘han combatido el buen combate, han
concluido su carrera, han guardo la fe, han recibido la corona de salvación’. El Panteón romano que construido por
Herodes estaba dedicado a todos los dioses romanos – eso significa la palabra
pan-theon (todos los dioses) – en épocas de cristiandad en el siglo VII fue
dedicado como Basílica de Santa María y todos los santos y mártires
de manera especial los que habían sufrido aquellas persecuciones de mano del
imperio romano.
He querido
detenerme un poco en estos datos de la historia como referencia a esta fiesta
de Todos los Santos que hoy celebramos. Queremos celebrar y cantar la alabanza
del Señor uniéndonos a todos los santos que en el cielo alaban y bendicen a
Dios por toda la eternidad. Hoy nos ha hablado el libro del Apocalipsis de una
muchedumbre inmensa que nadie podría contar, ‘los que vienen de la gran tribulación,
los marcados en la frente como los siervos del Señor, los que han lavado y
blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero’.
Estas
palabras no son solo una referencia a los mártires, sino a todos los que en la
vida fueron fieles, en medio de las tribulaciones de la vida, en medio de las
luchas, derrotas y victorias de las caídas pero también de haberse levantado
con la gracia del Señor para seguir esos caminos de fidelidad; los que
combatieron el buen combate porque el Reino de Dios fue su meta y su ideal y
hoy merecen dichosos en la felicidad eterna; los que aunque en la vida se
vieran muchas veces envueltos en oscuridades quisieron seguir caminando
apoyados en el bastón de la fe pero hoy pueden contemplar en el cielo cara a
cara a quien es la Luz y la Vida, contemplar el rostro de Dios.
Dichosos
son porque eligieron un camino y unos pasos que pudieran parecer una paradoja
para los ojos de este mundo. Las bienaventuranzas de Jesús, que escuchamos en
el evangelio son, es cierto, una paradoja para los ojos de este mundo.
Elegir ser
pobre y no rico en este mundo con lo que significaría de poder y de sentirse
realizado, como se dice hoy, porque he alcanzado puestos que me hacen estar por
encima de los demás; elegir los caminos de la justicia antes que ninguna otra
cosa que pudiera engrandecerme a mi, que bien sabemos como no se andan con
chiquitas los que tienen esas posibilidades en la vida; elegir caminos de
mansedumbre y de humildad, caminos de misericordia y caminos de paz, frente a
tantos sufrimientos que atenazan el corazón de los hombres, frente a tantas
violencias que nos llevan a enfrentarnos los unos a los otros porque todos
queremos ganar y decir que tenemos la razón.
No son
caminos fáciles; son paradojas que no todos entenderán, cuando solo buscamos
ganancias y reconocimientos en este mundo; caminos incomprendidos para muchos
que incluso por eso trataran de desprestigiarnos porque no sabemos
aprovecharnos como tantos. ‘Dichosos vosotros cuando os insulten y os
persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y
contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo’ terminará diciéndonos
Jesús en el evangelio.
Es la
multitud de los santos que nos han precedido y con quienes nos alegramos y por
los que nos sentimos estimulados para seguir nosotros también ese camino. Esa
gloria de Dios que en ellos contemplamos primero, pero luego ese estímulo y ese
ejemplo que para nosotros son en medio de las tribulaciones de la vida. Ellos
se sintieron fuertes en la gracia de la Sangre del Cordero en quien se
sintieron purificados y fortalecidos. De ellos tenemos la certeza de que gozan
ya para siempre de la visión de Dios.
Nosotros
hoy, cuando celebramos su fiesta, así nos sentimos también estimulados sabiendo
que no nos faltará la fuerza de la gracia del Señor para vivir ese mismo camino
y que un día podamos participar de esa gloria del Señor, de esa visión de Dios
contemplándole también cara a cara, y con todos los ángeles y con todos los
santos cantar para siempre el himno de alabanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario